HOMILÍA
XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo C
Am 6, 1. 4-7; 1 Tim 6, 11-16; Lc 16, 19-31.
“Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen” (Lc 16, 29).
In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre en este domingo vigésimo sexto del Tiempo Ordinario. Hoy concluye la Semana de la Biblia en nuestra Arquidiócesis, pero no olvidemos que, si tenemos la Sagrada Escritura en el hogar, es para leerla, no para que adorne un rincón. Si nos lo proponemos, podemos releer las lecturas dominicales en nuestra Biblia, o tomar diariamente al menos un capítulo para leerlo, meditarlo, orar en familia o también individualmente.
Pasado mañana, martes 30 de septiembre, celebraremos la fiesta de san Jerónimo, un gran Padre de la Iglesia que vivió entre el año 347 y el 420 de nuestra era. Él solo realizó la primera traducción de toda la Biblia completa, a la lengua latina, para que la gente sencilla, los pobres sin educación, pudieran entender la palabra de Dios en la lengua que se hablaba en todo el imperio.
Así permaneció la Sagrada Escritura durante siglos escrita en latín, hasta que en el siglo pasado comenzaron las nuevas traducciones, aprovechando los rollos descubiertos entre 1947 y 1956, en unas cuevas cercanas al mar Muerto, en los que se encontraban los rollos de casi todos los libros de la Escritura, en los idiomas hebreo, arameo y griego, que fueron las lenguas originales de la Biblia.
En el santo evangelio de hoy según san Lucas, Jesús propone la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón, en la cual el rico se vestía de púrpura y telas finas banqueteando espléndidamente cada día; mientras que el pobre Lázaro yacía a la puerta de la casa del rico, cubierto de llagas y ansiando comer las migajas que sobraban de su mesa; pero el rico nunca se preocupó por ayudar al pobre.
El nombre de Lázaro tiene un significado muy hermoso, pues quiere decir: “El ayudado por Dios”. Así pasaba con aquel pobre hombre a quien nadie ayudaba, pero encontraba su apoyo en el Señor para sobrevivir. Es notorio que Jesús no le ponga ningún nombre al hombre rico de la parábola, porque en el ambiente social, la gente rica tiene renombre, con un apellido que solía ser muy conocido. Ahora bien, “epulón”, no es ningún nombre sino un adjetivo que califica a las personas comelonas, que banquetean en abundancia. En cambio, la gente suele ignorar el nombre de los pobres, pues los consideran como personas sin importancia. Aquí vemos una vez más, que los criterios de Dios son muy distintos a los criterios de los hombres (cfr. 1 Sam 16, 7).
La consecuencia en la parábola fue que al morir el pobre fue llevado al seno de Abraham, como llamaban los judíos al lugar de salvación; mientras que el rico al morir simplemente fue enterrado. Jesús describe un diálogo que el rico sostiene con Abraham, desde las llamas del lugar de castigo donde se encontraba, hasta el lugar de salvación donde se estaba Lázaro con Abraham. El rico suplicaba que Lázaro fuera enviado a refrescarle la lengua con la punta de su dedo mojado, pero Abraham le dice que no se puede cruzar de un lado a otro, porque hay un abismo infranqueable entre ambos lugares. Como bien sabemos, el cielo se conquista aquí y ahora; y con la muerte acaban nuestras oportunidades de hacer méritos para ganar un lugar junto al Señor.
También aquí en la tierra existe un gran abismo entre ricos y pobres, sin embargo, aquí sí es posible cruzar ese abismo. El pobre cruza el abismo cuando no envidia al rico por lo que tiene, alabando día a día al Señor sin amargura, y hasta comparte de lo poco que tiene con otros igual o más necesitados que él. De hecho, los pobres migrantes cruzan valerosamente los grandes abismos de nuestras fronteras.
De este modo, el rico cruza el abismo cuando respeta a los pobres, tratándolos de igual a igual; cuando paga salarios justos a sus trabajadores; cuando promueve el empleo, arriesgando su dinero; cuando comparte de sus bienes a los necesitados; cuando ayuda al pobre para que sea protagonista de su propio desarrollo; cuando alaba al Señor reconociendo que de Él ha recibido todo cuanto tiene, valorando más los bienes morales y espirituales que los materiales. Igualmente, el rico cruza este abismo cuando colabora en la misión de la Iglesia de acoger, proteger, promover e integrar a Cristo en la persona del migrante.
En la primera lectura, el profeta Amós amonesta a todos aquellos que practican una falsa religión, en la que sólo importa el culto, sin que éste tenga trascendencia a la vida. Se trata de la gente que vive para pasarla lo mejor que puede, pero en abundancia y derroche, sin tener en cuenta las desgracias de sus hermanos. A esto sentencia el profeta: “Por eso irán al destierro a la cabeza de los cautivos y se acabará la orgía de los disolutos” (Am 6, 7).
En el Salmo 145 se nos presenta a un Dios que ama al hombre justo, un Dios que hace justicia al oprimido. Se presenta la lista de las personas que, en aquel tiempo, podían considerarse desamparadas: el ciego, la viuda, el huérfano y el forastero. De todos ellos cuida el Señor, por medio de aquellos que sienten verdadera compasión.
En la segunda lectura, san Pablo exhortaba al joven obispo Timoteo, y ahora nos exhorta el Señor a todos nosotros, si queremos ser hombres y mujeres de Dios, a llevar “una vida de rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre” (1 Tim 6, 11), a luchar en el noble combate de la fe para conquistar la vida eterna. Nuestra vida, si es auténticamente cristiana, supone la lucha interior de cada uno de nosotros para vencer toda tentación.
Nadie es bueno porque así haya nacido, sino porque, aun siendo tentado por el maligno, que es el enemigo interior, lucha en el combate de un creyente, aunque nadie se dé cuenta de ello.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán