HOMILÍA
DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Ciclo C
Prov 8, 22-31; Rm 5, 1-5; Jn 6, 12-15.
“Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.” (Ap 1, 8).
In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maaya, kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejlae’ taan k’imbesik Kiili’ich Yuumtsil oxtul ti K’u. Jesus tu ye’esubaj bey u paal Yuum Jajal Diose’, u yuum yéetel ek Yuum. Leti xaan aal yaan u tuuxtik le kili’ich Ik’alo’, ti u k’inil Pentecostes. Bey tek k’ajotal u jajil Yuumtsil oxtul ti K’u. Ko’onex kuxtal bey juntulilo’one’ je bix jajal Diose juntulile.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en esta fiesta de la Santísima Trinidad.
Con la revelación de su divinidad, Jesús se nos manifestó como Hijo de Dios, revelando a Dios como su Padre y nuestro Padre. Este fue el motivo de su condena en la cruz. Aunque a lo largo de la Sagrada Escritura, se habla de tantos personajes que actuaban bajo el Espíritu de Dios, fue una gran novedad el que Jesús nos revelara al Espíritu Santo como la tercera persona de la unidad trinitaria.
Con la venida del Espíritu en Pentecostés, quedó pues concluida la plena revelación del misterio oculto de la Santísima Trinidad. Recordemos, además, que Jesús nos mandó que lleváramos la buena nueva de la salvación, bautizando a los creyentes en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Aunque algunos piensan que las fuerzas de la naturaleza se mueven en un esfuerzo ciego y sin sentido, la lógica nos ayuda a descubrir una inteligencia que dirige todo el universo de manera ordenada. Lo que se suele llamar “la madre naturaleza” no puede ser otra cosa que la sabiduría de Dios omnipresente, que desde su origen da razón de ser a todos cuanto existe. De esa sabiduría divina nos habla la primera lectura de hoy, donde dice: “El Señor me poseía desde el principio, antes que sus obras más antiguas” (Prov 8, 22).
La época de este libro de los Proverbios y todos los libros que hablan de la sabiduría, coincide con el encuentro del mundo judaico con la cultura griega, junto con el conocimiento de los grandes filósofos quienes reconocían a un “logos” eterno, razón de todo cuanto existe.
Nosotros reconocemos en ese logos y en esa sabiduría al Hijo de Dios, es por eso que el apóstol y evangelista san Juan inicia su evangelio diciendo: “En el principio existía el logos, y el logos estaba junto a Dios y el logos era Dios” (Jn 1, 1). Al pasar del griego al latín, el logos se convirtió en “verbum”, pasando al español como el “verbo” o la “palabra”. Pero no olvidemos el trasfondo de sabiduría de este concepto ni tampoco su filiación divina.
El salmo 8 que hoy proclamamos exalta el saber divino, que ha creado todo con sabiduría y que puso todo bajo las órdenes del ser humano: “Todo lo sometiste bajo sus pies”. Claro que este gran regalo del Creador es a la vez una gran responsabilidad para los hombres y mujeres de todos los tiempos. Tristemente hemos venido hiriendo más y más la naturaleza, contaminando el aire, el agua y la tierra en razón de una sobre explotación de los recursos para el enriquecimiento de un pequeño sector de la humanidad y el empobrecimiento de grandes mayorías. Definitivamente, la humanidad no ha tratado a la naturaleza con verdadera sabiduría y respeto, por lo que esto se ha tornado contra nosotros mismos.
Hablando del Espíritu, él se fue manifestando a lo largo de la historia de Israel, actuando en la persona de cada uno de los grandes líderes, profetas y reyes. Pero su acción quedó plenamente de manifiesto luego del episodio de Pentecostés, actuando continuamente en la vida de la Iglesia.
San Pablo en su Carta a los Romanos nos dice: “Porque Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado” (Rm 5, 5). Durante el tiempo de Pascua, leyendo el libro de los Hechos de los Apóstoles, pudimos verificar que, no eran ni Pedro, ni Juan, ni Esteban, ni Felipe y tampoco Pablo, sino que el verdadero protagonista, el conductor de la vida de la Iglesia, era el Paráclito, como lo sigue siendo hasta ahora, el cual se manifestó fuertemente en la elección del Papa León XIV.
Se ha difundido un mensaje del juez Aggrey Muchelule de Kenia, quien, no siendo católico, escribió esto sobre la elección del Papa León XIV: “Mientras el mundo estaba ocupado haciendo predicciones, elaborando listas de cardenales notables, analizando alineaciones políticas y formulando teorías sobre quién sería el próximo Papa, el Colegio Cardenalicio eligió un camino diferente. Ignoraron el ruido. Se alejaron de los focos. Entraron en lo sagrado y regresaron con un nombre que el mundo jamás había imaginado. El Papa León XIV. Un nombre que no se había susurrado en los pasillos de la especulación. Un hombre desconocido en los titulares. Una elección que silenció a todos los analistas y reinició la brújula de la selección divina.”
Esto mismo lo atestigua Jesús en el evangelio de san Juan del día de hoy, al señalar que “cuando venga el Espíritu de la verdad, él los estará guiando hasta la verdad plena” (Jn 16, 13). Por eso, a lo largo de la historia, la Iglesia ha discernido la verdad en cada nueva situación y circunstancia. No tenemos todas las respuestas, sino que en cada ocasión buscamos dejarnos iluminar por el Espíritu confiando en su guía.
El misterio de la Santísima Trinidad revela una verdad única de Dios, pero anhelada por el ser humano. Esta verdad es sobre su unidad indisoluble. Como Dios es uno en el amor, familia, comunidad perfecta y eterna, así se siente llamado el hombre a vivir en la unidad de la humanidad entera, de cada pueblo, de cada familia y de cada persona.
El Papa León XIV ha hecho una fuerte convocatoria por la paz y la unidad de todos. La misma Iglesia necesitada vivir internamente su unidad, como lo requiere la humanidad entera. Su ministerio está siendo en verdad reconciliador, sin romper con el ministerio del Papa Francisco, pues él nos convoca también a la sinodalidad en la vida de la Iglesia.
El misterio de la Santísima Trinidad desvela la mayor vocación del hombre, pues nuestra naturaleza necesita de la unidad y del amor. La esencia de Dios descubre nuestra esencia, pues hemos sido creados a imagen y semejanza suya. Sigamos sembrando la unidad en todos los espacios de nuestra vida.
María, Madre de la Iglesia, Mujer trinitaria, Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu, nos congrega en la unidad de la familia de Dios.
Que tengan una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán