Homilía Arzobispo de Yucatán – XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

HOMILÍA
XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo C
Eclo 35, 15-17. 20-22; Rm 10, 9-18; Lc 18, 9-14.

“Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador” (Lc 18, 13).

 

In la’ak’e’ex ka t’ane’ex ich maaya, kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Ti le domingo manika, tek u’uyaj ma’ ek ka’anal ti le payalchio’. Ti le domingo je’ela’, ku kansik ti to’on ka payalchinako’on yéetel juunp’eel puksi’ik’al otsil, tumen Diose’ ku yu’ubik u payalchi le otsilo’obo’.  Ti le ka’ap’eel xooko’ ku ya’alik ka utsil batetnako’on ti le u batelil ek oksajóol, beyxan ka alkabnako’on malo’ob tak te káanlo’, tu’ux ta’an ek bíin.U k’aat u ya’ale’ ma ek tselkekba’ ti u meyajil ek oksajóol.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este domingo trigésimo del Tiempo Ordinario.

La Palabra de Dios nos invitaba el domingo pasado a la perseverancia en la oración, y a reconocer el poder intercesor de la misma. Hoy, en cambio, la Palabra nos dice que una condición indispensable para que la oración llegue hasta Dios es la humildad del corazón, de aquel que la realiza.

La primera lectura de este domingo está tomada del Libro del Sirácide, llamado también Eclesiástico. Como ustedes sabrán, este texto está colmado de frases llenas de sabiduría que ilustran el espíritu de los creyentes. Dice al respecto: “El Señor es un juez que no se deja impresionar por apariencias” (Eclo 35, 15). Los humanos en cambio, con frecuencia valoramos a la gente de acuerdo a su vestido, a su dinero, a su poder, a su puesto en la sociedad y hasta por su forma de hablar; sin embargo “la mirada de Dios no es como la mirada del hombre” (1 Sam 16, 7), porque Dios conoce el interior de las personas, mira lo que hay en su corazón.

Así que, el más humilde e insignificante en el mundo puede ser el más grande a los ojos del Señor, mientras que el más poderoso, ante Él, puede ser el más vacío en su interior. Tengamos en cuenta siempre que, ser pobre no es sinónimo de ser humilde, así como ser poderoso no es sinónimo de ser soberbio, pues podríamos llevarnos grandes sorpresas. Sólo Dios es quien ve en el interior de la persona.

Dice luego el texto: “La oración del humilde atraviesa las nubes” (Eclo 35, 20-22). Hay personas que son inalcanzables, que difícilmente las pueden encontrar y tocar por el común de los mortales, pero a Dios todos lo podemos alcanzar con una sencilla oración, porque Él se encuentra en nuestro interior.

San Agustín, el gran obispo del siglo IV, confesaba todo el tiempo que él anduvo buscando a Dios fuera de sí con sus complicados razonamientos, y que cuando al fin lo encontró, se dio cuenta de que siempre lo había tenido dentro de sí mismo.  Por eso con el salmo 33 que hoy recitamos, podemos proclamar que: “El Señor no está lejos de sus fieles y levanta a las almas abatidas”.

En el santo evangelio de hoy según san Lucas, Jesús presenta en una parábola, el modo en que rezaban en el templo un fariseo soberbio y un publicano humilde. Su enseñanza fue verdaderamente revolucionaria, porque en ese tiempo todo mundo hubiera pensado que la mejor oración era la del fariseo, porque pertenecía a un grupo en el que, de forma rigurosa y hasta excesiva, guardaban todos los preceptos de la ley en lo que respecta a diezmos y ayunos; en cambio todos tenían a los publicanos por pecadores para los cuales no había remedio ni salvación.

El fariseo en su oración, que hacía de pie, daba gracias a Dios por él mismo, por todos los méritos y virtudes que creía tener. Juzgaba a todos los pecadores del mundo, de quienes se sentía muy distinto y distante, incluyendo a ese publicano que andaba por ahí. La oración humilde en cambio, es la de aquel que no se atribuye a sí mismo ningún mérito y que no juzga a nadie, sino que se presenta ante Dios como el primero de los pecadores. En el mundo de la política es muy común que, quien gobierna, en forma silenciosa al menos, juzgue mal al gobernante anterior, sobre todo si era de otro partido. Pero un buen cristiano nunca debe hablar mal de otro, ni siquiera dedicándose a la política, pues son las acciones las que deben acreditarlo; más aún, rechazará en su pensamiento cualquier juicio negativo que tenga sobre los demás en su interior.

El publicano estaba bien convencido de su indignidad para poder presentarse ante el Señor, por eso se queda lejos, permanece atrás, y reconoce la grandeza de Dios, por lo que no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Él se sabe pecador, por eso se golpeaba el pecho, y en su oración suplicaba: “Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador” (Lc 18, 13).

No trates de negar tus pecados, no intentes quitártelos, mejor deja que el Señor en su misericordia te los borre. Para un buen hijo de Dios que hace, dice y piensa siempre cosas buenas, sólo le falta “la cereza del pastel”, que consiste en reconocerse como pecador, pues si ha hecho el bien hasta ahora, debe saber que ha sido por la gracia de Dios que lo ha salvado; y ha de ser consciente de que mientras viva, el tentador seguirá continuamente asechando sus pasos.

En la segunda lectura, san Pablo le manifiesta a Timoteo que ha llegado para él la hora del sacrificio y que se acerca el momento de su partida. Dice: “He luchado bien en el combate, he corrido hasta la meta, he perseverado en la fe” (2 Tim 4, 6-7). Jóvenes o viejos, a cualquier edad, considerando que no sabemos cuánto tiempo nos queda de vida, cada uno de nosotros podría preguntarse día a día, si en verdad hemos luchado bien en el combate contra el maligno o simplemente nos hemos dejado llevar por nuestras debilidades y tentaciones; cuestionarnos si hemos corrido hasta la meta de Dios o hacia cuál nos hemos dirigido; reflexionar sobre si hemos perseverado en la fe o estamos estancados en la frialdad de la conveniencia.

Esforcémonos por dar sentido a nuestra vida cristiana corriendo hacia la meta que es el mismo Cristo, y por acompañar a quienes están junto a nosotros para que no pierdan el rumbo de su vida cristiana.

Este último domingo de octubre se lleva a cabo la tradicional kermés de nuestro Seminario de Yucatán. No dejemos de apoyar a la casa donde se están formando los futuros sacerdotes de nuestra Iglesia particular. El pasado jueves, las Religiosas Oblatas de Jesús Sacerdote cumplieron 75 años de presencia en nuestra Arquidiócesis, particularmente en nuestro Seminario, donde ellas realizan su carisma de servir a Cristo en la persona de sus sacerdotes y seminaristas. Demos gracias a Dios por ellas y pidamos por las vocaciones a esta familia sacerdotal.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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