HOMILÍA
XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo A
Sab 12, 13. 16-19; Rom 8, 26-27; Mt 13, 24-43.
“Explícanos la parábola de la cizaña
sembrada en el campo” (Mt 13, 36).
In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maaya, kin tsikeke’ex yéetel ki’ikmak óolal. Te’ domingoa’, Jesús ku yéesik u láak óox p’éel ket t’aano’ob u ti’al u tsa’aik ojelbi u Ajawil Ka’an: le k’aas xíiwo’ob ichil le trigo; le chichan ne’ekil mostaza; yéetel le levadura’ ku líisik le júuch’o’.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este domingo décimo sexto del Tiempo Ordinario. Como cada tercer domingo de mes, unidos a toda la Iglesia de México, oramos por la paz. Ahora nos unimos en oración, acompañando el proceso de los conversatorios que se han tenido en diversos lugares de nuestra Nación y otras iniciativas que se están realizando a favor de la paz. Dios bendiga estas experiencias.
El domingo pasado escuchamos la primera parábola de Jesús, tomada del capítulo 13 de san Mateo. Hoy continuamos con otras tres parábolas que aparecen en el mismo capítulo: “La Cizaña mezclada con el trigo”, “La Semilla de mostaza” y “La Levadura en la masa”. Igualmente, las tres parábolas le sirven a Jesús para explicar la realidad del Reino de los cielos.
La parábola de la cizaña es la más importante, porque al igual que la del sembrador, los discípulos le piden a Jesús que se las explique en privado, por eso nosotros tenemos la certera explicación de los labios del mismo Cristo del significado de esta parábola. Se trata de un hombre que mandó sembrar trigo en su campo, pero que luego, cuando creció el trigo, sus trabajadores vinieron a reportarle que junto con el trigo estaba saliendo la cizaña, y ellos se preguntaban de dónde venía ésta. Entonces el dueño les contestó que un enemigo suyo la había venido a sembrar.
La explicación de la parábola es breve y clara. Dice Jesús: “El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre, el campo es el mundo, la buena semilla son los ciudadanos del Reino, la cizaña son los partidarios del maligno, el enemigo que la siembra es el diablo, el tiempo de la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles” (Mt 13, 37-39).
La primera lección que hemos de recoger es ésta: El mal no procede de Dios, sino de su enemigo el diablo. Dios tolera el mal para bien de todos, aunque a veces nos sea difícil entenderlo. Dios a todos nos creó buenos y para el bien, y cada uno es responsable de sus propios actos, sin poder culpar a nadie de sus errores y pecados. Sin embargo, cada quien decide lo qué es, si trigo o cizaña.
De hecho, los trabajadores del hombre de la parábola se ofrecen para ir a arrancar la cizaña, pero el dueño les dice que no, porque podrían llevarse de encuentro al trigo. Cuando la violencia del crimen organizado estaba muy fuerte en el norte de México, en una ocasión me tocó escuchar que una joven platicaba con un amigo y le decía que iba a la Ciudad de México a la boda de una pareja de Monterrey, pero que se casaban allá por la inseguridad que reinaba Monterrey. Entonces ella comentó: “Ojalá que ya maten a todos los malos y que quedemos solamente los buenos”.
Qué triste comentario, porque los “buenos” no somos tan buenos y los “malos” alguna vez fueron buenos y podrían arrepentirse volviendo a la senda del bien. Este es el sentido de esta parábola. Dios permite que la cizaña esté ahí para probar la calidad del trigo. Un mundo donde todos fuéramos totalmente buenos, no sería el mundo, sino el cielo.
Por eso la primera lectura, tomada del Libro de la Sabiduría, dice las siguientes palabras: “Has llenado a tus hijos de una dulce esperanza, ya que al pecador le das tiempo para que se arrepienta” (Sab 12, 19). El que ahora es cizaña, alguna vez fue trigo, y el que es trigo, quizá alguna vez fue cizaña o puede serlo en cualquier momento en que se descuide. Mientras haya vida, hay esperanza, pero también peligro.
Jesús explica que la cosecha es el fin del mundo, y es entonces cuando veremos la justicia de Dios en su plenitud. Mientras vivamos en este mundo, las abundantes injusticias de los hombres no permiten ver con claridad las obras de justicia que ya suceden hoy en día. El Reino de Dios es una realidad presente y futura, es un “ya pero todavía no”. Por eso a diario le pedimos al Padre: “Venga a nosotros tu Reino”.
La parábola de la semilla de mostaza que un hombre siembra en su campo, y que, siendo una semilla tan pequeña, genera un árbol grande, en donde pueden venir los pájaros a poner sus nidos, nos habla de las cosas que pueden parecer pequeñas e insignificantes, pero que, si son cosas buenas, el Señor les dará su crecimiento.
Podemos ver un ejemplo en la vida de tantos y tantos santos fundadores que sufrieron mucho para dar inicio a una pequeña obra, pero que ahora ha fructificado en cientos o miles de sacerdotes, de religiosas, de seminarios, de casas religiosas o conventos; cientos de escuelas, hospitales, orfanatorios o asilos de ancianos.
La tercera parábola es la de la mujer que mezcla un poco de levadura en la masa, y al amasarla toda, queda fermentada. Eso nos habla de la diferencia que existe entre la Iglesia y el Reino de Dios. En la Iglesia somos relativamente pocos, pero estamos llamados a “fermentar toda la masa” de la humanidad. La Iglesia tiene la tarea de anunciar y servir al Reino de Dios, sobre todo testimoniándolo. Sin embargo, el Reino de Dios no se ciñe únicamente a la Iglesia, pues donde quiera que veamos gestos y acciones de amor, de paz, de unidad, de solidaridad, de respeto a la vida, de justicia, de cuidado de la Casa Común, ahí está el Reino de Dios.
Es por eso que la Iglesia puede trabajar armoniosamente con personas o instituciones de buena voluntad, dedicadas a los gestos y acciones, antes mencionados. También es por eso que muchos no bautizados tienen actitudes cristianas, aún sin saberlo, y trabajan en favor del Reino de Dios, aún sin creer; lo mismo que, por el contrario, hay muchos bautizados que lamentablemente, tienen actitudes paganas.
En la segunda lectura, tomada de la Carta de san Pablo a los Romanos, el Apóstol nos anima a orar, aunque no sepamos hacerlo, incluso aunque podamos equivocarnos en lo que estamos pidiendo; pues si oramos con amor y con recta intención, el Espíritu Santo acude en nuestra ayuda, pues es él quien presenta nuestras oraciones.
Dice Pablo: “El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras” (Rom 8, 26). Así es que no dejemos de orar, y más aún ahora que tanta falta nos hace.
Pidamos además la intercesión de nuestra Madre María y ella estará contigo en tu oración.
Que tengan una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán