Muy queridos hermanos y hermanas. Estamos en el segundo domingo del tiempo de adviento. Cada año en este domingo aparece Juan el Bautista. Ya sabemos que era pariente de nuestro Señor, ya sabemos que su nacimiento estuvo muy ligado al nacimiento del Salvador, que el mismo Arcángel Gabriel, que le anunció a María que Dios la escogía para ser la madre de Dios, le anunció a Zacarías que Isabel su mujer, le iba a dar un hijo y que le pondrían por nombre Juan, que él vendría para preparar los caminos del Señor.
Cuando Juan el Bautista nació, ahí estaba presente la Santísima Virgen María, que fue a visitar a su parienta Isabel. A María le tocó escuchar a Zacarías cuando se le soltó la lengua porque había quedado mudo por no creer en el anuncio de Gabriel, y entre otras cosas, dijo Zacarías: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto” (Lc 1,78), y ese sol que nace de lo alto, ya estaba ahí presente en el vientre purísimo de la Santísima Virgen María. Pasaron años de vida oculta para Jesús después de su nacimiento, y también pasaron años de vida oculta para Juan antes de iniciar su ministerio en el desierto.
Este segundo domingo de Adviento se invita a todos a ir al desierto. ¿Qué es el desierto? El desierto es el espacio para el encuentro con Dios. Es el espacio para escuchar su voz. En nuestro tiempo estamos muy acostumbrados al ruido. ¡Qué difícil es para nosotros y especialmente para los jóvenes apagar la música, apagar el teléfono, apagar el internet! Y en ese silencio a solas encontrarnos con el Señor y revisar nuestra vida. Juan el Bautista quiere hacerse presente como enviado de Dios, aquí y ahora, para ayudarte a ti y ayudarme a mi también; para descubrir cuáles son nuestros caminos que no van muy derechos, para ayudarnos a descubrir cuáles son los montes y las montañas que nos hemos elevado, las cosas que debemos rebajar, tal vez nuestro orgullo, ¿qué otras cosas deberíamos rebajar? Los valles que debemos rellenar, las cosas que nos faltan, las omisiones que tenemos.
Juan el Bautista quiere hacerse presente, y a Iglesia lo trae cada segundo domingo de Adviento a través de la liturgia para que nos recuerde la importancia de preparar el camino del Señor. ¿Quién fue Juan el Bautista? Hemos escuchado en la segunda lectura lo que el apóstol San Pablo decía a los filipenses: “Que el Señor les conceda crecer más y más en el amor” (Flp 1,9), nadie de ustedes, ni yo tampoco, amamos tanto que no podamos amar más todavía. El amor es algo infinito y siempre podemos crecer más y más. Y dice San Pablo que ese crecimiento en el amor se va a traducir en algunos frutos; dice en primer lugar: “saber escoger lo mejor” (Flp 1,10). Cada día tenemos elecciones, decisiones que tomar; decidir lo mejor, lo que Dios quiere, vayámonos por esa mejor elección; y también dice San Pablo: obrar en la justicia y en el amor, “llenarnos de frutos” (Flp 1,11).
En estos días mucha gente ya adornó su casa con el arbolito, con el nacimento, con las luces, todo lo exterior se va iluminando y se va decorando; ¿Cómo está nuestro interior? Trabajemos por iluminarlo, trabajemos por adornarlo con esos frutos de vida cristiana, frutos de justicia, frutos de paz. La primera lectura nos habla de la justicia y de la paz, tomada del libro del profeta Baruc. Habla de un nuevo nombre que recibirá Jerusalén, un nombre que será “Paz en la justicia y gloria en la piedad” (Bar 5,4). “Paz en la justicia” porque no cualquier paz es buena a los ojos de Dios. Que tu conciencia y mi conciencia estén en paz, pero porque estamos obrando justamente con todos; no porque nos adormilemos la conciencia, sino porque realmente obramos la justicia y por eso tenemos paz. “Y gloria en la piedad” que nuestra gloria sea apiadarnos del necesitado, y entonces sí esa será nuestra gloria, la que le llevamos a Jesús al pesebre: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!” (Lc 2,14); nuestra paz por la justicia, nuestra gloria, por la piedad.
Recordemos que el próximo domingo 13 de diciembre, tercer domingo de Adviento, cada obispo en su catedral, yo aquí en la Catedral de Mérida, vamos a abrir la puerta santa del Año de la Misericordia. El Papa Francisco la va a abrir en San Pedro en el Vaticano el próximo 8 de diciembre; y nos ha pedido que los obispos lo hagamos en nuestras catedrales el domingo 13. Yo les he pedido a los párrocos que también lo hagan en sus parroquias, y así cada decanato se va a reunir también para iniciar el Año de la Misericordia. Vamos preparándonos para iniciar este año jubilar que tendrá dos caminos: El primero, reconocernos pecadores para experimentar la misericordia de Dios. Vivo por la misericordia de Dios; soy lo que soy por la misercordia de Dios. Y el otro camino es la misericordia hacia nuestros hermanos, llamados siempre a practicar las obras de misericordia, pero especialmente, de una manera extraordinaria, durante este año especial de gracia.
Escuchemos a Juan Bautista en nuestro desierto, hagamos desierto durante esta semana para encontrarnos con el Señor y que resuene la voz del Bautista en nuestros corazones descubriendo lo que tenemos que rebajar, lo que tenemos que rellenar, lo que tenemos que enderezar.
Mérida, Yucatán, 6 de diciembre de 2015.
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán