Homilía Arzobispo de Yucatán – XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Santo Cristo de las Ampollas, Ciclo C

HOMILÍA
XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo C
Am 8, 4-7; 1 Tim 2, 1-8; Lc 16, 1-13.

 

“No pueden ustedes servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13).

In lake’ex ka t’ane’ex ich maaya, kin tsikike’ex yeetel kimak óolal. U T’aan kichkelem Yuum ti le domingo jela’ ku ya’alik ti to’on:  matan u beytal a k’ultik jajal Dios mix le t’akino’. U asab yabilaji’ le t’akino’ je’e u suut idolatriae’.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este domingo vigésimo quinto del Tiempo Ordinario.

La gran idolatría de todos los tiempos es la idolatría del dinero. El Papa Francisco, de feliz memoria, inspirado en el Evangelio, nos recordó en varias ocasiones que el dinero es para servir, no para ser servido. Este es el tema de hoy domingo, tanto en el santo evangelio según san Lucas, como en el libro del profeta Amós.

Cuando la fe llega a tocar nuestros bolsillos y logra afectar la manera de hacer nuestros negocios, entonces es una fe auténtica. Lo contrario es creer en el dicho americano que dice: “Los negocios son los negocios”, queriendo afirmar que al momento de negociar no deben intervenir ni los sentimientos, ni los principios éticos o morales derivados de la fe.

De hecho, cuando el pueblo de Israel era infiel a Dios, cayendo en la idolatría hacia los dioses de otros pueblos, lo que adoraban era las esculturas de toros fabricados con oro. Esto nada tiene que ver con las imágenes cristianas, que han existido desde el principio en la Iglesia, mismas que no representan a otros dioses, sino a Cristo, a María, a los apóstoles o alguno de los mártires y santos que han existido a lo largo de la historia.

Recordemos también cómo una de las tres tentaciones que el diablo presenta a Jesús al final de sus cuarenta días en el desierto, es la de darle las riquezas del mundo si se postra para adorarlo a él. Así es que cualquiera de nosotros puede caer, aún sin darnos cuenta, en la idolatría del dinero. Pensemos entonces, ¿nos servimos del dinero o servimos al dinero? ¿Adoramos a Dios o adoramos al diablo al servir al dinero?

Dice el profeta Amós, refiriéndose a las personas a quienes les urge que pase el día de descanso religioso para continuar con sus negocios chuecos: “Disminuyen las medidas, aumentan los precios, alteran las balanzas, obligan a los pobres a venderse” (Am 8, 5).

Algunas empresas del Norte tienen minería en Centro América o en África donde pueden contaminar impunemente el agua, el aire, la tierra y pagar salarios de miseria, cosas que no pueden hacer en su lugar de origen. Es increíble hasta dónde puede llegar la avaricia y el deseo de amasar fortuna. Esto es en verdad idolatría del dinero.

En el santo evangelio de hoy, según san Lucas, Jesús presenta la parábola en la que un administrador corrupto estaba estafando a su patrón, quien al darse cuenta de que lo iban a despedir, comienza a contactar a los deudores de su amo disminuyéndole fraudulentamente las deudas, para ganárselos y tener quien lo reciba cuando se quede sin trabajo. Jesús reconoce la astucia de este ladrón, proponiendo esta habilidad para ser aplicada a las cosas buenas, cuando dice: “Los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios, que los que pertenecen a la luz” (Lc 16, 8).

Lamentablemente, es posible que alguien de los que haga oración, venga a la Iglesia, pertenezca a algún grupo y hasta reciba los sacramentos, haga, sin embargo, cosas sucias en sus negocios. Hay algunas iglesias cristianas, no católicas, que fomentan la así llamada “teología de la prosperidad”, la cual justifica que un cristiano sea “muy religioso”, y que al mismo tiempo se enriquezca a como dé lugar. Por el contrario, el verdadero hijo de la luz se alejará de todo negocio sucio.

Por supuesto que no hay dinero tan sucio como el que se genera mediante el así llamado “huachicol”, los secuestros, junto con toda la gran “industria” del crimen organizado. Qué triste es enterarnos que la corrupción alcanza hasta los más altos niveles de quienes deberían velar por el bien común.

Luego Jesús presenta algunas máximas importantes para quienes tengan dinero. Dice: “Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo” (Lc 16, 9). En otras palabras, Jesús nos habla del gran poder de intercesión que tienen los pobres ante Dios.

Dice también: “Y si no han sido fieles en lo que no es de ustedes, ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes?” (Lc 16, 12). Esta enseñanza encierra una gran verdad de antropología teológica, es decir, antropología cristiana que nos revela que el ser humano no es dueño de lo que tiene, sino simplemente su administrador. Ni el dinero, ni los bienes materiales son nuestros. Lo que sí es nuestro es el amor que prodigamos a Dios y a los demás.

La tercera máxima de Jesús es ésta: “No pueden ustedes servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13). Esta máxima inspiró al Papa Francisco, para que afirmara: “El dinero es para servir, no para ser servido”. Nos podemos preguntar: ¿Tengo dinero o el dinero me tiene a mí? Aunque no hablemos de millones, hay muchos que sirven al dinero, aunque sea poco lo que posean. No pensemos en los grandes empresarios y comerciantes, pues también en las más pequeñas empresas y negocios podemos estar sirviendo al dinero. Ojalá que tener dinero, mucho o poco, no nos quite la libertad para darle tiempo a Dios, a nuestra familia, amigos y a nosotros mismos.

También la antífona al aleluya nos puede iluminar. Dice: “Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8, 9). Vaya que, aunque Jesús hubiera nacido en el más rico palacio, de todos modos, se estaría haciendo pobre al tomar nuestra humanidad. Sin embargo, él quiso subrayar las cosas que realmente son valiosas naciendo en aquel pobre establo de Belén.

Continuamos celebrando el mes de la Patria. A propósito de esto, san Pablo en su Primera Carta a Timoteo, de la que hoy escuchamos un pasaje en la segunda lectura, nos exhorta a que “se hagan oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, y en particular, por los jefes de Estado, y las demás autoridades, para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido” (1 Tim 2, 1-2).

La Iglesia siempre ha seguido esta enseñanza de orar por nuestras autoridades. En gran medida la justicia, la paz y el desarrollo de nuestro pueblo depende del buen gobierno, por eso no debemos dejar de orar por quienes nos gobiernan hoy, conscientes de que todos tenemos parte y responsabilidad en el bien común.

Hoy en día debemos añadir, en los trabajos de los que nos gobiernan y en las responsabilidades ciudadanas, el cuidado de la Casa Común. Nuestra fe también nos debe comprometer en la tarea de la protección y el rescate de la naturaleza, siempre amenazada, por el así llamado, progreso.

Notemos que san Pablo habla de “acciones de gracias”, y eso es lo que significa la palabra “Eucaristía”, que fue la que él usó en griego. Fracción de Pan, Eucaristía, Santo Sacrificio, Misa, son los nombres con los que hemos venido llamando en estos dos milenios al sacramento que Jesús nos mandó celebrar diciendo: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22, 19; 1 Cor 11, 24).

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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