HOMILÍA
IV DOMINGO DE CUARESMA
Ciclo B
2 Cro 36, 14-16. 19-23; Ef 2, 4-10; Jn 3, 14-21.
“El que cree en él, no será condenado” (Jn 3, 18).
Ki’ olal lake’ex ka t’ane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. U T’aan Yuum Ku’ te’ domingoa’ ku ya’alik to’on le máax ku yoksik u yóol ti’ Cristo’ má’ xot kinta’ani’. Bale jun túule’ je’el u páajtal u yéeyik le sáasilo’ wa’ le éekjoch’e’enilo’.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este cuarto domingo de Cuaresma. Ante todo, un saludo afectuoso y respetuoso para todas las mujeres de nuestro Estado, ya que recientemente hemos celebrado el Día Internacional de la Mujer. Ojalá que esa jornada no sólo haya servido para celebrar a las mujeres de nuestra familia felicitándolas o regalándoles una flor, sino para tomar conciencia del camino pendiente aún para dar a la mujer las mismas oportunidades de desarrollo que al hombre.
La fecha del 8 de marzo nos recuerda un acontecimiento trágico sucedido en Nueva York en 1908, cuando un grupo de obreras protestaba por sus difíciles condiciones laborales; y fue así como 129 obreras fueron quemadas vivas dentro de una factoría, en un incendio provocado por los dueños de aquella fábrica. Por eso esta conmemoración debe traer para todos, autoridades y sociedad entera, una revisión de las condiciones de trabajo y de vida en general de las mujeres de hoy, para cumplir con la tarea que falta por acercarlas a vivir en condiciones conformes a su dignidad de personas.
Que el feminismo no sea una lucha amarga contra los hombres, sino que hombres y mujeres nos esforcemos para dar a cada uno, y en especial a cada una, el lugar que le corresponde como ser humano, y para nosotros los creyentes, el lugar que les corresponde a cada una como hijas de Dios. Sería una enorme incongruencia para nuestra fe rendir gran homenaje y devoción a María santísima, y por otra parte faltar al respeto en cualquier forma a las hijas de Dios que nos rodean, con alguna clase de injusticia o falta de caridad.
En la primera lectura de este domingo, tomada del segundo Libro de las Crónicas, Dios es presentado como Señor de la historia. Este pasaje muestra una síntesis de varios siglos de la vida del pueblo de Israel durante el tiempo de los reyes, en el cual los profetas llamaban una y otra vez al pueblo al cambio de vida, a volver a la fidelidad a Dios y a su ley. Como los profetas fueron ignorados por el pueblo, vino el gran castigo de la invasión de los babilonios, quienes destruyeron el templo y la ciudad llevándose deportados a Babilonia a una gran parte de la población. Luego de sesenta años de destierro, los persas vencieron a los babilonios y permitieron al pueblo de Judá volver para reconstruir la ciudad de Jerusalén y el templo.
Tanto el destierro como el regreso fueron profetizados por Jeremías a través de la inspiración divina. Dios obra todo en todos, pues los profetas hablaron en su nombre; los babilonios castigaron a Judá sin saberlo siendo la mano de Dios; finalmente Dios los devuelve a su tierra por medio del rey de Persia, como dice la lectura: “el Señor inspiró a Ciro, rey de Persia” (2 Cro 36, 22). Tu historia, mi historia y la de todos está en las manos de Dios. No cabe duda de que “Dios escribe derecho en los renglones chuecos de la humanidad”.
Con el salmo 136, recordamos toda la nostalgia y la tristeza que experimentaba el pueblo desterrado en Babilonia, alejado de su tierra y de su templo. Hoy podemos decir como los israelitas en Babilonia, las palabras de este salmo con el estribillo que dice. “tu recuerdo, Señor, es mi alegría”. Siempre han habido desplazamientos humanos y todos los que se van a vivir a otra tierra añoran a su familia y las costumbres del lugar donde nacieron. Muchos y muchas (porque también son muchas mujeres) tienen que migrar en medio de amenazas y peligros; muchos y muchas terminan en tierra extraña con lenguaje y costumbres desconocidas, trabajando como esclavos prácticamente con salarios y condiciones de trabajo injustos; muchos y sobre todo muchas terminan siendo víctimas de la trata. Yo los invito a todos ustedes hermanos, para que en este día digamos junto con ellos y ellas: “tu recuerdo, Señor, es mi alegría”. De todas maneras, la mayoría de ustedes tienen que estudiar o trabajar en lugares donde parece no haber espacio para nuestro Dios; sin embargo ahí en el silencio de nuestro corazón podemos repetir una y otra vez: “tu recuerdo, Señor, es mi alegría”.
En la segunda lectura de hoy tomada de la Carta de san Pablo a los Efesios, el Apóstol nos recuerda la gratuidad de la salvación cuando nos dice: “Por pura generosidad suya hemos sido salvados” (Ef 2, 5). Esto debe animar a los que se piensan a sí mismos creyendo que por sus grandes pecados no tienen perdón de Dios; y debe bajar de su pedestal a quienes se crean acreedores de la salvación por sus propias obras, pues dice san Pablo: “En efecto, ustedes han sido salvados por gracia” (Ef 2, 8). Nadie ha de desanimarse y nadie ha de presumir. La Cuaresma y toda la vida cristiana son un llamado para acercarnos a la salvación que Cristo ya nos ha ganado.
Basta creer en Jesús muerto y resucitado por nosotros para ser salvados. La Cuaresma es un tiempo especial para contemplar la cruz de nuestro Señor Jesucristo, no con el amarillismo con el que se presenta una nota roja, sino con el amor y la fe que nos lleva a extasiarnos. Por eso celebramos los viacrucis, para contemplar la cruz del Señor. En el evangelio de hoy según san Juan, Jesús le dice a Nicodemo: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre” (Jn 3, 14). En un poste Moisés levantó una serpiente de bronce en el desierto, para que los israelitas que habían sido mordidos por estos reptiles a causa de su murmuración, vinieran a mirarla y se curaran. Jesús se compara con este animal de bronce, porque él mismo asumió los pecados de toda la humanidad para clavarlos en la cruz (cfr. 2 Cor 5, 21; 1 Pe 2, 24).
En el evangelio de san Juan, el verbo “levantar” tiene el sentido de “glorificar”, porque si la muerte en cruz era la más dolorosa y vergonzosa, para Jesús se trataba de la muerte más amorosa, pues se entrega libremente en obediencia al Padre y por amor a nosotros. Jesús al ser levantado se ve a sí mismo ya triunfante y glorificado por su obediencia y por su amor. Suele suceder que cuando el mundo nos glorifica, termina por hundirnos y perdernos. La fama y la gloria humana con frecuencia, si no estamos atentos, nos desubican y nos hunden como personas y como creyentes. El dinero, el poder político y toda clase de triunfos son siempre un riesgo para el espíritu. El amor abnegado que nos lleva a entregarnos al servicio de los demás en el día a día, nos eleva ante Dios y ante las personas con criterios de fe.
Es voluntad del Padre que todo el que crea en su Hijo no perezca, sino que tenga vida eterna. Hay que tener cuidado para no confundirse con el tema de la fe y las obras, pues aunque Cristo ya nos ha salvado, se espera de los creyentes un estilo de vida que los distinga como tal.
La fe auténtica no es un ejercicio mental solamente, sino una práctica vital e integral que nos lleva a acercarnos a la luz del Señor Jesús. Las tinieblas significan las obras del mal; en cambio las obras del bien conforme a la verdad, pueden tranquilamente ponerse bajo la luz porque no hay nada que esconder. Quienes contienden por los distintos cargos de autoridad para las próximas elecciones se desacreditan unos a otros, acusándose mutuamente de obras que fueron hechas en las tinieblas; obras de corrupción, confundiendo a los electores y desanimando en gran medida la participación ciudadana. Si somos personas de fe, nuestras obras, es decir, nuestra manera de vivir, ha de ser luminosa. Quien se corrompe con obras malas se pone del lado de las tinieblas; y el que no hace ni el mal ni el bien, permanece en la frontera entre las tinieblas y la luz, en la penumbra de la mediocridad.
Tomemos todos la firme decisión de caminar en la luz. La contemplación diaria del Crucificado debe llevarnos a este caminar en la luz.
¡Sea alabado Jesucristo! Que tengan todos una feliz semana.
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán