HOMILÍA
DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Ciclo C
Prov 8, 22-31; Rm 5, 1-5; Jn 6, 12-15.
“Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, al Dios que es, que era y que vendrá” (Ap 1, 8).
In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e’ k’iinbejsik u ki’inil Santísima Trinidad. Cristo tu ye’esaj to’on maaxo’ob. Le Trinidad u Nojoch múuchtáambal mina’an u xuul. To’one’ beetabo’ob je’e bix Yuumtsile’, le óolale’ k’a’abet kuxtal yéetel yaabila’. Le Yuumtsile’ ku ye’esik to’on maax le maako’od.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este domingo de la Santísima Trinidad.
La fe y la adoración a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es una realidad exclusiva del cristianismo. El misterio trinitario es una verdad que la inteligencia humana sería incapaz de descubrir, pero que nosotros conocemos por la revelación que Dios ha hecho de sí mismo.
Esa revelación venía desde los escritos del Antiguo Testamento, aunque los escribas en Israel jamás llegaron a entender con total claridad esas profecías que hablaban de Dios como de un Padre, del Mesías como su Hijo amado y del Espíritu como una persona igual y distinta a las otras dos. La fe de Israel era y sigue siendo en un solo Dios único, así como nuestra fe de cristianos es también en un solo Dios, en la unidad de tres personas iguales pero distintas.
La inteligencia humana sólo había podido llegar a la afirmación de que tiene que haber un Dios, Causa primera de todas las causas de la naturaleza y del universo. Las filosofías materialistas, al negar la existencia de un Dios creador, lo que hacen indirectamente es atribuir la calidad divina a la misma materia, a la cual consideran eterna, afirmando que la evolución de la materia es en forma casual, y que por mera casualidad el ser humano ha llegado a constituirse en un ser pensante.
Qué distinta es la antropología filosófica que no acepta la casualidad en la evolución de la materia, sino que ve en ella una Inteligencia que la conduce a crear seres humanos, espíritus encarnados, mismos que pueden definirse como seres en relación, seres sociales, que requieren de otros para humanizarse cada vez más.
Esta filosofía puede conectarse muy bien con la teología que explica la realidad de los seres humanos desde el pasaje del libro del Génesis, en el que el Creador, luego de haber formado los cielos y la tierra, dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1, 26). Dios es en esencia unidad y amor eterno, perfecto, por lo que al crear al ser humano a su imagen y semejanza, lo hace capaz aunque necesitado del amor y la unidad.
El amor y unidad humanizan a las personas, mientras que lo contrario los deshumaniza. Es por eso que yo afirmo que el misterio de la Santísima Trinidad revela a su vez el misterio del hombre, capaz y necesitado de dar y de recibir amor, que puede saciar en Dios mismo sus ansias infinitas de amar y ser amado.
La primera lectura de este domingo está tomada del Libro de los Proverbios, en el que la sabiduría de Dios habla de sí misma, de cómo Dios la estableció desde toda la eternidad antes que toda cosa, que estaba junto a Él mientras creaba cuanto existe, que se “recreaba en su presencia” y sus delicias eran “estar con los hijos de los hombres” (Prov 8, 30-31).
La sabiduría y el amor de Dios no pueden ser atributos que comenzaron en un momento determinado, pues Dios es lo que es, desde toda la eternidad. Por eso este pasaje se expresa mucho mejor en nuestra confesión de fe dominical cuando decimos: “Nacido del Padre, antes de todos los siglos… Engendrado, no creado”.
También las primeras palabras del evangelio según san Juan, a la luz de la revelación cristiana, expresan mucho mejor lo que dice el Libro de los Proverbios. Describe este prólogo de san Juan: “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todo fue hecho por medio de ella, y nada de lo que existe se hizo sin ella. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Jn 1, 1-4).
El salmo 8 que hoy proclamamos, nos hace pensar en algo que muchos consideran y reflexionan: la inmensidad del universo y la pequeñez del ser humano. Nosotros los creyentes vemos este contraste desde la fe y nos preguntamos con el salmista: “¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, ese pobre ser humano, para que de él te preocupes?”.
Luego dice que Dios sometió todas las cosas bajo los pies del hombre, pero es necesaria una correcta interpretación de este pasaje, lo mismo que otro del libro del Génesis donde dice Dios al hombre y a la mujer: “Llenen la tierra y sométanla, dominen sobre los peces del mar, las aves del cielo y todo animal que se arrastra sobre la tierra” (Gn 1, 28). Particularmente desde el siglo XIX con la era de la industrialización, los hombres han malinterpretado estos pasajes bíblicos pensando que cada uno tenía el derecho de exterminar a los seres vivientes, así como de explotar la tierra, el aire y el agua, sin mirar otra cosa que el propio enriquecimiento individual.
Cuando el Creador dio dominio al hombre sobre la creación, no le dio facultades de exterminio, como en muchos lugares ha sucedido con las especies a causa de la mala calidad del aire y del agua, lo mismo que con la esterilización de la tierra.
Es urgente que los humanos usemos y no abusemos de las cosas de la naturaleza, cuidando que al consumir lo hagamos responsablemente, pensando en el bien común de todos los seres humanos, actuales y de las futuras generaciones. Nos apremia lo que el Papa Francisco ha llamado una “conversión ecológica”, es decir, un cambio de mentalidad y de actitud en relación con todos y con la naturaleza.
Además, este salmo 8, no sólo canta la grandeza del ser humano por sobre todas las creaturas, sino que también describe el abajamiento del Hijo de Dios que vino a este mundo, mismo que apareció como si fuera “un poquito inferior a los ángeles”, refiriéndose a las limitaciones propias de un ser humano.
En la segunda lectura, tomada de la carta que escribió san Pablo a los romanos, el Apóstol describe bellamente el papel mediador de Cristo para conducirnos a Dios, y el papel del Espíritu Santo para infundir en nuestros corazones su amor. De modo que por la redención en Cristo y la obra del Espíritu, “podemos gloriarnos de tener la esperanza de participar en la gloria de Dios” (Rm 5, 8). De hecho, Dios nos llama continuamente a participar en su vida Trinitaria.
El santo evangelio de hoy, según san Juan, nos regresa todavía a la conversación que Jesús tuvo con sus Apóstoles durante la Última Cena, en la que los instruyó en varios temas, uno de los cuales hace notar la unidad Trinitaria en la obra salvadora. Fijémonos bien en lo que les dijo a los Apóstoles, y que a su vez nos dice hoy a todos nosotros: “Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que (el Espíritu Santo) tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes” (Jn 16, 15). A través del Bautismo estamos llamados a iniciarnos en la vida Trinitaria, mediante el amor y la comunión entre nosotros, así como con Dios.
Por supuesto que nadie ha llevado la vida Trinitaria como la misma santísima Virgen María, a quien al final del Rosario llamamos “Hija de Dios Padre”, “Madre de Dios Hijo” y “Esposa de Dios Espíritu Santo”.
El pasado jueves 9 de junio celebramos la fiesta de “Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote”, así que todavía es tiempo de felicitar y orar por nuestros sacerdotes. Por otro lado, el próximo jueves 16 de junio tendremos la solemnidad conocida como “El Cuerpo y la Sangre de Cristo”. Esta vez podremos volver a la tradicional procesión del Santísimo Sacramento por los diferentes altares que se preparen. Fortalezcamos esta devota tradición, haciendo participar a los jóvenes, para que ellos continúen con este precioso legado.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán