IV Domingo de Cuaresma
Ciclo C
Jos 5, 9.10-12; 2 Cor 5, 17-21; Lc 15, 1-3. 11-32.
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti” (Lc 15, 18)
Muy queridos hermanos y hermanas, a principios de los años setentas se puso de moda una película norteamericana que se llamaba “Historia de Amor” (Love Story, 1970) con un tema musical muy bonito que todavía se escucha hasta nuestro tiempo; también se tradujo al español la letra de aquella melodía. De esta película que causó sensación se escuchaban frases, como pensamientos, de la enseñanza que dejó. En algunos periódicos salieron tiras cómicas: un hombre y una mujer hablando entre ellos y diciendo alguna de las frases memorables de esta “Historia de Amor”; y una frase que a todo mundo impresionaba era la siguiente: “Amar es nunca tener que pedir perdón”. Todo mundo se impresionaba con esas ideas, pero la verdad pasó el tiempo y nos dimos cuenta de lo equivocado que estaban. ¿Cómo que amar es no tener que pedir perdón? Los que aman saben pedir perdón; los que aman, saben dar el perdón.
Cuando hay amor es más fácil lastimarnos, porque si nos ofende alguien que es indiferente para nosotros no nos importa mucho, pero si el que nos hace daño es alguien a quien queremos, entoces sí duele y necesitamos sanar la relación. ¿Y cómo se sana una relación? pidiendo perdón, dando perdón. Las amistades mejores que hay en la vida no son aquellas donde no hay problemas, sino que son aquellas donde los problemas se superan pidiendo y dando perdón. La mejor escuela para el perdón es la familia, porque en familia estamos tan juntos, tan cercanos y nos queremos tanto; aunque no falten por ahí discusiones, pequeños pleitos entre hermanos, entre esposos; eso es muy normal. El Papa cuando estuvo en Tuxtla en el encuentro con las familias dijo que no es cierto que haya familias perfectas que nunca peleen. En todas las buenas familias también hay pleitos. Y dijo el Papa en son de broma “vuela alguno que otro plato”; pero lo que importa es que al final del día, siempre haya paz y reconciliación. Y esto se logra sabiendo con humildad pedir perdón y sabiendo con humildad dar el perdón.
No hay nadie tan capaz de perdonar como los papás. Y a los papás les duele mucho cuando los hijos se van enojados y por años no vuelven a la casa. También los papás sufren cuando dos hermanos dejan de hablarse; pero los papás siempre perdonan aunque sea la peor de las ofensas. Nuestros papás siempre perdonan y aunque la sociedad condene y mande a la cárcel para siempre, los papás siempre perdonan. Si esto sucede con nosotros que somos de carne y hueso, ¿cómo no podrá perdonarnos el Padre de todos? ¿Cómo no podrá perdonar el Dios misericordioso que Jesús nos vino a revelar?
Jesús fue criticado por convivir con los pecadores y publicanos, pero él convivía con ellos no en el pecado sino en su arrepentimiento; él recibía a los que se arrepentían y querían acercarse a Dios. Los fariseos y los escribas criticaban a Jesús por acercarse a los pecadores; pero por eso Jesús cuenta esta parábola maravillosa del “Hijo Pródigo”. Un padre que es extraordinariamente amoroso, un padre que respeta la libertad de los hijos: “Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde” (Lc 15, 12) y el papá se las da. “Ya me voy”, “ni modo hijo, ve con Dios”. El papá se queda muy triste pero respeta la libertad de su hijo, que se va y malgasta la herencia con malas mujeres y en toda clase de vicios. Y cuando pierde todo, cuando se ve trabajando entre los puercos, envidiando lo que se comían, dice: “¿Qué estoy haciendo aquí?”; “¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen pan de sobra y yo aquí me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo, trátame como a uno de tus trabajadores” (Lc 15, 17-19).Y comenzó su viaje.
¡Qué hermosa parábola! El padre esperándolo, el padre sale corriendo a su encuentro, y el muchacho viene todo sucio, sin zapatos, sin bañarse, irreconocible. Pero el papá al verlo sale corriendo, lo encuentra, lo abraza, lo cubre de besos. Y el joven dice lo que tenía preparado: “padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo.” ¡Ah pero el papá no hace caso! Se ha vuelto loco de gusto: “¡pronto!” Le dice a los criados; “traigan el vestido más rico y vístanselo”, “traíganle sandalias y pónganselas en los pies”, “pónganle un anillo en su dedo”, porque el anillo era la pertenencia a la familia, “trigan al becerro gordo y mátenlo… porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado” (Lc 15, 23-24).
Esa es la alegría de Dios nuestro Padre cuando un pecador vuelve a Él. Dios está así con los brazos abiertos. ¿A quién no perdona Dios? Al que no se acerca. ¿A quién no abraza Dios? Al que no se deja. ¿Habrá algún pecado que Dios no perdone? Ninguno. Todos encuentran perdón si hay arrepentimiento y acercamiento a Dios.
El hermano mayor cuando se dio cuenta de la fiesta no quería entrar al banquete, no quería festejar con su padre por el regreso de su hermano. Se parece a los fariseos y a los escribas; por eso Jesús les cuenta esta parte de la parábola, para que entiendan, para que abran su mente y su corazón a todos. Que no digan: “nosotros somos los buenos y aquellos los pecadores”. Debemos abrir el corazón a todos. Jesús contó esta parábola, no para que no lo criticaran; porque lo criticaban por reunirse con los pecadores; sino más bien para que abrieran ese corazón duro y dejaran entrar a su hermano. Que se dieran cuenta de que Dios es nuestro Padre y de que todos nosotros somos hermanos.
Pidámosle al Señor en este domingo, confianza total en Él. No importan los pecados que yo tenga, Dios me perdona si yo me arrepiendo y me acerco confiado. Pidámosle al Señor humildad para pedirnos perdón unos a otros. Sí, dentro de la familia especialmente; que en la familia no falte el perdón, pedirlo y recibirlo. Pero también con los amigos, los vecinos, los compañeros. Pidámosle al Señor un corazón grande y humilde para saber pedir perdón, para saber darlo a nuestros hermanos.
Estamos en el Año de la Misericordia, aprendamos a pedirle perdón a Dios, a pedirnos perdón y a darnos perdón unos a otros.
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán