Solemnidad de la Santísima Trinidad
Ciclo C
Prov 8, 22-31; Rm 5, 1-5; Jn 16, 12-15.
“Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo” (Ap 1, 8).
Un sólo Dios
Muy queridos hermanos, hemos llegado a la celebración de la Santísima Trinidad que tenemos siempre al siguiente domingo después de Pentecostés. Como cristianos, creemos en un solo Dios; a esa convicción, a esa fe, había llegado el pueblo de Israel mientras que el resto de los pueblos a su alrededor eran politeístas. ¿Cómo es posible que pueblos tan sabios como los griegos no hubieran llegado al conocimiento de una sola deidad, y adoraran a tantas creaturas buscando adorar a Dios? ¿Cómo es posible que este pueblo tan sencillo, tan insignificante en el contexto de las naciones de ese tiempo, haya llegado al conocimiento de un solo Dios verdadero?
La realidad es que este pueblo llegó a ese conocimiento por revelación divina. Dios mismo se los dio a conocer y siempre fue conduciendo al pueblo en esa relación estrecha de ser su único Dios. Sin embargo, el pueblo de Israel constantemente tuvo la tentación de adorar a otros dioses venerados por los pueblos que los rodeaban.
“Un solo Dios verdadero”, esa es también la fe de los cristianos. Compartimos esta misma fe con los hermanos judíos y también con los hermanos del Islam. Sin embargo nosotros los cristianos creemos además en un solo Dios en tres personas iguales y distintas a quienes llamamos Padre, Hijo y Espíritu Santo. Igualmente, no ha sido nuestra sabiduría la que alcanza el conocimiento de la Trinidad, sino la revelación del Dios que envió a su Hijo para encarnarse y hacerse hombre como nosotros; y ese Hijo encarnado nos reveló a Dios como un Padre y nos reveló la relación que existe entre el Padre y el Hijo; y nos reveló también la relación que existe con el Espíritu Santo, que se nos es dado como un don que viene de lo alto para recuperar la imagen divina que vive en medio de nosotros para conducir a la Iglesia.
Nuestro credo habla sobre este Dios uno y trino. Se refiere al Padre especialmente en la obra creadora, al Hijo en la obra redentora y el Espíritu Santo en la obra santificadora. Creer y aceptar la Trinidad es creerle a Jesús. Es cierto que en nuestra mente humana es imposible hacer comprender este misterio de un solo Dios en tres personas; sin embargo, para conocer esta verdad revelada, basta conocernos a nosotros mismos creados a imagen y semejanza de Dios nuestro Señor. En nuestra naturaleza humana llevamos la necesidad de la comunicación, de la relación, la necesidad de la familia. Dios es familia, esa es su naturaleza y nosotros provenimos de la unión de un hombre y una mujer; y aquellos que nacimos y crecimos en el seno de una familia, somos capaces también de convocar a una familia, de crear a una familia con la gracia de Dios.
El Hombre a Imagen de Dios
El hombre está hecho para la relación. En el aislamiento o en el egoísmo, el hombre no se realiza; por el contrario, se desarrolla precisamente en el darse, en la generosidad y en la entrega. Y esa entrega y generosidad, son intensas, fuertes; podríamos decir que son extremas dentro de la vida matrimonial donde una mujer y un hombre se unen hasta que la muerte los separe, en una relación capaz de procrear la vida. Se multiplican, tienen hijos y así es cómo el hombre realiza la imagen de Dios. Otros seres humanos, al no contraer matrimonio, conservamos esa capacidad de la relación, esa capacidad de la donación y podemos vivir intensamente nuestra imagen de Dios en el amor a nuestro prójimo.
Así es como la naturaleza de Dios está viva y presente en nosotros. Lo que no entendemos mentalmente, lo podemos comprender vivencialmente, pues estamos hechos para la comunión y para la relación. Por eso todo lo que implique una buena relación, lo que signifique estar en paz y en armonía con los demás, nos trae gozo y felicidad; y al contrario, todo lo que ocasione enfrentamiento o distanciamiento, nos trae problemas e infelicidad.
¡Qué dicha cuando un matrimonio se conserva unido!¡Qué dicha cuando una amistad persevera con los años!¡Qué dicha cuando hay armonía entre los pueblos! Pero qué dolor cuando un matrimonio se separa, cuando los hermanos se dejan de hablar o cuando las amistades se pierden. ¡Cuánto sufrimiento hay cuando los pueblos se enfrentan!
El Hombre es un Ser en Relación
Está pues, en nuestra naturaleza, la buena relación con los demás; y en la medida en que lo hagamos, estamos actuando en la vida de Dios que es uno y trino a la vez. El Padre ha creado todo cuanto existe, pero el Hijo estaba con él. Encontramos en la primera lectura cómo la Sabiduría de Dios estaba con él desde el principio cuando creó todo cuanto existe (Prov 8, 22 ss). Los griegos llamaban a esa sabiduría creadora el “logos”, traducido al latín el “verbum”, traducido al español la “palabra”; pero sólo en el lenguaje original encontramos la riqueza profunda y grande de este concepto, una sabiduría que todo lo conduce, que todo lo dirige, y sin la cual nada existe, sin la cual nada puede conducirse.
La Sabiduría de Dios en el evangelio de san Juan es reconocida e identificada con el Verbo que se hizo carne. Así inicia el evangelio de Juan: “En el principio existía el “logos”, el “verbo”, la Palabra”, y la palabra estaba con Dios y la palabra era Dios”. (cfr. Jn 1, 1) Llegamos a la convicción de fe, de que esa sabiduría era el mismo Hijo de Dios que se hizo hombre y a la vez sabemos que la obra de Cristo, obra redentora, continúa desde entonces hasta nuestros días bajo la guía del Espíritu Santo, que vino sobre los discípulos el día de Pentecostés, y que está conduciendo a la Iglesia y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad para crear la comunión, para crear la armonía de las personas y entre las personas. Estamos bajo la guía y conducción del Espíritu Santo.
Así es que el Misterio de la Santísima Trinidad, no es un misterio lejano o que difícilmente podamos comprender, más bien es un misterio cercano que estamos viviendo cotidianamente. Por eso aunque la Iglesia respeta a todos los seres humanos y es consciente de que hay personas del mismo sexo viviendo juntas, siempre las ha habido y siempre las habrá, no llamamos a eso matrimonio. Esas uniones no son matrimonio porque son incapaces de generar la vida. Ojalá que los que conducen nuestra Patria, conscientes de esa realidad humana y consientes de la voluntad popular, de lo que realmente quiere nuestro pueblo, defiendan más bien la institución matrimonial; que protejan a todos, que nos preocupemos todos por todos; que le demos también la protección que necesitan a nuestros hermanos que tienen atracción por el mimo sexo, pero que no se llame matrimonio, que no se llame unión matrimonial al encuentro entre personas del mismo sexo. Y que más bien se procure proteger la institución matrimonial como se ha protegido desde siempre, no solo por la Iglesia sino por la sociedad.
Pidamos a Dios uno y Trino, que en armonía social y en armonía dentro de la Iglesia, vivamos la comunión que significa el Misterio de la misma Santísima Trinidad.
¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán