HOMILÍA
III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo B
Jon 3, 1-5. 10; 1 Cor 7, 29-31; Mc 1, 14-20.
“Arrepiéntanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15).
Ki’ olal lake’ex ka t’ane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. U T’aan Yuumtsil te domingoa’ ku yéesik to’on u chumpajak u ministerio Jesús, ku t’aanko’on ka k’eex óol yéetel ku ya’alik ti’ le yáax aj kambalo’obo’ ka xíiko’ob tu pach.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor.
Quiero en primer lugar saludar a los miles de jóvenes que acudieron al Encuentro Juvenil Diocesano en el “Complejo Deportivo Olímpico Inalámbrica”, donde dimos a conocer el proyecto diocesano llamado “Joven, dale vida a tu vida”. Ojalá cada uno de ustedes muchachos y muchachas que asistieron a este evento sean seguidores y primeros beneficiarios de este proyecto, pero que también sean evangelizadores que lleven a sus parientes, amigos, vecinos y compañeros jóvenes, la buena nueva de este proyecto que quiere acompañar a la juventud en su camino de fe y en su discernimiento vocacional.
El llamado es para todos ustedes jóvenes y para todos ustedes hermanos y hermanas, porque la llamada que Jesús hace a la conversión rejuvenece el alma y alegra el corazón. De hecho la Palabra de Dios en este domingo trata del llamado y envío a los primeros discípulos, así como de la llamada a todos a la conversión.
Siglos antes de la venida de Jesús, el Señor Dios eligió a Jonás como su profeta, es decir, como quien debía hablar en nombre suyo. La misión de Jonás no era nada fácil, pues siendo él isrealita, Dios le envió a predicar a una nación pagana, a Nínive, la gran capital de Babilonia. Además su predicación contenía una advertencia o amenaza: “Dentro de cuarenta días Nínive será destruida”. No era previsible tener éxito con aquella clase de gente y con semejante mensaje. Pero para asombro suyo, la gente creyó en su predicación, se convirtió e hicieron penitencia, desde el rey y hasta el último habitante, pidiéndole al Señor que perdonará su forma de vivir y sus pecados (Jon 3, 1-5. 10).
Tu misión como cristiano, profeta por tu bautismo, tampoco es nada fácil, porque hoy los cristianos nos movemos en un ambiente pagano donde las personas con las que trabajamos o convivimos se han alejado de Dios y ya no creen en él, o quizá tengan un concepto de Dios muy cómodo, hecho a la medida de su forma de vivir y que tal vez piensan: “Dios me quiere y me acepta tal como soy”. El pensamiento individualista que no deja ver a muchos más allá de sus propios intereses; el pensamiento materialista que hace a muchos pensar solamente en lo que se tiene o en lo que se quisiera tener; el pensamiento relativista que no acepta ninguna verdad objetiva, ni casi ninguna regla ética o moral; y el pensamiento pansexualista que hace creer que todo se vale en materia sexual, son modos de pensar totalmente lejanos al Reino de Dios.
Que difícil es tu misión de profeta en ciertos ambientes, donde la regla es no hablar de política ni de religión para no crear polémica ni división; sin embargo cuando se enteran de que tú asistes a misa o de que perteneces a alguna agrupación católica, te pueden hacer objeto de toda clase de críticas, burlas o cuestionamientos. Definitivamente lo mejor es predicar con un buen testimonio de vida, honesto, sincero, trabajador, respetuoso, amigable, veraz, fiel y de buen colaborador; aunque por otro lado, no se excluye que si eres cuestionado, respondas con serenidad, respeto y certeza, dando razón de tu fe así como de tu esperanza cristiana. Quizá tu comportamiento y tus respuestas logren atraer a más de uno a nuestro Señor Jesucristo.
En el santo evangelio según san Marcos, tenemos el inicio del ministerio de Jesús, que sucede luego de que Juan el Bautista fue arrestado; e inicia en Galilea, por eso algunos lo llamarán “el Galileo”. Jesús decía: “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15). El tiempo cumplido se refiere a que ha llegado el momento de la realización de todo lo que anunciaron los profetas, lo que generación tras generación se esperaba en Israel. En su persona se cumple la esperanza y con él llega el Reino de Dios, porque antes reinaba la ley, pero al llegar Dios en persona trajo para el mundo todo su amor junto con los demás valores del Reino: vida, verdad, justicia, gracia y paz. Así se anuncia la novedad de la salvación que requiere nuestro arrepentimiento de todo lo malo que hayamos hecho, así como nuestra fe para creer en el Evangelio, que es lo mismo que creer en él porque es la Buena Nueva en persona.
Esta llegada del Reino de Dios se sigue cumpliendo y ahora al iniciar el año 2018 llega el Reino dándonos la oportunidad de gozar de la misericordia divina y de abrirnos al gozo de la buena nueva del Evangelio.
Inmediatamente, Jesús llama a sus primeros cuatro discípulos, que son dos parejas de hermanos, Simón y Andrés y Santiago y Juan. Ellos eran pescadores y en ese momento estaban en su trabajo, los primeros echando las redes en el lago, y los segundos remendando las redes. Al escuchar el llamado de Jesús, ellos abandonan su barca y las redes, e incluso Santiago y Juan dejan a su padre junto con los trabajadores, para convertirse en pescadores de hombres. Qué fuerza y autoridad tenía la voz de Jesús para que ellos le obedecieran y dejaran todo y a todos al instante. Definitivamente que ellos eran buenos judíos, gente sencilla, gente trabajadora, que esperaban la llegada del Mesías, y que, al escuchar la predicación de Jesús, y conocer su poder de obrar milagros, tomaron la decisión de seguir a Jesús.
Muchas veces se da el caso de que el Señor llame a dos o más hijos de una misma familia para servirle. El pasado 28 de diciembre asistí al funeral de una buena mujer, madre de catorce hijos, del los cuales uno es hermano marista que tiene años evangelizando en Haití, y tres hijas más son consagradas, dos salesianas y otra miembro de un instituto seglar. La verdad es que cuando el Señor llama a un miembro de una familia, la llama en realidad a toda, pues una vocación termina por transformar a toda su familia. De igual modo, muchas familias sin tener un sacerdote o alguna consagrada, tienen laicos muy comprometidos en la obra evangelizadora.
Hoy en día Jesús continúa llamando a las familias para abrirse a recibir el Reino de Dios en su seno; y así como se fijó en aquellos pescadores de Galilea, se fija ahora en ti, hombre o mujer de trabajo, gente buena y trabajadora, gente de fe, para que aún sin salir de tu ambiente familiar o de trabajo, ahí mismo te conviertas en un trabajador de su Reino.
San Pablo en la segunda lectura, tomada de su Primera Carta a los Corintios, los llamaba a ellos, y ahora Dios nos llama a nosotros, a relativizar todas las realidades en las que vivimos, aún las más buenas y las que más disfrutamos, pues todo pronto va a terminar. En su tiempo san Pablo y los primeros cristianos esperaban la segunda venida de Cristo como algo sumamente cercano. Por lo cual decía el Apóstol: “Conviene que los casados, vivan como si no lo estuvieran; los que sufren, como si no sufrieran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran, como si no compraran; los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran de él” (1 Cor 7, 29-31).
Esto nos invita a darnos cuenta de que lo que hoy tenemos, pronto, muy pronto quizá, podríamos no tenerlo. Por cuanto toca al matrimonio y a todas las personas que amamos, también hemos de considerar que hoy las tenemos, pero el día de mañana nos sabemos si nos van a faltar o si somos nosotros los que vamos a faltar. Todo es relativo, nada ni nadie es absoluto sino sólo Dios. Él es el único Absoluto, por eso decía santa Teresa: “Sólo Dios basta”.
El pasado 18 de enero inició en el mundo entero el “Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos”, durante el cual cristianos de todas las denominaciones, somos invitados a orar por la unión de todos los que hemos recibido un mismo Bautismo, y tenemos puesta nuestra fe en el Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo el Señor.
En Mérida habrán algunas celebraciones ecuménicas en distintas iglesias cristianas, a las que todos estamos invitados a participar. Por mi parte pido que en cada parroquia de Yucatán se ore con esta intención y que puedan reunirse con los pastores y fieles de otras comunidades cristianas que estén abiertos a esta posibilidad. Unámonos todos a la oración de Jesús en la última cena: “Padre, que todos sean uno” (Jn 17, 21).
¡Sea alabado Jesucristo! Que tengan una feliz semana.
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán