HOMILÍA
SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR
Ciclo A
Is 52, 7-10; Heb 1, 1-6; Jn 1, 1-18.
“Y el Verbo se hizo carne
y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14).
“Ki’ olal lake’ex ka ta’ane’ex ich maya, kin tzik te’ex kimak woolal yetel in puksikal, bejlae nojbensik u Paal Dios te kuchil tux ku jajal wakax.”
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre en esta solemnidad de la Navidad y les deseo todo bien en el Niño que nos ha nacido. La Iglesia desde hace dos mil años ha celebrado solamente la Pascua de Cristo, es decir, su paso de la muerte a la vida. Lo hace cada año en la solemnidad de la Pascua (Semana Santa), pero lo hace también cada semana en el así llamado “Día del Señor”, el “Dominicus”, en español “Domingo”; y también lo hace al celebrar cada Eucaristía que es sacramento de la muerte y resurrección de Cristo, quien nos dijo: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22, 19; 1 Cor 11, 24. 25). La Iglesia igualmente celebra la Pascua de Cristo en cada mártir y en cada santo por cuyas vidas pasó el Señor, colmándolos de su gracia.
Fue hasta el siglo cuarto de nuestra era, al cesar las persecuciones del imperio romano contra los cristianos, cuando se pensó en celebrar la Navidad del Señor y se hizo un cálculo del año de su nacimiento. Y así desde entonces los años se cuentan en antes y después de Cristo, por lo que la celebración del año nuevo no tiene por qué desvincularse de la de Navidad. Muchos llaman a esta fiesta “Pascua de Navidad” y no están equivocados, porque en realidad la Palabra eterna del Padre, su Hijo engendrado antes de todos los siglos, pasó a formar parte de nuestra historia en el espacio y el tiempo de nuestro mundo, como un hombre de carne y hueso, con una Madre verdadera, aunque virgen y madre, María; y con un padre verdadero, aunque sólo adoptivo, José, para cuidar de él en este mundo. Dice San Pablo en la carta a los Filipenses: “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo” (Fil 2, 6-7a). Esta es una verdadera pascua que lo dispone para la Pascua de la muerte a la nueva vida de la resurrección.
En estos días de Navidad, desde las posadas, tratamos de pasarla muy contentos, pero no debemos de olvidarnos del fundamento de nuestra alegría, y por supuesto, de que en el festejo no debe faltar la presencia del Señor, pues muchos celebran sin el festejado. Nuestra alegría es cristiana y como tal no es egoísta, pues hemos de buscar la felicidad de los demás; ese es el motivo de reunirnos en familia y con amigos y de hacernos regalos. Desde aquel inconmensurable regalo que recibimos en Belén, no nos cansemos de regalar, de dar y de darnos a nosotros mismos. La gratuidad nos humaniza.
Lamentablemente en estos días nos hemos enterado de tragedias que han traído mucho sufrimiento a algunas personas, como el atentado en un mercado navideño de Berlín donde murieron doce personas y cuarenta y ocho resultaron heridas, catorce de ellas de gravedad; y las explosiones de Tultepec, Estado de México, donde murieron ya treinta y cinco personas, y hay setenta lesionados, algunos de ellos de gravedad. Y hay gente que se pregunta: “¿Cómo es que Dios permite que sucedan estas desgracias? ¡Y precisamente en estos días de la Navidad!”. En primer lugar debe quedar claro que Dios no manda estas desgracias, sino que hay responsables humanos. El atentado de Berlín fue obra de extremistas islámicos que no tienen ningún respeto por la Navidad ni por ninguna otra fiesta cristiana. La inmensa mayoría de la gente que profesa el Islam sabe respetar a los cristianos y a todas las religiones, tal como debe ser. Pero seamos conscientes de que la condición de convivencia global que hay en el mundo actual, poco a poco nos obliga a convivir con gente de otro pensamiento y de otras religiones, y que nuestra fe cristiana tiene cada vez más adversarios. Y respecto a las explosiones de Tultepec, démonos cuenta de la corrupción que hay detrás de esta tragedia, pues aunque hay un instituto que ha recibido millones de pesos para vigilar la seguridad del lugar, se permitieron gravísimas anomalías. Además, nadie supervisaba los comportamientos irresponsables de quienes ahí mismo hacían detonar sus “voladores”.
¿Por qué permite Dios estas cosas en Navidad? En Navidad y en todo tiempo, nuestro Padre Dios respeta pacientemente la libertad de cada ser humano. Si no lo hiciera dejaríamos de ser semejantes a Él y no tendría valor el buen comportamiento, ya que seríamos solamente marionetas obligadas a hacer la voluntad del titiritero. En cambio, dejando que estas cosas sucedan, da oportunidad al corrupto, al irresponsable y al que no respeta la vida de sus hermanos, de que reconozcan su pecado y se arrepientan; y al mismo tiempo, da ocasión a los afectados de que practiquen el perdón. Por otra parte, Él es el consuelo y fortaleza de quienes sufren. Además en estos días de Navidad sigue habiendo enfermos en los hospitales, presos en las cárceles, ancianos abandonados, gente pasando hambre, lo cual nos da oportunidad a todos de acercarnos con caridad a dar apoyo y consuelo a quienes sufren, aunque muchas vece, es más lo que recibimos de ellos que lo que les damos. Navidad es tiempo para amar, tiempo para compartir. Y la gente que muere por causas naturales y sin culpa de nadie, en este día como en cualquier día del año, nos da oportunidad de pensar que ellos nacieron para la vida eterna, y que hemos de estar siempre preparados.
Hoy tenemos la feliz coincidencia de que la solemnidad de la Navidad haya coincidido con el Día del Señor. Para la fiesta de Navidad tenemos cuatro esquemas de lecturas y oraciones en nuestras misas: una misa vespertina de la vigilia, la misa de la noche, la misa de la aurora y la misa del día. En la misa de la víspera, el Evangelio según san Mateo nos presenta la historia del nacimiento de Jesús en la perspectiva del señor san José, descendiente de David, quien da al Niño el nombre de Jesús que significa “Yahvéh salva” (Cfr. Mt 1, 18-25).
En la misa de la noche el Evangelio según san Lucas nos presenta la causa por la cual José y María tuvieron que viajar a Belén, para empadronarse según el mandato del César; nos da el dato de que no hubo lugar para ellos en la posada, por lo que recostaron al Niño en un pesebre envuelto en pañales; y nos da el dato del anuncio del ángel a los pastores y de la multitud de ángeles que esa noche cantaron: “¡Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!” (Lc 2, 14). Es este pasaje del Evangelio el que cada año nos pone de rodillas ante el pesebre, pues, aunque no pudimos estar aquella noche junto a Él, nuestro tradicional nacimiento o Belén nos ayuda a contemplar el Misterio del Dios hecho hombre (Cfr. Lc 2, 1-14).
En la Misa de la aurora, continúa la lectura del Evangelio según san Lucas con el relato de la respuesta de los pastores ante el anuncio del ángel: fueron y encontraron a María, a José y al Niño, y se volvieron alabando y glorificando a Dios por cuanto habían visto (cfr. Lc 2, 15-20). ¿Cómo habrá sido el resto de la vida de aquellos pastores? Sabemos que hay gente que cuando tiene una experiencia de Dios, persevera viviendo en la presencia de Dios, aunque no todos lo hacen. ¿Has tenido experiencia de Dios? ¿Has perseverado en fidelidad y constancia? Dice también que “María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19). Y tú ¿sabes guardar los acontecimientos en tu corazón?, ¿los meditas? ¿o quieres entenderlo todo de inmediato y actuar con rapidez?
En la misa del día el Evangelio según san Juan nos eleva sobre alas de águila para mostrarnos la grandeza de lo ocurrido en la encarnación del Hijo de Dios. Es el prólogo de este Evangelio donde san Juan se remonta a lo alto para explicarnos que el “Logos” (“Verbum” en latín, “la Palabra” en español) existía en el principio, que estaba junto a Dios y que era Dios mismo, y que fue Él quien se hizo hombre y habitó entre nosotros. Al mismo tiempo, Juan nos describe la gran tragedia de que Él haya venido a los suyos y de que los suyos no lo hayan recibido. Y no se trata sólo del drama de aquella noche sino del drama de siempre, del drama de hoy. Pero al mismo tiempo recibimos la grata noticia de que a quienes lo recibamos, nos concede el poder de llegar a ser hijos de Dios. A Dios nadie lo había visto antes pero en Jesucristo nos ha sido revelado (Cfr. Jn 1, 1-18).
Queridos hermanos y hermanas recuerden que la Navidad se continúa celebrando como solemnidad, hasta el día primero de enero en que festejamos la solemnidad de Santa María Madre de Dios, para luego continuar con el tiempo de Navidad, pasando por la Epifanía del Señor (día de los Santos Reyes) y culminar con la fiesta del Bautismo del Señor.
¡Que tengan felices fiestas navideñas! ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán