HOMILÍA
XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo C
IX JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES
Mal 3, 19-20; 2 Tes 3, 7-12; Lc 21, 5-19.
“Si se mantienen firmes, conseguirán la vida” (Lc 21, 19).
In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e’ k’iinbejsik novena Jornada Mundial óotsilil máako’ob, u t’aanil Papa León ku ya’alik beya’ “Tú, Señor, eres mi esperanza”. U Ma’alob Péektsile’, ku ya’alik to’on u tojol meyaj; beyxan Jesús ku ya’alik to’on, u ki’inil u suute’ yaan u yaantal ba’atelo’ob yéetel yayal olal, ma’ u xuul yóok’ol kaab’; taj xan ku ya’alik u discípulos yaan u yayantiko’ob k’aaka’asbalo ob.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este trigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario, penúltimo domingo del Año Litúrgico y día de la “Jornada Mundial de los Pobres”. En esta novena jornada, el Papa León nos ha dado un mensaje titulado: “Tú, Señor, eres mi esperanza” (cfr. Sal 71, 5).
Dice en el mensaje: “El pobre puede convertirse en testigo de una esperanza fuerte y fiable, precisamente porque la profesa en una condición de vida precaria, marcada por privaciones, fragilidad y marginación. No confía en las seguridades del poder o del tener; al contrario, las sufre y con frecuencia es víctima de ellas. Su esperanza sólo puede reposar en otro lugar. Reconociendo que Dios es nuestra primera y única esperanza, nosotros también realizamos el paso de las esperanzas efímeras a la esperanza duradera. Frente al deseo de tener a Dios como compañero de camino, las riquezas se relativizan, porque se descubre el verdadero tesoro del que realmente tenemos necesidad. Resuenan claras y fuertes las palabras con las que el Señor Jesús exhortaba a sus discípulos: «No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben» (Mt 6,19-20)”. (Mensaje del Santo Padre León XIV, por la IX Jornada Mundial de los Pobres, n. 2).
El Santo Padre continúa diciendo: “La pobreza más grave es no conocer a Dios. Así nos lo recordaba el Papa Francisco cuando en Evangelii gaudium escribía: «La peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual…” Y sigue luego citando a san Agustín para recordarnos el significado de la pobreza espiritual: “Vuelven a la mente las palabras de san Agustín: «Sea Dios toda tu presunción: siéntete indigente de Él, y así serás de Él colmado. Todo lo que poseas sin Él, te causará un mayor vacío.»”. (Ídem. n. 3).
Más adelante en su mensaje, el Papa León nos indica que: “La pobreza tiene causas estructurales que deben ser afrontadas y eliminadas. Mientras esto sucede, todos estamos llamados a crear nuevos signos de esperanza que testimonien la caridad cristiana, como lo hicieron muchos santos y santas de todas las épocas”. Luego indica que: “Los pobres no son una distracción para la Iglesia, sino los hermanos y hermanas más amados, porque cada uno de ellos, con su existencia, e incluso con sus palabras y la sabiduría que poseen, nos provoca a tocar con las manos la verdad del Evangelio. Toda forma de pobreza, sin excluir ninguna, es un llamado a vivir concretamente el Evangelio y a ofrecer signos eficaces de esperanza”. (Ídem. n. 5).
Posteriormente nos explica que: “Los pobres no son objetos de nuestra pastoral, sino sujetos creativos que nos estimulan a encontrar siempre formas nuevas de vivir el Evangelio hoy. Ante la sucesión de nuevas oleadas de empobrecimiento, existe el riesgo de acostumbrarse y resignarse”. Ante esto, nos recalca que: “Ayudar al pobre es, en efecto, una cuestión de justicia, antes que de caridad. Como observa San Agustín: «Das pan al hambriento, pero sería mejor que nadie sintiese hambre y no tuvieses a nadie a quien dar. Vistes al desnudo, pero ¡ojalá todos estuviesen vestidos y no hubiese necesidad de vestir a nadie!»”. (Ídem. n. 6).
Pasando a la Palabra de Dios en este domingo, en la Segunda Carta de san Pablo a los Tesalonicenses, el Apóstol les recuerda su propio ejemplo, pues entre ellos trabajó con sus propias manos para conseguir su sustento. Él sabía que tenía derecho absoluto de vivir de la predicación, como los demás Apóstoles, dedicándose él mismo en algunos lugares, de tiempo completo, a la tarea evangelizadora. Pero donde convenía, como en Tesalónica, se ponía a trabajar para mostrarles la dignidad y la santidad del trabajo. Sucedía también que algunos miembros de aquella comunidad, pensando que la segunda venida de Cristo era inminente, hasta dejaron de trabajar.
Dice san Pablo en este pasaje: “El que no quiera trabajar, que tampoco coma. Y ahora vengo a saber que algunos de ustedes viven como holgazanes, sin hacer nada y, además, entrometiéndose en todo. Les suplicamos a esos tales y les ordenamos, de parte del Señor Jesús, que se pongan a trabajar en paz para ganarse con sus propias manos la comida” (2 Tes 3, 10-12).
Hay personas que dicen que los pobres deben ponerse a trabajar, pero la verdad es que, muchos de ellos, aunque sean muy trabajadores, no han tenido oportunidades de trabajo, o quizá alguna enfermedad o accidente se los impide. Nosotros, al igual que san Pablo y que muchos santos que trabajaban para ayudar a los necesitados con el fruto de su trabajo, podemos tener también el privilegio de ser solidarios apoyando a los necesitados con los frutos de nuestro trabajo.
En el evangelio de hoy, al escuchar Jesús que la gente ponderaba la solidez del templo y la belleza de las ofrendas votivas que lo adornaban, les dijo: “Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido” (Lc 21, 6). Ya sabemos, como cristianos, o al menos como gente sensata, que todo lo material es relativo y pasajero.
Quienes escuchaban a Jesús le preguntan cuándo sucedería esta profecía. Así Jesús aprovechó para anunciar que, antes de que él regrese, habrá guerras y distintas catástrofes, aunque no significarán el fin. También les advierte que no deben dar crédito a quien pretenda engañarlos presentándose como el Mesías. La verdad es que de todo eso ya hemos tenido bastante y seguiremos teniéndolo.
Luego les anunció las persecuciones que sufrirían por ser sus discípulos, y que incluso algunos serían martirizados por creer en él. Al respecto les dice: “Todos los odiarán por causa mía. Sin embargo, ni un cabello de su cabeza perecerá. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida” (Lc 21, 17-19). Por supuesto que Jesús hablaba de la vida eterna.
Mensajes semejantes al de este evangelio, según san Lucas, aparecían ya en los profetas. Así tenemos la primera lectura de hoy, tomada del Libro del profeta Malaquías, donde se habla del “Día del Señor”, en el que los soberbios y malvados serán como paja echada en el horno ardiente. Por otra parte, ese día significa salvación para la gente fiel. Dice el texto: “Pero para ustedes, los que temen al Señor, brillará el sol de justicia, que les traerá la salvación en sus rayos” (Mal 3, 20).
No temamos a la segunda venida de Cristo, la cual debe ser para los creyentes y fieles motivo de alegría, tal como lo expresamos hoy en el Salmo 97: “Regocíjese todo ante el Señor, porque ya viene a gobernar el orbe. Justicia y rectitud serán las normas con las que rija a todas las naciones”.
Que tengan todos una muy feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán
