HOMILÍA
XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo C
Jer 38, 4-6. 8-10; Heb 12, 1-4; Lc 12, 49-53.
“He venido a traer fuego a la tierra” (Lc 12, 49).
In lake’ex ka t’aane’ex ich maaya, kin tsikike’ex yéeteel kimak óolal. Ti le evangelio bejlae’, ku ya’alik ti to’on Jesús: Talajanen in taas k’aak way yo’ok’ol kaabe. Le k’a’ak jela’, eem ti u aj-kambalo’ob yeetel u muuk kili’ich Ik’al. La jela’ u k’at u ya’ale’, ek Yuumtsile taak u yiliko’one’ex t’aaba’ ek puk’si’ik’al, ma’ ema’an ek óoli. Aantene’ex in ts’a’ak nip óolal tumen taan in k’imbesik 24 ja’ab bey obispo yéetel 45 bey aj- k’iim.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este vigésimo domingo del Tiempo Ordinario.
Una de las líneas teológicas del evangelio de san Lucas es el tema del Espíritu Santo. Cuando Jesús nos dice hoy que ha venido a traer fuego a la tierra seguramente se refiere a las llamas de fuego que en Pentecostés se posarán sobre las cabezas de los Apóstoles. Al decir Jesús: “¡Cuánto quisiera que ya estuviera ardiendo!” (Lc 12, 49), se refiere a ese fuego del Espíritu que hace arder los corazones de los fieles en amor a Dios. Jesús nos quiere apasionados en su seguimiento; de hecho, desde que la Iglesia nació se ha visto perseguida y miles de cristianos, desde el diácono mártir san Esteban hasta nuestros días, han muerto voluntariamente por confesar su fe en Cristo resucitado.
No todos los apasionados por Cristo han tenido que morir en un martirio, pero sí la lista se agranda más y más con todos los que han vivido las virtudes cristianas en un grado heroico durante su vida: casados, solteros, viudos, jóvenes, adultos o viejos; laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas, todo género de vida cristiana tiene abundantes testimonios de gente que vivió en forma apasionada su fe. Más que el ateísmo, más que la frialdad en la fe, lo que el Señor detesta es la tibieza. Recordemos lo que dice el Apocalipsis: “¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero, como eres tibio y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Ap 3, 15-16).
Durante los primeros diez años de este milenio, todo el bombardeo mediático contra los sacerdotes que incurrieron en pecados graves, ha sido ocasión o pretexto de que muchos se alejen de las cosas de Dios, catalogando y etiquetando en general a todos los sacerdotes, hasta a los más santos, para justificar su enfriamiento.
Por otro lado, las ideologías de moda que buscan anidarse especialmente en la mente de los niños y jóvenes, tales como el materialismo, el relativismo, el individualismo, el pansexualismo y la ideología de género, presentan a la Iglesia como la enemiga de todas ellas, como la conservadora o retrógrada, terminando por enfriar o entibiar la fe de muchas personas, que se van alejando de Dios, cayendo en un ateísmo, al menos de tipo práctico.
Todo lo anterior presenta grandes retos para la evangelización, la cual debe continuar en medio de ambientes difíciles, incluso hostiles, a la fe. También son grandes los retos para la Pastoral Vocacional, en la búsqueda de más candidatos al Seminario y a la Vida Consagrada. Esta pastoral debe estar perfectamente integrada con la Pastoral de Adolescentes, la Juvenil, la de Monaguillos y la Universitaria, ya que todos los jóvenes necesitan un acompañamiento particular en su proceso de fe y en el descubrimiento del propio llamado que Dios le hace a cada uno.
También dice Jesús: “Tengo que recibir un bautismo, ¡y cómo me angustio mientras llega!” (Lc 12, 50). Él había sido bautizado por Juan el Bautista en el Jordán, pero ahora se refiere al bautismo en su propia sangre, que recibirá en su pasión y cruz. Tal vez sólo los condenados a muerte puedan darse una idea de lo que significa esa angustia de Jesús, al ser consciente de la muerte que sufriría; aunque no es lo mismo esperar la silla eléctrica o una inyección letal que esperar el tormento de la cruz.
Sin embargo, en el corazón y la mente de Jesús no sólo había angustia de miedo, sino también angustia de amor, pues deseaba cumplir su misión mostrando total sumisión a su Padre celestial, y a la vez demostrarnos con su entrega que “nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Esto nos da una idea de cuánto sufrió Jesús desde antes de su pasión; nos da una idea de cuánto nos ama, brindándonos el ejemplo de cómo hemos de obedecer totalmente a Dios nuestro Padre.
Jesús dice que no ha venido a traer la paz, sino la división a la tierra. Estas palabras no las hemos de querer aprovechar para justificar nuestros pleitos y antipatías, sino que debemos interpretarlas en el sentido de que, si vivimos apasionadamente nuestra fe, encendidos por el fuego del Espíritu, necesariamente vamos a encontrar personas, aún entre los familiares y demás conocidos, que se opongan y critiquen nuestra manera de vivir la fe, e incluso tal vez se alejen de nosotros. Por eso hay tantos que les conviene llevar la vida cristiana de una forma light, tibia, para no enfrentarse con nadie, pues prefieren conservar amistades humanas, sin importarles tanto la amistad de Dios.
Por eso en la primera lectura, tomada del Libro de Jeremías, encontramos a este profeta con muchos enemigos que tratan de acabar con su vida. Realmente la pasó muy mal por tanta persecución y adversarios. Sin embargo, nunca perdió la amistad de Dios, al grado de convertirse en un anuncio viviente de la entonces futura pasión de Jesús. El salmo 39 expresa muy bien la confianza que el profeta tuvo siempre en el Señor, y la que tienen todos los que intentan vivir en fidelidad a nuestro Dios.
La segunda lectura, tomada de la Carta a los Hebreos, luego de haber presentado un elenco de testimonios de algunos personajes del Antiguo Testamento, quienes demostraron su fe pasando por muchos sufrimientos, nos invita a “correr con perseverancia la carrera que tenemos por delante, fija la mirada en Jesús” (Hb 12, 1-2). Hay quien puede llevársela a paso lento o estar totalmente paralizado.
La vida cristiana implica esfuerzo constante, como un corredor en la pista, contemplando lo que sufrió Jesús, pero sobre todo viendo la gloria que él alcanzó, misma que nos quiere compartir. Posteriormente concluye el pasaje con unas palabras que, si las tomamos en serio, son verdaderamente retadoras para nuestra fe, pues dice: “Porque todavía no han llegado a derramar su sangre en su lucha contra el pecado” (Hb 12, 4). Tratemos de alcanzar “la medalla de oro”, como tantos deportistas que hacen esfuerzos casi sobrehumanos en los estadios y canchas deportivas.
El pasado jueves 14 de agosto, el Señor me concedió llegar a mis primeros 24 años de ministerio episcopal, y el viernes 15, en la solemnidad de la Asunción de María Santísima en cuerpo y alma al cielo, me concedió llegar a mis primeros 45 años de vida sacerdotal. Agradezco profundamente a todos los que asistieron en la Catedral, a la misa de acción de gracias, también a todos los que me felicitaron, pero más aún, a quienes me encomendaron en su oración. Dios les pague por su bondad.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán