HOMILÍA
XXX DOMINGO ORDINARIO
Inicio del Año de la Juventud en México
Ciclo A
Ex 22, 20-26; 1 Tes 1, 5-10; Mt 22, 34-40.
“Amarás al Señor tu Dios… Amarás a tu prójimo…”
(Mt 22, 37-39).
Ki’ olal lake’ex ka t’ane’ex ich maya kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. Te’ domingoa taan j’eek’atik te’ iglesia Yucatan u jaabil le xíipalalo’ob yéetel x chúupalalo’ob, bey xan u T’aan Yuumtsil ku ya’alik to’on u a’almaj t’aan yaakunaj.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo afectuosamente de siempre, deseándoles todo bien en el Señor.
El próximo año por estas fechas se celebrará en el Vaticano, el Sínodo de los Obispos con el tema: “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”. La palabra “sínodo” viene del griego y significa “un camino que se hace en común” o “el camino que se hace juntos”. Desde que terminó el Concilio Vaticano II en 1965, cada cuatro años se están celebrando los sínodos de obispos, teniendo en cuenta que los tiempos actuales son de unos cambios muy continuos y que la Iglesia quiere siempre ponerse al día, encontrando el camino que juntos hemos de hacer para evangelizar hoy. De hecho en todos estos años, además de los sínodos ordinarios de cada cuatro años, ha habido algunos sínodos extraordinarios por la urgencia de abordar ciertos temas.
Las conferencias episcopales de cada nación en el mundo, elegirán próximamente a algunos hermanos obispos que nos representarán en el próximo Sínodo que abordará el tema de los jóvenes. Hemos hecho consultas a los jóvenes para saber cuáles son sus inquietudes y propuestas para que los obispos las aborden durante el Sínodo y poder acompañarlos mejor como Iglesia en su vivencia de la fe y en el discernimiento de su vocación. Todos tenemos una vocación, es decir, un llamado particular y personal de Dios nuestro Señor; un camino para recorrer nuestra propia vida por este mundo, como una respuesta al llamado de nuestro Padre Dios.
El pasado domingo el Nuncio Apostólico en México, Mons. Franco Coppola, celebró en la Basílica de Guadalupe la misa de apertura del “Año de la Juventud”, a través del cual el Episcopado Mexicano ha querido que todos nos preparemos al sínodo que viene. En esa misa fueron introducidas las reliquias de san José Sánchez del Río, mártir mexicano de sólo catorce años, quien fue martirizado en tiempos de la persecución en medio de la Guerra Cristera. San José Sánchez ha sido declarado patrono de los jóvenes en México.
Hoy domingo abrimos en cada una de las diócesis de México el “Año de la Juventud” a nivel de Iglesia particular. He pedido a todos nuestros sacerdotes que tengan en cuenta esta apertura en cada una de las eucaristías de este domingo. Yo mismo lo haré en cada una de las misas que voy a celebrar, pero con más solemnidad, Dios mediante, en la que tendremos en el Seminario Menor durante la Kermés.
Muchas veces hemos dicho que los jóvenes son la esperanza de la Iglesia y del mundo, pero hay que afirmar que los jóvenes con su alegría, su dinamismo y su idealismo, son un motor en el presente por todo lo que hacen y el testimonio que nos dan. Cuántas veces nosotros los mayores, al ver a nuestros jóvenes, nos sentimos inspirados recordando nuestros sueños de la juventud y recuperamos el entusiasmo que parece perderse. Los sismos del pasado mes de septiembre fueron la ocasión para que muchos jóvenes mostraran su generosidad, su solidaridad y su amor al prójimo, porque se dedicaron a los trabajos de rescate, aún a riesgo de su vida; así como también fueron grandes colaboradores en las labores de recolección y repartición de ayuda a los damnificados. Eso es sólo una breve pero elocuente muestra de lo que hay en los corazones de la juventud de hoy.
Junto con el Papa Francisco, quiero exhortar a los jóvenes para que no dejen de soñar y de aspirar a grandes cosas, no sólo personales sino también comunitarias. Sueñen con un mundo más justo y solidario, donde se erradique la pobreza, la corrupción, la criminalidad y la impunidad; y donde se trate con respeto a nuestra madre tierra en orden a preservarla con todos sus recursos para las futuras generaciones. El mandamiento del amor al prójimo como a nosotros mismos, también debe incluir a los prójimos que están por llegar a este mundo.
En el evangelio de este domingo, después de que Jesús había dejado callados a los saduceos, los fariseos se acercan a él, y uno de ellos que era doctor de la ley, le pregunta a Jesús cuál es el principal mandamiento. Hoy en día la mayoría de los cristianos responderíamos de inmediato con la respuesta tan conocida, del deber de amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, y con toda la mente, y el deber de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Quizá para los judíos de aquel tiempo no era una respuesta tan obvia, pues se enredaban con las 365 prohibiciones y los 248 preceptos de la ley; y por eso pensaron cuál pregunta haría titubear a Jesús. Sin embargo la respuesta de Jesús fue inmediata y contundente: amar a Dios con todo el corazón, es decir, con nuestros mejores y mayores sentimientos; amar a Dios con toda nuestra alma, lo cual implica un amor espiritual que se deriva de la fe y que se fortalece en la oración, en la vida sacramental y en la escucha de la Palabra de Dios; y amar a Dios con toda la mente, es decir con toda la inteligencia, pues no se trata de fanatismo, sino de conocimiento y convencimiento de una fe instruida.
Amar al prójimo como a nosotros mismos debería ser algo totalmente claro para todos, si es que realmente nos queremos, nos cuidamos y nos amamos a nosotros mismos. Una persona sana y en sus cinco sentidos, se ama; y quien se sabe hijo de Dios comprende que su propia vida tiene un valor grandioso por el amor del Señor que le trajo a este mundo. Pero también existe una fuerza negativa interior que pretende jalarnos al egoísmo, por el que perdemos el interés y el compromiso por el bien de los demás. De este precepto básico se desprende la sentencia dicha por Jesús en otro pasaje: “Todo cuanto quieran que los hombres hagan por ustedes, háganlo ustedes por ellos, en eso consisten la ley y los profetas” (Mt 7, 12). Además un principio básico de la ética dice: “No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti”. El amor nos acerca a nuestra naturaleza, mientras que el odio nos desnaturaliza.
En la primera lectura tomada del libro del Éxodo, se mencionan las normas básicas y concretas que los israelitas deben observar para expresar el amor al prójimo, al forastero (que hoy llamaríamos migrante), a la viuda y al huérfano; porque muerto el hombre de casa, la mujer y los hijos quedaban sin trabajo y totalmente indefensos. También este pasaje tiene una fuerte advertencia en contra de la usura en el trato con pobres. El Señor dice que se pondrá del lado de las víctimas porque Él es misericordioso y espera que nosotros hagamos lo mismo.
Dice un cuento popular israelita:
Un joven fue a visitar a un sabio consejero y le contó sobre las dudas que tenía acerca de sus sentimientos por su familia. El sabio lo escuchó, lo miró a los ojos y le dijo sólo una cosa:
– Ámala. Y luego se calló.
El muchacho dijo:
– Pero, todavía tengo dudas …
– Ámala, le dijo de nuevo el sabio.
Y ante el desconsuelo del joven, después de un breve silencio, le dijo lo siguiente:
– Hijo, amar es una decisión, no un sentimiento. Amar es dedicación y entrega. Amar es un verbo y el fruto de esa acción es el amor. El amor es un ejercicio de jardinería. Arranque lo que hace mal, prepare el terreno, siembre, sea paciente, riegue y cuide. Esté preparado porque habrá plagas, sequías o excesos de lluvias, pero no por eso abandone su jardín.
Ame, es decir, acepte, valorice, respete, dé afecto, ternura, admire y comprenda. Simplemente, ame. ¿Sabes por qué? Porque la inteligencia sin amor te hace perverso. La justicia sin amor te hace implacable. La diplomacia sin amor te hace hipócrita. El éxito sin amor te hace arrogante. La riqueza sin amor te hace avaricioso. La docilidad sin amor te hace servil. La pobreza sin amor te hace orgulloso. La belleza sin amor te hace ridículo. La autoridad sin amor te hace tirano. El trabajo sin amor te hace esclavo. Y la vida sin amor no tiene sentido.
Jóvenes, descubran el amor de Cristo quien dio la vida por cada uno de nosotros, y en su amor envuelvan todos los amores que hasta hoy les rodean y los que en el futuro han de descubrir. Todos los amores humanos son frágiles y nos pueden defraudar o abandonar. Sólo el amor de Cristo no defrauda ni abandona para la eternidad. Joven: ¡Abre tu corazón al amor de Cristo!
Oremos por la juventud de Yucatán con la oración del Papa Francisco por los jóvenes en preparación al Sínodo de los Obispos del 2018:
Señor Jesús, tu Iglesia en camino hacia el Sínodo dirige su mirada a todos los jóvenes del mundo. Te pedimos para que con audacia se hagan cargo de su propia vida, vean las cosas más hermosas y profundas y conserven siempre el corazón libre.
Acompañados por guías sapientes y generosos, ayúdalos a responder a la llamada que Tú diriges a cada uno de ellos, para realizar el propio proyecto de vida y alcanzar la felicidad. Mantén abiertos sus corazones a los grandes sueños y haz que estén atentos al bien de los hermanos.
Como el discípulo amado, estén también ellos al pie de la Cruz para acoger a tu Madre, recibiéndola de ti como un don. Sean testigos de la Resurrección y sepan reconocerte vivo junto a ellos anunciando con alegría que Tú eres el Señor. Amén.
cfr. https://w2.vatican.va/content/francesco/es/prayers/documents/papa-francesco_preghiere_20170408_giovani.html
Que tengan una feliz semana ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán