HOMILÍA
XXVI DOMINGO ORDINARIO
Ciclo A
Ez 18, 25-28; Flp 2, 1-11; Mt 21, 28-32.
“Los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino” (Mt 21, 31).
Ki’ olal lake’ex ka t’ane’ex ich maya kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. U T’aan Yuumtsil te domingoa’ ku ya’alik to’on u ajawil le ka’ano’ u ti’al u laakal máak ku kexko’ob u tuukulo’ob.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor. Bendigo a Dios, Padre de bondad, por toda la generosidad que ha inspirado en muchos de ustedes hacia nuestros hermanos en desgracia, víctimas de los terremotos y los huracanes. Tan sólo en una parroquia se reunieron veinticinco toneladas de ayuda; y hubo muchas más toneladas entre todas las demás parroquias, mismas que se enviaron a través de la Cruz Roja. La obra de reconstrucción tardará aún en ser terminada y quienes lo deseen podrán todavía apoyar a través de la cuenta de Cáritas Mexicana, A. C. Ya sabemos que Caritas tiene reputación internacional de honradez y de permanecer en los lugares necesitados hasta el último momento.
Es muy fuerte la afirmación que Jesús dirige a los fariseos en el evangelio de hoy, al decir que “los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de los cielos”. Los fariseos gozaban del mayor estatus en el pueblo judío, pues eran los más respetados y valorados como hombres religiosos, cumplidores hasta de la última coma y punto de la ley, pero Jesús parece no valorar la forma de vida de este grupo a quienes les presenta una fuerte exigencia de conversión, mientras que a otros les presenta más bien la oferta del perdón.
Los publicanos eran un grupo proscrito en el judaísmo, porque sin ningún respeto a su patria, por amor al dinero, se habían convertido en servidores del imperio romano que los dominaba, cobrando impuestos para los conquistadores y hasta abusando corruptamente para sacar aún más provecho económico personal. Los fariseos afirmaban que quien entraba bajo el techo de un publicano se contaminaba con sus pecados.
También las mujeres dedicadas a la prostitución ocupaban un último lugar en las categorías del pueblo judío. Si la mujer en general era muy poco valorada, la que se dedicaba a la prostitución era objeto de desprecio; y quien tuviera cualquier tipo de contacto con ellas, aunque tan sólo fuera platicar, era señalado como contaminado y necesitado de purificación. Un buen judío no podía sentarse a la mesa con publicanos y prostitutas como Jesús lo hizo.
Pero nos debe quedar muy claro que Jesús no exalta la prostitución en cuanto tal, ni los comportamientos abusivos de los publicanos; sino más bien exalta su corazón abierto para escuchar la predicación de Juan y las enseñanzas de Jesús, y su disposición para aceptar la invitación a alejarse del pecado y seguirlo a él, y así ponerse en camino hacia el Reino de los cielos. Si ya eran señalados como pecadores, y ellos se tenían clasificados a sí mismos como impuros, no hacía falta subrayarles sus pecados y echárselos en cara, sino más bien les hacía falta escuchar hablar sobre el amor de Dios y su disposición paternal para la misericordia y el perdón. San Mateo fue publicano, pero en cuanto escuchó el llamado de Jesús invitándolo a seguirlo, dejó todo inmediatamente y organizó una gran comida en honor a Jesús, quien fue ampliamente criticado por los fariseos por sentarse a la mesa con los pecadores.
Los fariseos en cambio, eran los “sanos” que no creían necesitar del médico. Los perfectos que se sentían con derecho a condenar a todos los demás. Nosotros ya sabemos por experiencia, que las personas más sanas pueden esconder las peores enfermedades, y que todos deberíamos hacernos exámenes médicos por lo menos una vez al año para no llevarnos sorpresas desagradables. Hasta los deportistas que se creen más sanos han caído mortalmente enfermos o hasta en muerte fulminante, por no hacerse los necesarios chequeos frecuentes. Si esto sucede en lo físico, otro tanto y más es en lo espiritual.
Quien ha experimentado el amor misericordioso de Dios nuestro Señor después de una vida llena de pecado, al convertirse suele ser una persona que goza de la gracia de Dios y que es capaz de escalar grandes alturas de santidad. Tenemos ejemplos preclaros de esta conversión en la vida de grandes santos, como san Agustín, obispo de Hipona en el siglo IV; o también san Francisco de Asís en el siglo XIII, quienes después de una vida ligera o pecaminosa, se convirtieron para ser los grandes santos que conocemos. Esto ha sucedido siempre y continúa ocurriendo en la actualidad. Incluso tal vez nosotros mismos conozcamos algunos casos de quienes tocaron fondo en la vida de pecado y ahora los veamos transformados en hombres o mujeres de Dios.
En cambio, quien nació y creció un ambiente sano con una familia bien integrada, con buena educación y buena formación cristiana, corre el riesgo de creerse superior a otros y con derecho de juzgarlos; puede caer en la mediocridad de quién no siente necesidad de caminar hacia el Reino, porque seguir a Jesús es caminar, no es estar inmóvil; puede además arriesgarse a caer en graves pecados al pensar que es fuerte ante la tentación. Dice Dios por medio del profeta Ezequiel en la primera lectura de hoy: “Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere por la maldad que cometió” (Ez 18, 25-28). Nadie es tan bueno que no pueda caer, ni tan malo que no se pueda convertir.
En el salmo 24 que hoy recitamos, pidiéndole al Señor que nos descubra sus caminos, hay una afirmación sobre Dios que se aleja de la imagen de un juez duro y deseoso de castigar, pues por el contrario afirma: “el Señor es recto y bondadoso, indica a los pecadores el sendero, guía por la senda recta a los humildes y descubre a los pobres sus caminos”. Yo le imploro al Señor que me dé siempre honestidad y humildad para reconocerme como pecador. Que no crea que me las sé de todas todas, y que permanezca abierto a que mi Padre bondadoso me descubra los nuevos caminos que Él quiera que yo siga. El seguimiento de Jesús puede sugerirnos caminos nuevos e insospechados a los que hay que estar abiertos.
También la aclamación de hoy antes del evangelio nos trae el versículo de san Juan, donde Jesús afirma: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10, 27). Quien se cree y se siente perfecto ya no es una oveja que escuche la voz del Pastor, sino alguien que se encuentra inmóvil en sus posturas, en sus juicios y en su manera de actuar. El buen cristiano escucha en todo momento a Jesús, el Buen Pastor, para discernir en toda ocasión lo que ha de hacer. Quien menos imaginamos puede convertirse en una dócil oveja que sigue la voz de su pastor.
Por otra parte, san Pablo en la segunda lectura tomada de su Carta a los Filipenses, nos exhorta a tener una misma manera de pensar, un mismo amor, unas mismas aspiraciones y una sola alma. Esto que parece imposible, no lo es si todos en una comunidad ponen su mejor esfuerzo siguiendo el ejemplo de Cristo Jesús. Nos invita a que no hagamos nada por espíritu de rivalidad. Y luego continúa con un himno que al parecer se recitaba o cantaba en las primeras comunidades cristianas, y que presenta a Cristo en sus tres momentos: como Dios eterno junto al Padre; como Dios encarnado, siervo obediente hasta la muerte; y como Resucitado que vuelve triunfante al lado del Padre, pero llevando nuestra humanidad en su persona. Todo lo contrario al espíritu de rivalidad, es la fraternidad y solidaridad que la gracia de Dios ha suscitado en muchísimos mexicanos luego de los huracanes y de los terremotos.
Con san Pablo podríamos decir que la humildad es como el agua con la que se puede aglutinar la harina y formar una sola masa y luego un solo pan.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
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+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán