HOMILÍA
XVI DOMINGO ORDINARIO
Ciclo A
Sab 12, 13. 16-19; Rm 8, 26-27; Mt 13, 24-43.
“Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha” (Mt 13, 30).
Ki’olal lake’ex ka t’ane’ex ich maya kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksik’al. Te’ domingoa’ Jesús ku ya’alik u ajawil le ka’ano’ yéetel ox p’éel ket t’aano’ob.
Nuestra oración siempre llega hasta Dios cuando sale de un corazón creyente y humilde: oración de alabanza, oración de acción de gracias, oración de deprecación, es decir, la que pide perdón por los pecados cometidos, y la oración de petición. Hay quienes sólo oran para pedir lo que necesitan y aún estas personas son escuchadas si piden con fe y devoción. Algunos se desaniman de la oración de súplica porque Dios no les concede lo que han pedido, pero la verdad es que el Padre celestial siempre nos escucha aunque no nos conceda todo lo que pedimos.
En el Huerto de los Olivos nuestro Señor Jesucristo clamaba a su Padre pidiéndole que si era posible, le apartara el cáliz del sufrimiento que venía en su pasión y muerte, pero luego añadía a la súplica que no se hiciera su voluntad sino la del Padre. Así había enseñado a sus discípulos a orar diciendo: “Hágase tu voluntad…” (Mt 6, 10); por eso la Carta a los Hebreos dice que Jesús fue escuchado por su Padre (cfr. Heb 5, 7). Todos deberíamos añadir a nuestra oración de petición el: “Hágase, Señor, tu voluntad”.
En la segunda lectura de este domingo tomada de la Carta de san Pablo a los Romanos, el Apóstol nos dice que nosotros no sabemos pedir como conviene y que por eso el Espíritu Santo viene en ayuda nuestra, orando y pidiendo por nosotros de manera conveniente, de modo que Dios Padre escucha la oración del Espíritu que procede del fondo de nuestro corazón, donde se encuentra el Santo Espíritu.
El evangelio de hoy continúa en el capítulo 13 de san Mateo y nos presenta tres parábolas con las que Jesús explica la realidad del Reino de los cielos, que suena a primera audiencia como una realidad lejana, casi “extraterrestre”. Sin embargo Jesús habla del Reino con una figura sencilla y cotidiana, cercana especialmente a los trabajadores del campo y a las amas de casa.
La primera parábola presenta la imagen de un campo sembrado de trigo, donde junto con el trigo ha crecido la cizaña. También Jesús explicará esta parábola en privado a sus discípulos después de narrarla a la multitud, por lo que sabemos que el sembrador de la buena semilla representa a Jesús, quien siembra con su Palabra; la buena semilla son los ciudadanos del Reino de los cielos, mientras que el diablo siembra la mala semilla, que son sus partidarios; la cosecha es el fin del mundo y los segadores son los ángeles. El sembrador pide a sus segadores que no arranquen la cizaña porque podrían arrancar el trigo junto con ella y les pide aguardar hasta el día de la cosecha.
Esta parábola representa la paciencia misericordiosa del Señor, que quiere esperar a definir bien quién es trigo y quién es cizaña, quién persevera siendo trigo o quién deja de ser cizaña para convertirse en trigo. En todo caso, la cizaña es la mejor prueba para que el trigo demuestre su fidelidad al sembrador y su perseverancia. Quizá hoy más que en otros tiempos, le toca convivir al trigo con la cizaña y el Señor nos pide no adelantar el día del juicio, sino que también nosotros esperemos con esperanza misericordiosa; esperanza de que lo que hoy es cizaña, luego se convierta en trigo. Son tiempos de pluralidad en los que tenemos que aprender a convivir con otros modos de pensar y de vivir sin dejarnos contagiar por ellos.
Por eso se nos dice en la primera lectura, tomada del Libro de la Sabiduría: “Has enseñado a tu pueblo que el justo debe ser humano, y has llenado a tus hijos de dulce esperanza, ya que al pecador le das tiempo para que se arrepienta” (Sab 12, 19). En estos tiempos existe tanta confusión en los valores, que muchos pecadores ni siquiera se dan cuenta de que pecan, porque la confusión les ha adormecido la conciencia. Si Dios tiene paciencia ¿qué nos queda a nosotros sino comprender, tolerar y dejar el juicio en manos de Dios? Él es un Padre bueno y misericordioso, tal como lo aclamamos hoy con el salmo 85: “Tú, Señor, eres bueno y clemente”.
La siguiente parábola es la de la semilla de mostaza que un hombre siembra en su huerto, que es muy pequeña y sin embargo cuando crece, pasa de ser una hortaliza y se convierte en un arbusto en el que vienen los pájaros y hacen sus nidos. La Iglesia fue una pequeña semilla de doce apóstoles; contemplemos ahora sus dimensiones enormes siempre en crecimiento y cuántos son los que se amparan en sus brazos maternales. Veamos la obra de tantos santos y santas; por poner un ejemplo, la obra de la Madre Teresa de Calcuta quien con pocos recursos inició y ahora cientos de hermanas continúan dando amparo a los enfermos y más pobres en tantos países. Vemos que numerosas obras de beneficencia en el mundo inician pequeñas y llegan a ser enormes, como la “Cáritas” que beneficia a tantos necesitados.
Por otro lado, también podemos contemplar a algunas personas incrédulas y pecadoras, que de un leve encuentro con la Palabra se transforman y crecen luego espiritualmente, a tal grado que pueden cobijar en su corazón a personas que vienen a anidar, alimentándose de su fe, esperanza y caridad. Es el Reino de Dios que crece en la Iglesia, que se incrementa en las fundaciones de los santos, que nace y se desarrolla en tantas organizaciones humanitarias; es el Reino de Dios que va creciendo y dando frutos en los individuos.
Y la tercera parábola del evangelio de hoy Jesús la toma del ambiente familiar. Verdaderamente la familia debe ser el mejor espacio para el crecimiento del Reino de los cielos. ¿Quién de nosotros no tiene en su memoria el recuerdo de las comidas maternas o de la abuela?, ¿quién no recuerda toda la vida, las galletitas y los pasteles horneados en casa? Bueno pues, del seno de la familia es de donde Jesús toma esta parábola, comparando el Reino de los cielos con un poco de levadura que la mujer mezcla con la harina y termina por fermentar toda la masa.
Los mejores y más auténticos valores humanos y cristianos los hemos recibido en nuestra casa. La levadura que nuestra madre, nuestro padre y nuestros abuelos nos ponen de chiquillos, nos fermenta espiritualmente para toda la vida. Lo mejor que hay en la mayoría de las personas es lo que aprendimos en nuestro hogar. Ojalá pronto la humanidad reaccione contra las fuerzas que quieren destruir el poder formador del espíritu que tienen las familias.
También esta parábola nos enseña que lo que parece poco y sin influencia, si verdaderamente viene de Dios y se mete en la masa, termina por fermentar. El buen testimonio nunca es inútil y Dios suele valerse de pequeños detalles para provocar que la masa se fermente. Nunca despreciemos el bien por parecernos poco.
En días pasados tuvimos la celebración de la ordenación episcopal de Mons. Pedro Sergio de Jesús Mena Díaz. Agradecemos a las autoridades que facilitaron, junto con el “Centro de Convenciones Yucatán Siglo XXI”, tantos detalles con los que se logró la realización de este evento. Gracias a las miles de personas que asistieron de todos los rincones del Estado y de tantos lugares de México y del extranjero. Gracias a todos los que se unieron espiritualmente y a los que nos siguieron a través de la transmisión por internet. Gracias a los medios de comunicación que colaboraron para que esta bendición fuera conocida por muchos.
Próximamente, con el favor de Dios, vamos a ordenar diácono transitorio al seminarista David Alfonso Tejero Vega, en la parroquia de San Bernardino de Siena, en Sisal Valladolid. Oremos por él para que desempeñe su diaconado en santidad.
Que tengan una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán