HOMILÍA
PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO 2016
Inicia nuevo Año Litúrgico, Ciclo A
Is 2, 1-5; Rom 13, 11-14; Mt 24, 37-44.
“Velen, pues, y estén preparados, porque no saben
qué día va a venir su Señor” (Mt 24, 42).
“Ki’ olal lake’ex ka ta’ane’ex ich maya, kin tzik te’ex kimak woolal yetel in puksikal. Le domingoa ku kaja u ki’inil Adviento, ku bisko’on utial kiimbensik Navidad. Le betike ko’one’ex meyajtik le piksikala’ utial u sijil Jesús.”
Muy queridos hermanos les saludo con el afecto de siempre, deseándoles todo bien en el Señor. Celebramos el primer domingo del santo Tiempo del Adviento, camino de preparación para celebrar cristianamente la Navidad. Los comercios desde hace algunas semanas nos están presentando la ambientación navideña y han comenzado a ofrecernos los adornos y regalos propios de este tiempo. Como siempre hemos de cuidar que nuestra Navidad no quede sólo en las cosas exteriores y en gastar lo que no tenemos. La alegría del corazón debe fundarse en que un Niño nos ha nacido, y por eso con los arbolitos, nacimientos, adornos, fiestas y regalos, queremos manifestar nuestro gozo; pero no vaciemos la Navidad de su contenido original: que Cristo nazca en nuestros corazones esta Noche buena.
Al terminar el año del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, el Papa nos ha sorprendido con un hermoso documento titulado “Misericordia et misera” (La Misericordia y la miserable) en donde deja abierta a todos los sacerdotes, la facultad de absolver el pecado del aborto a todos los hombres y mujeres que, habiendo participado de algún modo en ese horrendo crimen, se arrepientan y se acerquen con fe y humildad buscando la misericordia divina en el confesionario. Durante el Jubileo todos los sacerdotes tuvieron esa facultad temporalmente, y ahora la tienen en forma permanente.
Por otro lado la carta apostólica “Misericordia et misera” tiene otras propuestas llenas de misericordia, como el establecer el domingo XXXIII del Tiempo Ordinario como el día mundial de los pobres. Lo dijo con estas palabras: “A la luz del «Jubileo de las personas socialmente excluidas», mientras en todas las catedrales y santuarios del mundo se cerraban las Puertas de la Misericordia, intuí que, como otro signo concreto de este Año Santo extraordinario, se debe celebrar en toda la Iglesia, en el XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, la Jornada mundial de los pobres. Será la preparación más adecuada para vivir la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el cual se ha identificado con los pequeños y los pobres, y nos juzgará a partir de las obras de misericordia (cf. Mt 25,31-46).
Será una Jornada que ayudará a las comunidades y a cada bautizado a reflexionar cómo la pobreza está en el corazón del Evangelio y sobre el hecho que, mientras Lázaro esté echado a la puerta de nuestra casa (cf. Lc 16,19-21), no podrá haber justicia ni paz social. Esta Jornada constituirá también una genuina forma de nueva evangelización (cf. Mt 11,5), con la que se renueve el rostro de la Iglesia en su acción perenne de conversión pastoral, para ser testimonio de la misericordia” (MM n. 21). Es cierto que este día nos ayudará a celebrar la solemnidad de Cristo rey, pero también nos adelanta al camino del Adviento y de la Navidad, porque la mejor forma de celebrar la Navidad es acercarnos a los belenes y pesebres actuales. Muchos son los cristianos que en los días de Navidad se acercan con los pobres, especialmente con los niños, y tratan de alegrarlos con regalos y posadas; otros visitan a los presos y a los enfermos.
Dice también el Papa en la “Misericordia et misera”: “Pensemos solamente en los niños y niñas que sufren violencias de todo tipo, violencias que les roban la alegría de la vida. Sus rostros tristes y desorientados están impresos en mi mente; piden que les ayudemos a liberarse de las esclavitudes del mundo contemporáneo. Estos niños son los jóvenes del mañana; ¿cómo los estamos preparando para vivir con dignidad y responsabilidad? ¿Con qué esperanza pueden afrontar su presente y su futuro?” (MM n. 19).
Se dice que el tiempo de Navidad es un tiempo de fantasías y todos los adultos podemos recordar nuestras fantasías infantiles en torno a la Navidad. En su mensaje el Papa Francisco nos habla de otra fantasía, la de la misericordia a la que nos invita con estas palabras: “Es el momento de dejar paso a la fantasía de la misericordia para dar vida a tantas iniciativas nuevas, fruto de la gracia” (MM n. 18). Se trata de ser creativos en tantas expresiones de misericordia que son necesarias en favor de los necesitados, soñando no sólo con remediar lo inmediato, sino con ir creando una cultura nueva, porque “la cultura del individualismo exasperado, sobre todo en Occidente, hace que se pierda el sentido de la solidaridad y la responsabilidad hacia los demás” (MM n. 18). Una cultura es el modo en que una sociedad piensa, un modo en el que todos o la mayoría comparten juicios y valores sobre la realidad. Por eso “Estamos llamados a hacer que crezca una cultura de la misericordia, basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos” (MM n. 20).
Estamos llamados a crear esa cultura nueva de la misericordia, pero ¿quién nos llama? A todos nos llama la naturaleza, pues el ser humano creado a imagen y semejanza de Dios, es capaz de la misericordia. Cuando el ser humano actúa en la misericordia se humaniza, y por el contrario, se deshumaniza cuando hace a un lado la misericordia. Por eso toda persona se siente plena y felizmente realizada cuando hace el bien. A los creyentes de todas las religiones Dios nos llama para actuar en la misericordia; y a los cristianos es el mismo Jesús, Dios hecho hombre, quien nos llama y nos dice: “Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso” (Lc 6, 36), y nos dice también: “Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7).
La palabra de Dios en este primer domingo de Adviento nos habla de estar preparados, como dice el Evangelio, “porque no saben qué día va a venir su Señor” (Mt 24, 42). Nosotros sabemos cuándo y dónde vino Cristo hace dos mil años, y sabemos que el 25 de diciembre celebraremos su nacimiento, si Dios quiere y nos lo permite; pero no sabemos cuándo será su segunda venida a este mundo, ni cuando nos va a venir a encontrar a cada uno de nosotros en particular. Pero no se trata de cuidarnos para dejar de hacer cosas malas para cuando Él venga, ni se trata simplemente de estar confesados como decimos vulgarmente: “Dios nos agarre confesados”. Mucho más que evitando el mal, mucho más que confesados, el Señor quiere encontrarnos en acción, es decir, practicando acciones de misericordia en favor de nuestros hermanos.
La acción se ve bien reflejada en el ejemplo que pone Jesús en el Evangelio, del padre de familia que vigila sobre sus hijos. La acción se ve bien reflejada también en la primera lectura tomada del profeta Isaías, que nos invita a subir al monte del Señor, nos invita a dejarnos instruir en sus caminos, es decir, a que consultemos sus criterios y que no sean los nuestros los que guíen nuestro actuar. Por eso habla de “machar pos sus sendas”, por eso habla de convertir las ‘espadas en arados’ y las ‘lanzas en podaderas’, es decir, lejos de hacernos mal unos a otros, hacer el bien representado en la agricultura que es dar vida nueva: “¡Casa de Jacob, en marcha! Caminemos a la luz del Señor” (Is 2, 5). Que la luz de los arbolitos navideños y de todos los adornos de las casas y de las calles, represente la luz interior con la que la Palabra del Señor nos ilumina.
De igual modo San Pablo en su pasaje de la carta a los Romanos que tenemos como segunda lectura, nos advierte lo que tenemos que evitar en la cercanía del Día del Señor diciéndonos: “Nada de comilonas ni borracheras”, ¡y cómo urge desterrar la embriaguez en algunos sectores de nuestra sociedad!; “nada de lujurias ni desenfrenos”, ¡y cómo nos invita el mundo a no poner límite a nuestros malos deseos!; “nada de pleitos ni envidias”, ¡y cómo se cuelan las divisiones hasta en las mejores familias, con frecuencia por culpa del dinero! “Revístanse, más bien, de nuestro Señor Jesucristo y que el cuidado de su cuerpo no dé ocasión a los malos deseos”, ¡y cómo nos invita el pensamiento moderno al cuidado desmedido de nuestro cuerpo y al descuido del espíritu! (cfr. Rom 13, 11-14).
Pongámonos en camino hacia Belén purificándonos del pecado como nos sugiere San Pablo, pero sobre todo actuando en el amor y en la misericordia.
¡Que tengan una feliz semana! ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán