HOMILÍA
IV DOMINGO DE ADVIENTO,
Ciclo B
2 Sm 7, 1-5. 8-12. 14. 16; Rom 16, 25-27; Lc 1, 26-38.
“Vas a concebir y a dar a luz un hijo
y le pondrás por nombre Jesús” (Lc 1, 31).
Ki’ olal lake’ex ka t’ane’ex ich kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. Bejla’e’ u kanp’éel domingo’ ti’ Adviento, okiine’ kiimbesik u akáak’abil u siijil Jajal Dios, sáamale’ kiimbesik u ki’imak óolal tso’ok u siijil Yuumtsil. Tuláakal familias u múuchu’uba’ payalchi’i’ tu taan u yotoch Jajal Dios.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo afectuosamente deseándoles todo bien en el Señor. En esta ocasión el cuarto domingo de Adviento coincide con el día de la Noche Buena, por eso las misas del día serán todavía con las vestiduras moradas, encendiendo la última vela de este color, de la Corona de Adviento; en cambio por la noche, con el color blanco de las vestiduras del sacerdote, encendiendo la vela blanca de la corona y entonando el cántico del Gloria, celebraremos la noche de Navidad, depositando la imagen del Niño Dios sobre el pesebre. Todos somos invitados a participar en la misa dominical del último domingo del Adviento y a regresar por la noche o durante el día 25 a participar en la misa navideña.
El rey David tuvo la buena intención de construir un gran templo para el Señor en Jerusalén y se la compartió al profeta Natán diciéndole: “¿Te has dado cuenta de que yo vivo en una mansión de cedro, mientras el arca de Dios sigue alojada en una tienda de campaña?” (2 Sm 7, 2). El profeta Natán animó al rey David a continuar con el proyecto, pero al día siguiente regresó trayéndole un mensaje de parte de nuestro Señor que le decía: “¿Piensas que vas a ser tú el que me construya una casa para que yo habite en ella?… Yo… te daré una dinastía… engrandeceré a tu hijo…. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí, y su trono será estable eternamente” (2 Sm 7, 5. 14. 16). En otras palabras, “tú no me construirás una casa, sino que yo te voy a construir a ti una casa”. Pero el Señor ya no le hablaba de un templo o casa material sino de una dinastía y de una descendencia. Esto lo encontramos en la primera lectura de hoy tomada del Segundo Libro de Samuel.
No todo lo que se nos ocurra, por bueno que nos parezca, es voluntad de Dios, ni siquiera tratándose de un proyecto religioso. Porque Dios es el Señor de la historia y Él espera que nosotros descubramos su plan y nos adaptemos a él, no que le hagamos los planes a Dios. Yo por ejemplo, quise construir un nuevo edificio del Seminario en mi anterior Diócesis de Nuevo Laredo y una Casa Sacerdotal para los sacerdotes ancianos y los enfermos, y no pude hacer ni una cosa ni otra porque los tiempos eran muy difíciles, en cambio Dios nos pidió ofrecer consuelo y fortaleza a la población. Salomón, hijo de David, construyó el templo que su padre no pudo construir. Mi sucesor en aquella Iglesia de Nuevo Laredo retomó los proyectos. ¿Y tú tienes algo que te has propuesto y no hayas podido alcanzar? María y José planearon ofrecerle a su Niño Divino una digna pobre cuna en su casita de Nazaret, y en cambio tuvieron que ofrecerle la miseria de un portal y la dureza de un pesebre.
Sin embargo el rey David no se amargó, sino que al contrario, se alegró por la promesa que el Señor le hizo sobre su descendencia, así como María y José se alegraron al conocer la sencillez de Dios. Por eso con el salmo 88 nos unimos a David, a María, a José y a todos los que reconocen, aceptan, valoran y se alegran con los planes de Dios; y decimos: “Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor”.
El brevísimo pasaje de la segunda lectura, tomado de la Carta de San Pablo a los Romanos, es una doxología, es decir, unas palabras de adoración dirigidas naturalmente a Dios, junto con una acción de gracias por habernos revelado en Cristo el misterio que estuvo oculto durante siglos y siglos. Porque Cristo es el rostro humano de Dios en el que vemos al Padre y al Espíritu Santo; y todas las palabras pronunciadas por los profetas y escritas en los libros sagrados se resumen en una sola: la Palabra hecha carne, Emmanuel (Dios con nosotros), Jesucristo. Ese “misterio” se representa en cada nacimiento hecho en casa, al alcance de los niños, y lejano a los que quieren entenderlo todo con criterios humanos; ese misterio que no acabamos ni acabaremos nunca de contemplar.
En el santo evangelio de hoy según san Lucas, vemos cómo María ante el anuncio del ángel, aceptó ser partícipe en la revelación de ese misterio, no porque poseyera una inteligencia superdotada para entenderlo, sino porque tenía el corazón más grande para abrirse a la voluntad de Dios. La respuesta de María cambió la historia y la suerte de la humanidad. Fue una respuesta amorosa y valiente, llena de fe y de confianza, pues ella estuvo como vendada de los ojos descubriendo poco a poco la historia que le esperaba. La Virgen dijo con humildad: “Yo soy la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que me has dicho” (Lc 1, 38). Antes de su respuesta, María recibió del ángel Gabriel otra información maravillosa: su parienta Isabel, mayor de edad y estéril, estaba en el sexto mes de embarazo. María no recibió esa noticia con el morbo de quien tiene algo para contarle de inmediato a los demás, sino con el compromiso y misión de apoyar a su pariente.
En la Nochebuena la primera lectura, tomada del profeta Isaías, nos traerá la gran noticia: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz… Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado…” (Is 9, 1-3. 5-6). Y entonaremos gozosos el salmo 95 intercalando el estribillo: “Hoy nos ha nacido el Salvador”. La vida nueva del Niño que hoy nos nacerá reclama de cada uno de nosotros vida nueva, porque ese Niño sin palabras nos enseña, como dice san Pablo en su carta a Tito, “a renunciar a la irreligiosidad y a los deseos mundanos, para que vivamos ya desde ahora una vida sobria, justa y fiel a Dios” (Tit 2, 11-14).
El evangelio de esta noche, según san Lucas, nos detalla los sucesos de aquella noche de Belén. El mandato del César de que cada uno fuera a empadronarse a su pueblo de origen puede haber tenido las intenciones más perversas, al querer conocer la grandeza de su imperio o de tantas otras cosas, y tal vez pudo encontrar una y mil críticas. Pero María y José perteneciendo a los “pobres de Yahvéh”, obedecieron con docilidad buscando detrás de la voz del emperador, el plan de Dios a quien ellos obedecían. La profecía de Miqueas (cfr. Miq 5, 1) había anunciado que el Mesías nacería en Belén y nosotros podemos ver además el significado Eucarístico del nombre de este pueblo y del pesebre, pues Belén significa “casa del pan”, y sobre el pesebre se deposita el Pan de vida, que así profetiza su entrega como alimento para sus ovejas.
Vemos además el sentido eclesial de este pasaje, pues son los pastores quienes reciben el anuncio del ángel que viene a decirles que el Mesías ha nacido y van de inmediato a adorar al Niño, pero no van solos sino con sus ovejas. Ellos estaban velando sobre sus rebaños, atentos para cuidar que no viniera el lobo a devorar sus ovejas. Los pastores de hoy hemos de redoblar los esfuerzos, pues somos pocos y los lobos aumentan más y más, tratando de acabar con la buena fe y las buenas costumbres de nuestras ovejas. También vemos la imagen de la gente pobre y humilde reflejada perfectamente en los pastores, porque eran muy pobres quienes ejercían este oficio.
Entre más bello y perfumado sea nuestro nacimiento en casa, pensemos que el establo y el pesebre de Belén, de que no tenían nada de calor sino humedad y mucho frío, y nada de perfumes sino los olores propios de un establo: nada del romanticismo de nuestras tarjetas electrónicas, videos y demás imágenes. Mientras nos conmueve el Dios que nace en tanta miseria y desprecio, pensemos en los migrantes que esta noche no tendrán dónde dormir y en todos los pobres que no tendrán los colores, el calor, la cena, los regalos y juguetes de nuestra feliz Navidad. Pensemos eso, no para amargar nuestra Nochebuena, sino para comprometernos delante de la imagen del Niño Dios a hacer algo, no sólo en la Navidad, sino ordinariamente, en favor de los desprotegidos de este mundo.
Hay un pequeño grupo de personas que han decidido compartir estos días de Navidad y Año Nuevo con todos nosotros; me refiero a los precandidatos o candidatos de cada partido, a los que en forma independiente desde ahora buscan nuestro voto. Tenemos un tiempo bastante amplio para discernir sobre nuestro voto, pero no lo tomemos a la ligera, pensemos con seriedad. No importa cuál sea nuestra elección, ojalá que tanto ellos como cada uno de nosotros quiera elegir a nuestro Señor Jesucristo, pues a México y al mundo le conviene que los criterios del Reino de Cristo dirijan nuestro futuro: sin corrupción, sin injusticias; sin impunidad; sin violencia contra la mujer, contra reporteros, ni contra menores ni contra nadie; sin el poder del narco; sin abuso de menores; sin vicios de ninguna especie.
Que esta Navidad sirva a todos, pero especialmente a los niños y a los jóvenes para soñar en que otro mundo, un mundo según Dios, es posible si todos nos comprometemos a buscarlo y a trabajar por él.
¡Que tengan todos una feliz Navidad, una feliz semana y que sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán