HOMILÍA
XIV DOMINGO ORDINARIO
Ciclo A
Zac 9, 9-10; Rm 8, 9. 11-13; Mt 11, 25-30.
“Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados por la carga” (Mt 11, 28).
Ki’olal lake’ex ka t’ane’ex ich maya kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksik’al. Te’ domingoa u T’aan Yuum Kuje’ ku ya’alik to’on Jesuse’ jun túul ajaw, malo’ob p’íis óolal yéetel kabal u yóol.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre, deseándoles todo bien en el Señor.
Como ustedes sabrán en este año vamos siguiendo la lectura continuada del evangelio de san Mateo y de la Carta de san Pablo a los Romanos, mientras que la primera lectura se escoge de algún pasaje de cualquier libro del Antiguo Testamento que coincida con el mismo tema y mensaje del evangelio del día.
Comencemos hoy con la segunda lectura, tomada de la Carta a los Romanos en la que se nos invita a no vivir conforme al desorden egoísta del hombre y mucho menos a no hacer de ese desorden nuestra regla de conducta. Por el contrario, se nos invita a vivir conforme al Espíritu que vive en nosotros (cfr. Rm 8, 9. 11-13). Se trata del Espíritu de Jesús, el que procede del Padre y del Hijo, el que es la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Vive en nosotros por el Bautismo y la Confirmación para inspirarnos el bien, para sugerirnos la voluntad del Padre, para fortalecernos en nuestra debilidad. Nunca nos forzará sino que siempre respetará nuestras decisiones impulsándonos suavemente hacia el bien.
Basta hacer un mínimo de silencio interior para escuchar lo que el Espíritu nos dice, y con mayor razón, cuando nosotros lo invocamos en oración. Lamentablemente hoy en día hay demasiados distractores que, si lo permitimos, nos impiden escuchar al Espíritu. Los espectáculos inconvenientes para la vida cristiana y auténticamente humana, se anuncian en grandes espectaculares por las calles. En las maravillosas redes sociales con frecuencia nos saltan páginas inadecuadas para nuestra salud espiritual. La mentalidad subjetivista que nos invita a darle a nuestro cuerpo cualquier cosa que nos pida, nos asalta por todos lados y a veces de parte de las personas más cercanas y a quienes más queremos, como si no tuviéramos suficiente con nuestra propia debilidad humana.
Así es que urge poner atención e invocar al Espíritu. Dice san Pablo: “Si con la Ayuda del Espíritu destruyen sus malas acciones, entonces vivirán”. Ojalá se pueda decir de cada familia, de cada grupo, de cada parroquia y de todos y cada uno de los habitantes de Yucatán, lo que san Pablo dice al inicio de esta lectura: “Ustedes no viven conforme al desorden egoísta del hombre, sino conforme al Espíritu, puesto que el Espíritu de Dios habita verdaderamente en ustedes”.
En la primera lectura tomada del profeta Zacarías, se invoca a la “hija de Sión”, a la “hija de Jerusalén”, lo cual es una manera profética de referirse y anunciar a la santísima Virgen María. También el profeta Isaías, al hablar a Jerusalén y tratarla como una madre, se refiere proféticamente a la Virgen María, nuestra Madre, a la que se invita a contemplar a todos sus hijos e hijas que vienen a ella (cfr. Is 60, 4). Zacarías invita a la “hija de Sión” a alegrarse y a dar gritos de júbilo mirando a su Rey que se acerca justo, victorioso y humilde.
El Hijo de María es este Rey justo, victorioso y humilde, a quien la multitud aclamó como su Rey, en su entrada triunfal a Jerusalén. Si de Jerusalén decimos con la Sagrada Escritura que es nuestra madre, cómo no ver aquí la profecía de la Mujer a quien Jesús crucificado encargó la tarea de ver a su hijo en el discípulo (cfr. Jn 19, 26). Con aquel Rey se anunciaba un reinado de paz, por eso los cristianos podemos decir hoy en día que donde hay guerra o división no está ahí el Reino de Cristo, y que los que trabajan por la paz trabajan por establecer el Reino de Cristo.
Así como la “hija de Jerusalén” es invitada a alegrarse y a dar gritos de júbilo, y así como María de hecho dijo en su cántico “se alegra mi espíritu en Dios me Salvador” (Lc 1, 47), también Jesús en el evangelio de hoy prorrumpe en una expresión de alegría, dando gracias al Padre, al Señor del cielo y de la tierra, por haber revelado los misterios del Reino a la gente sencilla. Es realmente hermoso ver a un Dios tan humano como para alegrarse y llenarse de tanto gozo, que no le cabe en el corazón y lo expresa públicamente, y da gracias a su Padre en voz alta delante de todos los que le rodean.
Y tú, ¿por qué te alegras?, ¿qué te hace saltar de júbilo?, ¿de qué le das gracias a Dios?, ¿te cuentas entre los sencillos?, ¿te imaginas cómo sería tu vida si no conocieras los misterios de Reino? Los misterios del Reino son, entre otros: que Dios nos ama; que es Uno y Trino; que nos dio a su Hijo como Salvador; que somos hijos de Dios; que María es nuestra Madre; que somos miembros de la Iglesia; que en la Iglesia nos alimenta con su Palabra y con los Sacramentos; que nos ofrece vida eterna. Porque hay muchos que desconocen estos misterios que nos han sido revelados o que conocen esas frases pero no las han recibido con la convicción que da la fe.
Entre la gente sencilla que se alegra por conocer los misterios del Reino se cuentan ricos y pobres, letrados e ignorantes, gente importante en la sociedad o gente simple, pequeños y grandes, hombres y mujeres. La sencillez está en el corazón de los creyentes que reciben los misterios del Reino; la sencillez no está en las cosas secundarias. Nadie se sienta excluido de poder ser contado entre los sencillos de corazón.
Jesús nos invita a aprender de Él, que es manso y humilde de corazón. El corazón manso es el de aquella persona que no hace daño a nadie y que todo lo que hace lo hace con recta intención. El de corazón manso es capaz de perdonar y nunca buscar revancha. El humilde de corazón nunca presume de lo que tiene, de lo que sabe o del puesto que ocupa en la sociedad. El humilde de corazón valora a todos los que le rodean, sin sentirse superior o inferior a nadie. El humilde de corazón se esfuerza por hacer sentir bien a los pobres, reconociendo su dignidad y haciéndola reconocer por todos. El humilde reconoce que todo lo que es y lo que tiene le ha venido de Dios y por eso vive contento y agradecido.
Antes de todo, Jesús invita a los que están cansados y agobiados por la carga a ir hacia Él, prometiendo aliviarlos. Cuántas veces quien está cansado y agobiado, en lugar de refugiarse en el Señor, busca otro tipo de compensaciones que terminan por cansarlo y agobiarlo aún más. En lugar de pensar que nos merecemos todo por estar cansados y agobiados, busquemos la medicina auténtica, es decir, el yugo suave de Jesús y su carga ligera.
No se olviden de separar la fecha del 18 de julio para participar en la Eucaristía de la Ordenación Episcopal de Mons. Pedro Sergio de Jesús Mena Díaz, a las 11:00 hrs. en el centro de convenciones Yucatán Siglo XXI. Si no pueden asistir, les invito a unirse espiritualmente en la oración.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán