HOMILÍA
V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo B
Job 7, 1-4. 6-7; 1 Cor 9, 16-19. 22-23; Mc 1, 29-39.
“Curó a muchos enfermos de diversos males” (Mc 1, 34).
In láake’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Ichil le Ma’alob Péektsilo’ ku ye’eskuba’ Jesús, tu’ux ku beetik ya’ab milagros ti’e k’oja’anobo’. Le máakobo taak u beetiko’ob u p’áajtal Cafernaúm, Leti’e, u k’aat bin u tse’etik ti’ u láakal kaajo’ob tu’ux k’a’abet. Beyxa’an San Pablo ku ye’eskuba’ bey evagelizador, ku ya’alik beya’ Tin beetiba’ u láaka u ti’al tu láakal máako’ob u ti’al in náajaltike’ex tía Cristo.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este quinto domingo del Tiempo Ordinario.
Hablemos hoy de san Pablo; reflexionemos en el significado de la enfermedad con la primera lectura y el evangelio; y meditemos en la Iglesia doméstica, que es la familia.
En la segunda lectura de hoy, estamos siguiendo domingo a domingo la lectura de la Primera Carta a los Corintios. San Pablo se presenta como lo que es, un hombre dedicado en cuerpo y alma a la predicación del Evangelio en forma tan apasionada, que lo hace gratuitamente, aunque algunas comunidades, como la de Filipos, lo sostenían cuando estaba en prisión o cuando pasaba precariedad.
Mientras el apóstol podía, trabajaba con sus propias manos para sostenerse, y en algunos períodos se dedicaba a la evangelización a tiempo completo. Esto porque a él le importaba mucho que la gente no pensara que buscaba su dinero, ni tampoco que los tesoros de la gracia tenían un valor económico.
Sin embargo, en sus cartas, instruye a los cristianos para que provean de lo necesario a los evangelizadores y les recuerda que el obrero merece su salario, como lo enseñó Jesús y lo transmite Mateo en su evangelio, y como lo enseña Pablo en esta misma carta y en su carta a Timoteo (cfr. Mt 10, 10; 1 Cor 9, 14; Tim 5, 18). Además, reconoce que él tendría derecho a vivir de la predicación, pero no ha querido ejercer este derecho.
San Pablo inicia afirmando que no tiene motivos para presumir, puesto que él no evangeliza por iniciativa propia, sino por mandato de Jesús. Dice al final de este pasaje: “Todo lo hago por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes” (1 Cor 9, 23); y claro que no se refiere a sus bienes materiales, sino a los bienes de la gracia, de la amistad con Jesús y de la esperanza de la gloria junto a él.
Verdaderamente que Pablo fue todo un apasionado de la evangelización, que ha inspirado a miles y miles de evangelizadores a lo largo de la historia de la Iglesia, muchos de los cuales han sido canonizados, como san Francisco Javier. El testimonio de apasionamiento de san Pablo es para todos los cristianos, aunque no se dediquen específicamente a la evangelización. ¡Cuántas profesiones realizadas como servicio, con entrega y calidad se vuelven una verdadera evangelización!
Valoremos, pues, a los evangelizadores; recibamos la Palabra con gratitud; consideren todos, sus propias posibilidades de participar en la obra evangelizadora; que cada uno haga de su profesión y de su trabajo una manera de servir con amor a cuantas personas atienda.
La primera lectura esta tomada del Libro de Job, en un pasaje donde Job describe el gran sufrimiento que está padeciendo, con el que seguramente hoy muchos de nosotros podríamos sentirnos identificados. Dice Job: “Me han tocado en suerte meses de infortunio y se me han asignado noches de dolor. Al acostarme, pienso: ¿Cuándo será de día? La noche se alarga y me canso de dar vueltas hasta que amanece” (Job 7, 3-4).
Ojalá que todos pudiéramos en estos días repasar el Libro de Job en la Sagrada Escritura, el cual es un texto sapiencial que se pregunta sobre el porqué del dolor humano, sobre todo en lo que respecta a la enfermedad, y trata de entender cómo es que un hombre justo, que ha obedecido siempre la ley de Dios y ha pasado su vida realizando obras de justicia y caridad, deba luego pasar por el terrible sufrimiento de una pesada enfermedad junto con una serie de infortunios.
La conclusión de este texto es simplemente caer en la cuenta de que no somos nada para cuestionar a Dios, pero que en Él se encuentra la fortaleza para enfrentar todo su sufrimiento. Esa es una gran diferencia para nosotros los cristianos, que cuando sufrimos estamos convencidos de que es una gran oportunidad de compartir la pasión de Cristo, y de aceptar un dolor redentor para nosotros mismos y para los demás. Nuestra fe es sanadora y podemos decir con el Salmo 146 que hoy se proclama que: “El Señor sana los corazones quebrantados y venda las heridas”.
En el pasaje del santo evangelio de hoy, según Lucas, Jesús sale de la sinagoga junto con Santiago y Juan, dirigiéndose a la casa de Simón y Andrés, donde se encuentra a la suegra de Simón enferma. Jesús hace que se le retire la fiebre y ella se pone de pie poniéndose a servirles. La salud es para servir a los demás, especialmente a quien no está saludable. Posteriormente se amontona la gente del pueblo en la casa, llevando a sus enfermos, a sus endemoniados y Jesús los cura a todos. Probablemente más de un endemoniado tenía simplemente alguna enfermedad desconocida para ellos.
Aquel debe haber sido un día sumamente cansado para Jesús, sin embargo, se levanta muy de madrugada y se retira a orar. Algunos ponen como excusa para no orar, su falta de tiempo, pero quien ama encuentra siempre el tiempo para estar con la persona amada; eso es la oración: estar a solas con el Señor, disfrutando de su amor, correspondiéndole con el nuestro, incluso hasta sin palabras.
Al amanecer, los discípulos buscan a Jesús hasta encontrarlo y le comunican que toda la gente lo anda buscando, pero Jesús les indica: “Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido” (Mc 1, 38). Jesús no busca el éxito, que ya había obtenido en ese lugar, sino cumplir con su misión, y por eso se decide a partir para seguir esparciendo la semilla del Reino. El apasionamiento de san Pablo y de todos los buenos evangelizadores es imitación del apasionamiento de Jesús, el modelo y maestro a seguir y a escuchar.
La gruta de Lourdes, que día a día recibe a miles de enfermos, ahora se ha agrandado para alcanzar el tamaño de la humanidad. Nuestro Señor se ha mostrado con todo su poder; nuestra Madre María se ha manifestado con toda su ternura; San José, padre de la Sagrada Familia de Nazaret, fue declarado Patrono de la Iglesia Universal, y ahora es oportuno acudir a su patrocinio.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán