HOMILÍA
V DOMINGO DE CUARESMA
Ciclo B
Jer 31, 31-34; Ef 2, Heb 5, 7-9; Jn 12, 20-33.
“Cuando yo sea levantado de la tierra,
atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32).
Ki’ olal lake’ex ka t’ane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. U T’aan Yuum Ku’ te domingoa’ ku ya’alik to’one’ Jesuse’ yanchaj sáajki’i u kiimi’ , ba’ale’ tu yúuba’ u T’aan u Taata’.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo como siempre afectuosamente y les deseo todo bien en el Señor.
Un hombre en su sano juicio siente miedo ante la muerte. Quien no tenga miedo está afectado mentalmente sin lugar a dudas. El patrón de conducta de los hombres, especialmente jóvenes, que han derramado sangre de sus compañeros o maestros en distintos tiroteos en el País del Norte, es el de terminar suicidándose.
Yo veo en el fondo de estas locuras un problema ético social, cuando el dinero que debería servir, es servido por la avaricia ciega de los dueños de las fábricas de armas, quienes tienen modo de influenciar la política para que la población se pueda seguir armando; y de auspiciar la corrupción para que las armas puedan cruzar fronteras suministrándolas a los bandos contrarios en distintos países, como sucede en el nuestro. La desintegración familiar, los jóvenes que se apartan de sus padres, el libre acceso a las drogas y al licor, son factores que abonan al clima de inseguridad y de menosprecio de la vida.
Jesucristo, Dios encarnado como verdadero hombre, y un hombre totalmente sano que creció en el seno de una familia perfectamente integrada con María y José, tiene un auténtico miedo ante la muerte en cruz que se le avecina. Tiene además el valor de confesar públicamente su miedo ante sus apóstoles con toda humildad, como lo dice en el santo evangelio de hoy según san Juan: “Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? No, pues precisamente para esa hora he venido” (Jn 12, 27). Igualmente, la segunda lectura de hoy tomada de la Carta a los Hebreos nos dice que: “Cristo ofreció oraciones y súplicas, con fuertes voces y lágrimas, a aquel que podía librarlo de la muerte…” (Heb 5, 7).
Pero antes, en el mismo pasaje del evangelio Jesús habla de que su hora que ha llegado. Él había sido enviado solamente a las ovejas descarriadas de la casa de Israel (cfr. Mt 15, 24) y por eso, cuando Andrés y Felipe le dicen que hay dos griegos que quieren hablar con él, Jesús reconoce y proclama que ha llegado su hora, la hora de la cruz, la hora de ser glorificado y de dar fruto como el grano que se siembra en la tierra, que muere para dar fruto. En Jesús la muerte adquiere la dimensión novedosa de fructificar, cuando se acepta libremente por amor a los hermanos, los hombres, y en obediencia al Padre; aunque considerando que la aceptación no quita el miedo tan humano y normal.
Llega para él la hora de la cruz, mientras que para la Iglesia llega la hora de comenzar a vivir y de nacer “católica”, es decir, con la misión universal de predicar la Buena Nueva a todas las naciones; como de hecho ha sucedido desde aquel día de Pentecostés cuando la Iglesia inició su hora. Luego, cada uno de los que estamos en el mundo vamos tarde o temprano llegando a nuestra hora, y esto es algo ineludible ya que ninguno de nosotros es indispensable en este mundo, pues tenemos que dejar nuestras obras a las siguientes generaciones en las familias, en la Iglesia, en las asociaciones y en los gobiernos. Para los creyentes la hora de nuestra muerte, aunque le tengamos miedo como Jesús lo tuvo, significa el momento de encontrarnos con nuestro Padre Dios.
Qué bueno sería que todos tuviéramos el valor de aceptar que a veces nuestra hora llega, aunque todavía tengamos vida, como lo hizo el Papa Benedicto XVI al dejar su pontificado; y luego respetando que su hora ha pasado, no se ha metido para nada con el ministerio del Papa Francisco más que para orar por él. Hace unos días habló sobre el Papa Francisco para aplaudir su ministerio y para señalar que no se ha apartado de la ortodoxia ni de la enseñanza de los pontífices recientes, como algunos lo han afirmado. Ojalá que todos nuestros exgobernantes en México y en el mundo reconocieran que su hora ha pasado y evitaran entrometerse con los actuales gobernantes. No cabe duda que Benedicto XVI es un ejemplo a seguir para aprender con humildad a soltar el poder.
Jesús también nos invita a servirle en la disposición de dar la vida, con la misma libertad y amor con que él estaba dispuesto a darla. Cuando le pide a su Padre que le dé gloria a su nombre, se escuchó la voz del Padre mismo diciendo: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo” (Jn 12, 28). Continúa así el tema de la gloria ligado al de la cruz y muerte, sin ninguna mezcla de masoquismo, sino como expresión del más puro, santo y grande amor que jamás haya habido ni habrá. Por eso Jesús concluye anunciando su propia muerte con esas palabras simbólicas: “Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32). Y aquí estamos desde entonces, atraídos por Cristo hacia su cruz, pues al contemplarlo y adorarlo a él cargándola como lo hacemos especialmente en los viacrucis, nos armamos de valor para abrazar nuestra propia cruz e ir en pos de él, pudiendo así aceptar nuestra propia hora, sea la de dejar un cargo, un trabajo o sea la de la llamada definitiva de la hora de nuestra muerte.
La primera lectura de hoy tomada del Libro del Profeta Jeremías, nos presenta una profecía preciosísima que anuncia una nueva alianza de Dios con su pueblo. Pensemos como los enamorados graban sus nombres enlazados en dos corazones atravesados por una flecha que chorrea sangre, trazándolos en una hoja de papel, en el tronco de un árbol o hasta en la penca de un maguey. En cambio Dios el Señor, el más grande Enamorado (con mayúscula) de toda la historia, promete la nueva alianza con nosotros su pueblo diciendo: “Voy a poner mi ley en lo más profundo de su mente y voy a grabarla en sus corazones” (Jr 31, 33). Así que deja ya de pelear por lo que te ordenan tus papás, por lo que te manda la Iglesia o cualquier otra persona constituida en autoridad; más bien mira hacia dentro de ti mismo y discierne mirando en tu corazón lo que Dios mismo espera de ti.
Con el Salmo 50 de este día, pidámosle al Señor que cree en nosotros un corazón nuevo y un espíritu nuevo para cumplir sus mandamientos. Con mucho provecho podemos tomar luego nuestra Biblia buscando este salmo para rezarlo completo y despacio como un bello acto de contrición. Con el rezo del santo Rosario y en cada Ave María, pidámosle a la Madre de Dios y Madre nuestra que ruegue por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.
En días próximos tendremos ya el Domingo de Ramos, inicio de nuestra Semana Santa. Hagamos un esfuerzo por acudir a la confesión, si es que no lo hemos hecho todavía. Preparémonos para vivir una semana verdaderamente santa, asistiendo si nos es posible a los oficios en algún templo. Si no pudiéramos asistir a los oficios, siempre es posible hacer un espacio cada día para leer un momento la Palabra de Dios, la que se refiere a cada día de la semana y que ahora hasta en internet se puede encontrar, sin dejar de lado además un momento de oración y silencio reflexivo. Esto aún en vacaciones se puede hacer.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán