HOMILÍA
V ANIVERSARIO DE LLEGAR A YUCATÁN
XVII MIÉRCOLES DEL TIEMPO ORDINARIO
FIESTA DE SANTA MARTA
Ciclo A
Jer 15, 10. 16-21; Lc 10, 38-42.
“Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios” (Jn 11, 27).
In láak’e’ex ka t’aane’ex ich Maaya, kin tsikeke’ex yéetel ki’ikmak óolal. Bejla’e’ táan kíinbensik u jo’ p’éel ja’abo’ob ku’uchen wayé té Iglesia u lu’umil Yucatán. Kin k’áatik te’exe’ ka’a wáantene’ex u ti’al in ts’aik nib óolal ti’ Yúum Kue’ ti’olal tuláakal le toj óolalo’ob yéetel xan k’áatik Ti ku sa’asilsi’ip’il ti’olal tuláakal ba’axo’ob ma’ máalo’ob tin béetaj. Bejla’ xane’ táank kíinbensik Kili’ich Marta, u ki’ik María yéetel Lázaro.
Hermanos y hermanas muy queridos en Cristo nuestro Señor.
Hoy se cumplen cinco años de mi llegada a esta querida Arquidiócesis de Yucatán, para hacerme cargo de ella por encomienda del Santo Padre el Papa Francisco. Desde el primer momento en que fui notificado de este cambio a finales del mes de mayo del 2015, pensé que esta nueva encomienda era una gran responsabilidad por el tamaño de la población de alrededor de dos millones de habitantes, pero también por la grandeza moral y cultural de este pueblo yucateco, heredero de la historia antigua y actual del pueblo Maya.
Cuando llegué, en la misa inaugural del inicio de mi ministerio en esta “Tierra del Faisán y del Venado”, les dije que no venía a tomar posesión de mi cargo, sino para que ustedes tomaran posesión de mi persona. Después de este primer lustro les pido perdón por cualquier forma en que les haya fallado, y le doy gracias a Dios por el apoyo recibido de mi Obispo Auxiliar, Don Pedro Sergio de Jesús Mena Díaz, y al Papa Francisco por habérmelo concedido; el apoyo recibido de todos y cada uno de mis sacerdotes, de los diáconos, de los religiosos y religiosas, de los seminaristas, y de todos los laicos, aún aquellos que de forma callada me hayan apoyado con su oración.
Ayúdenme hoy, por favor, a pedir perdón, a dar gracias y alabar al Señor por este magnífico don del ministerio episcopal, como sucesor de los Apóstoles en favor de ustedes.
Además, hoy celebramos la memoria de Santa Marta, la cual junto con sus hermanos María y Lázaro eran amigos de Jesús, a quien alojaban en su casa y atendían con esmero.
En la primera lectura, tomada del profeta Jeremías, podemos darnos cuenta del gran sufrimiento que él experimento ante el rechazo de todo el pueblo, que lo despreciaba por las cosas que anunciaba, y de las llamadas de atención que les hacía de parte de Dios. El profeta expresa sus sentimientos con palabras muy intensas, como éstas: “¡Ay de mí, madre mía! ¿Por qué me engendraste para que fuera objeto de pleitos y discordias en todo el país? A nadie debo dinero, ni me lo deben a mí, y, sin embargo, todos me maldicen” (Jer 15, 10. 16-21).
Pero el Señor lo conforta y lo anima, haciéndole saber que Él no lo abandona. Dios no hará cambiar de actitud al pueblo, pero si va a fortalecer a Jeremías. Le dice: “Si te vuelves a mí, yo haré que cambies de actitud… seguirás siendo mi profeta… lucharán contra ti, pero no podrán contigo, porque yo estaré a tu lado para librarte y defenderte, dice el Señor” (Jer 15, 10. 16-21).
Las palabras del Salmo 58, que hoy hemos proclamado, también reflejan muy bien los sentimientos del profeta Jeremías, primero de angustia ante el acoso de sus enemigos, y luego de serenidad ante la promesa del Señor de resguardarlo. Dice el Salmo: “Dios mío, líbrame de mis enemigos, protégeme de mis agresores; líbrame de los que hacen injusticias, sálvame de los hombres sanguinarios.” y luego añade: “El Dios de mi amor vendrá en mi ayuda y me hará ver la derrota de mis enemigos”.
De aquí podemos aprender que, si el Señor está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? Lo importante es estar bien con Dios, pero de veras estar bien con Él, y si los demás no lo entienden, o por eso nos rechazan, allá ellos.
El evangelio de hoy es tomado del texto según san Juan, pues es el que narra dos los episodios donde aparece santa Marta con sus hermanos María y Lázaro. Hay otro episodio narrado por san Lucas (cfr. 10, 38-42), en el cual, en otra comida, Marta anda muy afanada atendiendo a sus invitados, mientras María está sentada a los pies de Jesús escuchándolo. Sentarse a los pies de un maestro significaba ser admitido como discípulo, pero Jesús era la excepción entre los maestros, pues nadie admitía a mujeres ni a niños, solamente a varones.
Marta le reclamó a Jesús que María la había dejado sola con el qué hacer, y le pidió que le dijera que fuera a ayudarla. Ahí Marta recibió un dulce reproche de Jesús que le dijo: “Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te afanan, María ha escogido la mejor parte y nadie se la quitará” (Lc 10, 41-42). Con esto le enseña a ella y a todos, que también las mujeres son llamadas a ser sus discípulas. Aunque seguramente luego le habrá dicho a María: “¡Ándale, ve a ayudar a tu hermana!”. Esto no quita en absoluto el valor del servicio atento a los demás, como Marta lo hacía.
En el evangelio de Juan tenemos el pasaje de la resurrección de Lázaro, y otro pasaje donde narra sobre otro banquete donde seguramente celebraban el que Lázaro haya vuelto a la vida (cfr. Jn 12, 1-11). Cuando muere alguien que es muy querido para nosotros, podemos experimentar la ausencia de Dios, como le pasó a Marta cuando murió su hermano Lázaro. Ella recibe a Jesús con un reproche, que implica fe, pues le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”.
Es muy humano experimentar esa ausencia de Dios, y hasta el mismo Jesús, antes de morir, experimentó la ausencia de su Padre, cuando le dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Por supuesto que Jesús sabía que su Padre no lo había abandonado, pero una cosa es lo que se sabe, y a veces es otra muy distinta lo que se siente.
Marta hace un acto de fe cuando le dice a Jesús: “Pero aún ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas”. Al decirle Jesús a Marta: “Tu hermano resucitará”; Marta presenta su fe en la resurrección del último día. Entonces llega el momento decisivo, cuando Jesús se presenta ante ella como la resurrección en persona y la vida y le dice: “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y todo el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?” (Jn 11, 25-26).
Aquí es donde viene la primera confesión de fe, después de la de Pedro, en Cristo como el Hijo de Dios. Tomemos en cuenta que Marta da esta confesión de fe, cuando su hermano llevaba ya cuatro días en el sepulcro, y cuando ella no sospechaba ni pedía la resurrección de su hermano. Por eso su confesión es sumamente valiosa, porque se da en medio del dolor. Dice Marta: “Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.
Tú fe y mi fe, nuestra fe, siempre ha sido valiosa, pero ahora, en medio de la pandemia, nuestra fe se ha acrisolado, y tiene un valor que sólo Dios puede medir.
De los años siguientes de la santa, no tenemos ningún dato históricamente seguro, aunque según la leyenda de la Provenza, Marta fue con su hermana a Francia y evangelizó Tarascón donde según cuenta la leyenda santa Marta derrotó a la Tarasca, un dragón que amenazaba a la ciudad. Ahí se dice que encontraron, en 1187, sus pretendidas reliquias, que todavía se veneran en su santuario.
Los primeros en dedicar una celebración litúrgica a santa Marta fueron los franciscanos en 1262, el 29 de julio. Santa Marta es la patrona de los hoteleros, porque sabía atender muy bien. Atendamos a los demás como quien atiende al mismo Cristo en persona.
¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán