HOMILÍA
XXII DOMINGO ORDINARIO
Ciclo A
Jr 20, 7-9; Rm 12, 1-2; Mt 16, 21-27.
“Tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres” (Mt 16, 23).
Ki’olal lake’ex ka t’ane’ex ich maya kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksikal. U t’aan Jajal Dios te domingoa ku ya’alik to’on bix u tuukul Yuumtsil yéetel bix u tuukul le maaKo’obo’.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con afecto y les deseo todo bien en el Señor.
Después de la escena tan hermosa y tan vibrante de intimidad, donde Simón Pedro reconoció a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios vivo, primera confesión de la encarnación del Hijo de Dios; y luego que Jesús declara que Simón es Pedro, es decir, la roca sobre la que edificará su Iglesia, contra la que no prevalecerán las puertas del infierno; hoy continúa un episodio dramático donde Jesús anuncia por vez primera su pasión, muerte y resurrección.
Pedro que tanto quiere a Jesús, se lo lleva a parte para tratar de disuadirlo de semejante proyecto, pues le parece muy dura esa profecía y él no quiere ver padecer y morir a su maestro, sobre todo en un modo tan penoso. Pedro nunca hubiera esperado la respuesta tan dolorosa y desconcertante que la da Jesús, a modo de reprensión: “¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tú modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!” (Mt 16, 23).
¡Qué cambio tan drástico! pues le acababa de llamar bienaventurado porque su confesión de fe no se la había revelado ningún hombre, sino su Padre del cielo (cfr. Mt 16, 17-18). Y lo acababa de llamar “Pedro”, es decir, la roca firme sobre la que edificaría su Iglesia, ¿cómo es que ahora le manda apartarse de él llamándole Satanás? Pedro sin duda ama profundamente a Jesús, pero resulta que de las personas más cercanas y queridas nos puede venir la tentación del demonio. Jesús como hombre, tenía miedo de su destino de muerte y sobre todo de una muerte tan dolorosa y vergonzosa, pero como hijo obediente del Padre no quiere que nada ni nadie se interponga en su santo propósito de dar su vida para redimirnos.
Fijémonos bien en el cambio de las dos escenas y en el motivo de reproche de Jesús. En la primera le había dicho: “esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre del cielo”; y en la segunda en cambio le reprocha: “Tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres”. Y tú, ¿piensas como Dios o piensas como los hombres? Seguramente responderás que eres humano y que no puedes pensar más que como todos los hombres. Pero la verdad es que sí puedes pensar como Dios, como nuestro Padre que te creó a su imagen y semejanza, soplando para ti el aliento de su Espíritu. Y más aún, puedes pensar al modo de Dios siendo bautizado y habiendo recibido al Espíritu Santo en tu confirmación.
El pensamiento de los hombres es el del éxito a como dé lugar, entendiendo como ser exitosos la conquista del dinero, del placer, de la fama o del poder. El pensamiento ético se identifica con el pensamiento de Dios y es el que orienta y pone algunos frenos a esa búsqueda del éxito. Un hombre dedicado a la política puede y debe buscar ser exitoso sin aceptar la corrupción en modo alguno. Otro en su negocio o su trabajo puede y debe buscar el crecimiento económico, sin aceptar los caminos chuecos o el perjudicar a los demás. La vida ofrece placeres sanos y honestos que podemos aspirar sin ofender a Dios ni a nuestro prójimo, y sin dañarnos a nosotros mismos.
El ser humano es capaz de enormes sacrificios, incluso a riesgo de su propia vida. Las inundaciones ocurridas en Houston y otras ciudades de Texas y Luisiana, o luego también en México otro ciclón, han dado oportunidad para que se manifieste el altruismo de quienes desinteresadamente y hasta con riesgo de su vida, han servido como rescatistas de los damnificados. Estos rescatistas voluntarios y todos los servidores de la gente que ha sufrido, son personas imbuidas de los pensamientos de Dios, aún cuando alguno se declarara ateo.
El que ama de ese modo a su prójimo y todo el que esté dispuesto al sacrificio por Dios o por sus hermanos, no es un masoquista que ame el sufrimiento, pues eso es una enfermedad; es más bien una cuestión de amor. Al profeta Jeremías como vemos en la primera lectura de hoy, le tocó sufrir por su papel de profeta toda clase de incomprensiones, sufrimientos y persecuciones a muerte; su vida no fue nada fácil, sin embargo él libremente aceptó el llamado de Dios y su misión. Él se quejó con Dios de la dureza de su misión y le dijo: “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir…”. Algunas veces pensó en olvidarse de Dios y ya no hablar de Él, pero finalmente dijo: “había en mí como un fuego ardiente, encerrado en mis huesos; yo me esforzaba por contenerlo y no podía” (Jr 20, 7-9).
El fuego del profeta Jeremías es necesario para todo hombre y mujer de Dios, no sólo para los sacerdotes, los consagrados y consagradas, sino para todo buen cristiano que quiera de veras servir a Dios y a sus hermanos, comenzando por su propia familia y por cuantos tiene a su alrededor.
Después de que Jesús le habló a Pedro con tanta dureza, se dirigió a sus discípulos diciendo: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará”. Este domingo a nosotros, a ti y a mí, discípulos de hoy, nos dice lo mismo y añade: “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida?”. Todos los bautizados estamos llamados a perder la vida por Cristo en el día a día de nuestro servicio a Dios y al prójimo.
En la segunda lectura san Pablo en su carta a los Romanos nos dice algo semejante: “No se dejen transformar por los criterios de este mundo” (Rm 12, 1-2). Cuántas veces tú o yo nos habremos equivocado como Pedro, aconsejando con amor a un familiar o amigo con la mejor intención, pero con el pensamiento de los hombres y no con el pensamiento de Dios.
En días recientes estuve en Tapachula acompañando a un grupo de directores de casas de migrantes de Latinoamérica, que fueron convocados por nuestro Departamento de Justicia y Solidaridad (DEJUSOL) para recibir formación y experiencia en su contacto con los migrantes. Un día fueron con los migrantes que están en un centro de detención, otro día fueron a visitar a los niños que están igualmente detenidos, otro día visitaron a los mutilados y demás heridos a causa de los accidentes en su camino, y también fuimos a una comunidad de guatemaltecos que trabajan en la separación de basura, teniendo sus muy humildes casas junto a los basureros. Todas estas víctimas que poseen el pensamiento de Dios no están amargados, no han perdido la esperanza ni la fortaleza interior. De otro modo, con los pensamientos de los hombres las cosas serían una verdadera tragedia.
Ha iniciado septiembre, el llamado mes de la Patria. Ojalá que nuestro patriotismo vaya mucho más allá de voladores y desfiles y se manifieste en un compromiso ciudadano por el bien común. Ya se calientan los motores de las elecciones del próximo año que, en nuestro caso de Yucatán, serán federales, estatales y municipales. Esperemos que en este proceso impere el pensamiento de Dios, pues somos un pueblo creyente; y entonces se dé un proceso cien por ciento pacífico, honesto y que todos participemos responsablemente según nuestra propia situación.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán