HOMILÍA
XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo C
Ha 1, 2-3; 2, 2-4; 2 Tim 1, 6-8. 13-14; Lc 17, 5-10.
“No somos más que siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17, 10).
In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Táan káajsik u k’iinil misiones yéetele’ k’a’abet ch’a’ik u jaajil Bautismo tu’ux ts’aik u muuk’il u k’iinil confirmación; yéetele’ áantiko’ob máaxo’ob ts’o’ok u bino’ob ti’ misiones táanxe’ lu’umilo’ob. Bey xan u winalil Rosario, ke’exi’ ka’a suuka’ak to’on beetik u kiili’ich le ts’aj óolala’. U Ma’alob Péektsil bejla’e’ ku ya’alik to’on u jaajil ts’aj óolal yéetel ka’a kuxlak ichilo’on le siibalo’ob ts’o’ok k’amiko’.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este domingo vigésimo séptimo del Tiempo Ordinario, primer domingo de octubre.
En el santo evangelio de hoy, según san Lucas, los Apóstoles le piden a Jesús que les aumente la fe. Y tú, ¿le pedirías a Jesús que te aumente la fe?, ¿O crees que ya tienes suficiente? ¿Cómo podrías medir la fe que tienes? Hay gente que cree tener fe, aunque lo que tiene es optimismo de que le debe ir bien. Muchas veces he escuchado a gente que dice, ante un problema o enfermedad: “Diosito es muy bueno y me tiene que ir bien”, pero la verdad es que si no nos va bien, si continuamos enfermos, Dios continúa siendo bueno.
El que tiene verdadera fe no es quien confía en que Dios le resuelva sus problemas, sino el que confía en que, pase lo que pase, Dios permanece junto a él, aún en los peores momentos. El hombre y la mujer de fe son los que se abandonan en las manos de Dios nuestro Padre, y rezan siempre pidiendo como Jesús en el Huerto de los Olivos: “Mas no se haga según mi voluntad, sino la tuya”. Quien tiene fe reza el Padre nuestro en serio creyendo cada palabra que dice: “Hágase, Señor tu voluntad”.
Además, quien tiene fe es el que implica su vida en aquel en quien cree: en Jesús. Como los Apóstoles que, por creer en Jesús, lo habían dejado todo para ir detrás de él; luego su fe fue madurando hasta que cada uno de ellos, a su tiempo y a su manera, sufrieron el martirio a causa de la fe y murieron; sólo entonces tuvieron una fe plena en Jesús. Así es que, más que los conocimientos, más que los sentimientos, la fe es lo que se muestra en las obras, como decía el Apóstol Santiago: “Muéstrame tu fe sin obras, que yo por mis obras te mostraré mi fe (St 2, 18)”.
En la primera lectura, el profeta Habacuc pregunta al Señor hasta cuándo lo escuchará, hasta cuándo denunciará a gritos la violencia que reina, sin que venga a salvarlo el Señor. La fe implica muchas veces caminar en la oscuridad, sin ver con claridad el sentido de la vida y el sentido de la fidelidad al Señor.
El hombre y la mujer de fe, al igual que Habacuc, continúan su vida adelante, aunque tantas veces no puedan entender lo que Dios permite que les suceda, pero vamos avanzando con la convicción de lo que el Señor le reveló al profeta: “El malvado sucumbirá sin remedio; pero el justo, en cambio, vivirá por la fe” (Ha 2, 4).
Las personas de fe, día con día, van arrancándose del lugar de sus seguridades, para ir a plantarse en el mar de la voluntad de Dios, cuyas aguas no sabemos a dónde nos llevarán. Hay quienes, cuando hacen algo bueno, esperan de inmediato una recompensa de Dios o de alguien más; sin embargo, Jesús en el evangelio de hoy enseña a sus discípulos -quienes en la actualidad somos cada uno de nosotros-, que cuando hagamos algo bueno pensemos y digamos con toda convicción y seguridad: “No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17, 10). ¿Estímulos?… el Señor nos los dará de vez en cuando; ¿recompensa verdadera?… cuando culminemos nuestra misión y lleguemos junto a Él.
A todos nos sirve escuchar la exhortación que le hace san Pablo al joven obispo Timoteo, en la segunda lectura que hoy escuchamos: “Te recomiendo que reavives el don que recibiste cuando te impuse las manos” (2 Tim 1, 6). A todos nosotros nos impuso las manos el obispo el día de nuestra confirmación: por lo tanto, reaviva tu don, no lo dejes dormir.
Pablo le dice y nos dice también algo que nos viene muy bien, sobre todo en este mes de las misiones: “No te avergüences, pues, de dar testimonio de nuestro Señor” (2 Tim 1, 8). Sobre la enseñanza cristiana que todos hemos recibido, quien más, quien menos, en alguna parte de nuestra vida podemos recibir este mensaje de san Pablo: “Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo” (2 Tim 1, 14).
A propósito de “reavivar”, en el mes de octubre estamos todos llamados a renovar nuestro espíritu misionero, ya que es considerado el mes de las misiones. En el tercer domingo de este mes haremos la colecta tradicional en favor de las misiones “ad gentes”, es decir, hacia las naciones, hacia los pueblos lejanos, donde hay sacerdotes, religiosas y laicos misioneros, salidos de nuestro México, mismos que atienden parroquias, hospitales, escuelas, más otros centros de caridad.
Recordemos también que el compromiso misionero adquirido en nuestro Bautismo y Confirmación nos hace ser testigos de Cristo aquí y ahora. Todos los laicos, es decir, todos los bautizados que no han sido ordenados en algún ministerio o que no han emitido votos religiosos, tienen la misión primera de impregnar el mundo con el espíritu del Evangelio, y así, aunque no desempeñen ninguna función hacia dentro de la Iglesia, los consideramos como “laicos comprometidos”.
Además, octubre es mes del Santo Rosario, en el que nos proponemos reforzarnos en esta bellísima devoción que nos lleva a meditar todos los misterios de la vida, predicación, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, y a honrar a María, Madre de Dios y Madre nuestra, en cada Ave María, en las que recordamos a la vez el momento de la Encarnación del Verbo de Dios. Por otra parte, Nuestra Señora del Rosario es patrona del Seminario Arquidiocesano, a la cual celebraremos, Dios mediante, este próximo día 7 de octubre.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán