Homilía Arzobispo de Yucatán – VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

HOMILÍA
VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo C
1 Sam 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23; 1 Cor 15, 45-49; Lc 6, 27-38.

“Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso” (Lc 6, 36).

 

In lake’ex ka t’ane’ex ich maaya, kin tsikike’ex yéetel kimak óolal. Bejlae’ ku kaansal ti to’one’ex tumen Jesús, bix le yabilajo’o k’aanbe’en u k’uuchol ti tu lakal maak, mix maak ka ek p’aat paachil. Je maxak je u paajtal u yaabitik u familia wa u amigose, ba’ale ma’ je maxak je u yabitik u aj-p’eeke. Je’e u beytal a beetik wa ka k’aat u múuk’il ti yuun Jesús, bey xan ka payalchinakech tu yo’olal aj-p’eeke.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este domingo séptimo del Tiempo Ordinario. Hoy concluye en nuestra Iglesia de Yucatán la Semana de la Familia, pero la tarea por construir cada hogar nunca debe terminar. El día que no se construya un hogar, se estará destruyendo.

En las recientes visitas pastorales que he realizado en dos parroquias del interior del Estado, he detectado dos temas muy graves que deben atenderse constantemente, por parte de las autoridades, de las iglesias, de las escuelas, de los grupos sociales y, principalmente, por las mismas familias: estos son el alcoholismo y la drogadicción.

El primer vicio es el más antiguo, es causa de enfermedad, de pobreza y muchas veces de violencia intrafamiliar. El segundo se ha extendido en municipios, comisarías, y está envolviendo en sus redes a un gran número de adolescentes, tal vez hasta algunos menores inclusive. Este segundo, el de la venta de drogas, es causa de la destrucción personal, de robos, de violencia intrafamiliar y social. Son los dos problemas muy serios en los que hemos de trabajar sin descanso.

No despreciemos a nadie que haya caído en alguno de estos vicios. Hemos de amarlos y desde el amor tratar de ayudarlos a salir de su situación. La Palabra de Dios nos dice hoy que amemos a nuestros enemigos (pero ellos no son nuestros enemigos). Recordemos que nadie es dueño de la vida sino sólo Dios, pues lamentablemente, por lo menos una vez más, estuvo a punto de suceder el mismo triste episodio que aconteció en Tekit, ahora en otro municipio de Yucatán. Es necesario que las autoridades actúen oportunamente. Cuidemos la vida de todos, especialmente dentro de cada familia.

En la primera lectura, tomada del Primer Libro del profeta Samuel, se nos presenta un extraordinario ejemplo de misericordia y de amor a los enemigos. El Rey Saúl perseguía a David por motivos de los celos que tenía de él, pues se había ganado el cariño y respeto del pueblo. Saúl buscaba asesinar a David, mientras que él huía y de paso combatía a los verdaderos enemigos del pueblo de Israel obteniendo victoria tras victoria.

Una noche, David pudo acercarse sigiloso al campamento de Saúl, se acercó hasta él mientras dormía profundamente. Abisay, que acompañaba a David, le pidió permiso para atravesar con su lanza a Saúl, pero David replicó: “no lo mates. ¿Quién puede atentar contra el ungido del Señor y quedar sin pecado?” (1 Sam 26, 9).

David pudiera haber salvado su vida permitiendo que Abisay matara a Saúl, además pudiera haber usurpado el trono de Israel, ya que él aun siendo tan joven ya había sido ungido por Samuel, anunciándolo como futuro rey de Israel. Sin embargo, David le perdonó la vida a su enemigo. Fijémonos como David respeta a Saúl por ser ungido. Esto nos habla del respeto que nos merecen todas nuestras autoridades por representar a nuestros pueblos, pero también hemos de recordar que ahora todos los bautizados somos ungidos y todos nos debemos respeto unos a otros.

Los sacerdotes somos doblemente ungidos, para estar al frente del Pueblo de Dios y para servirlo en las cosas santas. El sacerdote está consagrado para santificar a sus hermanos, santificándose a sí mismo, y para los creyentes merece como ungido doble respeto. Como hombre, el sacerdote puede cometer errores y pecados, hasta los más terribles; quien los cometiera, tal vez merezca el juicio de la Iglesia y tal vez también el juicio de la ley civil. Aun así, hemos de implorar para ellos la misericordia de Dios, y nunca de ningún modo, generalizar juicios contra todos los sacerdotes, ni dejar de respetar los grandes tesoros que Dios depositó en estos vasos de barro.

Jesús en su enseñanza no pone límites a la misericordia, pues nos manda amar a nuestros enemigos, a todos, sean quienes sean, aunque no sean ungidos como nosotros y aunque no ocupen algún cargo de gobierno en la sociedad o en la Iglesia. Nos indica tres cosas que debemos hacer por quienes nos aborrecen o hacen el mal: hacerles el bien, bendecirlos y orar por ellos.

Casi todos malinterpretan lo que significa en el Evangelio “poner la otra mejilla”, ya que lo entienden al pie de la letra. Poner la otra mejilla al que nos ha golpeado debe significar perdonar de verdad, aunque esto implique la posibilidad de que nos vuelvan a dañar. Yo creo que esto no es precisamente buscar nuestro mal, sino saber dar una nueva oportunidad. En cuanto a que, si alguien nos quita el manto y debemos dejarle también la túnica, creo que significa ayudar al ladrón que veamos en verdadera necesidad, sólo que el modo de hablar judío era muy radical; por lo que así ha de ser nuestra caridad de radical si el caso lo amerita. No perdamos la oportunidad de amar.

Todo ser humano es capaz de amar, eso está en nuestra naturaleza, la capacidad de amar y de ser amados; pero la fe implica la convicción de que cada ser humano es hijo de Dios y merece nuestro amor, perdón y ayuda. Hasta los más grandes delincuentes tienen a quien amar y quien los ame. Jesús dice: “También los pecadores aman a quienes los aman… También los pecadores prestan a otros pecadores, con la intención de cobrárselo después” (Lc 6, 34). Jesús nos enseña a no juzgar, a perdonar y a dar, a tratar a los demás como queremos ser tratados. Su enseñanza sigue siendo revolucionaria y retadora. ¿Estamos en verdad dispuestos a aceptar esta enseñanza?

En la segunda lectura, tomada de la Primera Carta de san Pablo a los Corintios, se nos habla del primer Adán, es decir, del primer hombre; y también del último Adán, que es Cristo. El texto nos enseña que si seguimos el ejemplo del primer Adán seremos hombres terrenos; en cambio, nuestro modelo ha de ser el último Adán para ser como él, es decir, celestiales. No queramos, pues, justificarnos con lo que otros hacen o con lo que se acostumbra. Sigamos el modelo del Hombre celestial obediente a su Padre hasta la cruz.

Unos cuantos años después, los santos Padres de la Iglesia dieron continuidad a esta enseñanza de san Pablo, encontrando que María estuvo plenamente unida a la obra salvadora de Jesús su Hijo. Así pudieron darse cuenta de que, si Jesús es el nuevo Adán, María es igualmente la nueva Eva. Si la primera mujer se dejó engañar por el demonio e invitó a su pareja a la desobediencia, la nueva Eva aplasta la cabeza de la serpiente, como lo anunció el Creador (Gn, 3, 15), y nos enseña a obedecer a Jesús diciendo: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 5).

Las tentaciones se nos presentan a diario y, como cristianos, somos llamados a sostener un combate continuo contra ellas. Cualquiera de nosotros, si se lo propone, pidiendo la gracia del Altísimo, puede vencer continuamente las tentaciones, haciendo lo que el Señor nos dice y aplastando, junto con María, la cabeza de la serpiente.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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