Homilía Arzobispo de Yucatán – XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

HOMILÍA
XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Dedicación de la Basílica de Letrán
Ciclo C
Ez 47, 1-2. 8-9. 12; 1 Cor 3, 9-11. 16-17; Jn 2, 13-22.

“Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré” (Jn 2, 19).

 

In la’alk’e’ex ka t’ane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel kimak óolal. Bejlae’ tan k’imbesik le k’aa chunsa’aj u iglesail San Juan de Letran, le catedral jela’ ti yaan Romae’, u catedral le Papa, le betik  jach k’amben ti tu lakal le u katolikos yo’ok’ol kaab. Ko’one’ex k’asik ba’ax u k’aat u ya’al ek temploso’obo’, le templo bey u winklik Cristoe’, to’one’ex u winklil Cristo, jujuntulilo’on xane’ letie’ templo tu’ux tak u yaantal Jajal Dios. Tulakalo’onexe’ u kili’ich templo Yuumtsil tu’ux ku k’ubul sibilal ti Yuum bil.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este domingo que coincide con la fiesta de la Dedicación de la basílica de San Juan de Letrán.

Ésta es una de las cuatro Basílicas mayores que hay en Roma, y es la Catedral del Papa, por lo cual, alegrarnos devotamente en el aniversario de su dedicación, es signo de unidad de la Iglesia en torno al Sumo Pontífice, el Papa León XIV. A la vez, esta celebración nos da oportunidad para reflexionar del significado de éste, así como de todos los templos en el mundo.

La primera lectura nos presenta la visión que tuvo el profeta Ezequiel, en la que, estando en el templo, desde el altar brotaba agua en abundancia hacia el oriente, de modo que se formó un enorme río, del cual a sus orillas habrá luego árboles, cuyos frutos servirán de alimento y cuyas hojas serán medicinales. La llegada de las aguas al oriente significa purificación, pues en el oriente estuvo el jardín de donde fueron expulsados nuestros primeros padres, Adán y Eva; por tanto, volver al oriente significa volver a la gracia, a la amistad con Dios, al origen de nuestra naturaleza.

Desde la más grande basílica, hasta la más humilde capilla, cada templo es un lugar que no encierra celosamente los dones y gracias que el Altísimo derrama a cuantos oran ahí, sino que todas las oraciones y sacramentos celebrados, desbordan cada templo y salen como un río de gracia para bendecir a toda la humanidad. El poder de los sacramentos celebrados y la oración devota no benefician sólo a quienes asisten al templo, pues la gracia del Señor se desborda hacia todos sus hijos, como un río caudaloso.

Con el salmo 45 podemos cantar, hoy y siempre, que en verdad: “Un río alegra la ciudad de Dios”. Podemos también afirmar que el río espiritual que mana de cada basílica, templo parroquial, rectoría o capilla, se une en una sola corriente abundante de la gracia del Señor sobre nuestra tierra.

En la segunda lectura, el apóstol san Pablo en su Primera Carta a los Corintios, afirma que cada uno de los miembros de la comunidad cristiana es el templo que Dios quiere edificar, si cada uno en lo personal está dispuesto a permitirlo. Añadiendo luego: “Porque el templo de Dios es santo, y ustedes son ese templo” (1 Cor 3, 17). Esta enseñanza de san Pablo concuerda muy bien con lo que siglos antes había afirmado el profeta Isaías diciendo: “El cielo es mi trono, y la tierra es el estrado de mis pies. ¿Qué templo podréis construirme o qué lugar para mi descanso? Todo es mío, todo eso lo hicieron mis manos. En ese pondré mis ojos, en el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras” (Is 66, 1-2).

Entonces, cada uno de nosotros es el templo donde Dios quiere habitar, si nosotros lo permitimos. También, todos juntos en comunidad formamos un solo cuerpo, el cuerpo de la Iglesia, que es el cuerpo místico de Cristo. Por eso dice el Apóstol san Pedro en su primera carta: “Ustedes también, como piedras vivas, entran en la construcción de un templo santo para ejercer un sacerdocio santo que, por mediación de Jesucristo, ofrece sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo” (1Pe 2, 5). Jesús le había dicho a Simón Pedro: “Tú eres piedra”, y en este otro pasaje Pedro nos dice a todos los creyentes: “Ustedes son piedras vivas”.

En el santo evangelio según san Juan, Jesús encuentra en el templo de Jerusalén a todos los vendedores de bueyes, ovejas, palomas, y a los cambistas con sus mesas. A todos los expulsa con un látigo que hizo con cordeles, diciéndoles: “Quiten esto de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre” (Jn 2, 16). Los apóstoles recordaron el pasaje de la Escritura que dice: “El celo de tu casa me devora” (Sal 69, 9). Y nosotros, ¿cómo respetamos y hacemos respetar nuestro templo?

Cuando los judíos le preguntan: “¿Qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?” La respuesta de Jesús es la siguiente: “Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré” (Jn 2, 19). Nadie entendió la respuesta de Jesús en ese momento, pero luego de la resurrección de Jesús, sus discípulos entendieron que él hablaba del templo de su cuerpo, que fue destruido en la cruz y reconstruido en tres días. La resurrección es la señal de la autoridad que tiene Cristo para actuar como lo ha hecho en cada momento.

La espiritualidad de quien reconoce el cuerpo de Jesús como templo; la comunión de los cristianos como un templo y nuestro propio cuerpo como un templo, es la fuente para respetar nuestro propio cuerpo y el cuerpo de toda persona. Es por eso que en otro lugar nos dice san Pablo: “Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que han recibido de Dios y habita en ustedes? Por tanto, ¡ya no se pertenecen a sí mismos! Ustedes han sido comprados a un gran precio. Por tanto, ¡glorifiquen a Dios con su cuerpo! (1Cor 6, 19-20).

Hoy en día hay muchas personas que cuidan demasiado su cuerpo, exagerando en el uso de los gimnasios, en los tratamientos y operaciones. En cambio, esas personas suelen descuidar las cosas del espíritu. También una manera de ofender gravemente a Dios, autor del cuerpo humano, sucede al frecuentar la pornografía, que ahora está al alcance de cualquiera. Padres de familia estén alerta con sus hijos.

Por otra parte, hemos todos de cuidar de nuestros templos, sin descuidar la presencia real de Cristo en los pobres. En la Exhortación Apostólica “Dilexi te”, el Papa León relaciona el cuidado del templo con el cuidado de los pobres, y lo hace citando a san Juan Crisóstomo. Dice: “¿Quieres honrar el Cuerpo de Cristo? No permitas que sea despreciado en sus miembros, es decir, en los pobres que no tienen qué vestir, ni lo honres aquí en el templo con vestiduras de seda, mientras fuera lo abandonas al frío y a la desnudez […]. En el templo, el Cuerpo de Cristo no necesita mantos, sino almas puras; pero en la persona de los pobres, Él necesita todo nuestro cuidado”. Más adelante cita de nuevo a san Juan Crisóstomo: “¿De qué serviría, al fin y al cabo, adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si Él muere de hambre en la persona de los pobres? Primero da de comer al que tiene hambre y luego adorna su mesa con lo que sobra” (DT n. 41).

Que tengan una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

Descargar (PDF, 168KB)