HOMILÍA
XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Santo Cristo de las Ampollas, Patrono de la Arquidiócesis de Yucatán
Ciclo C
Núm 21, 4-9; Fil 2, 6-11; Jn 3, 13-17
“Así tiene que ser levantado el Hijo del hombre” (Jn 3, 14).
In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maaya, kin tsikike’ex yéetel kimak óolal. Bejlae’ u noj k’inil ek Yuum Cristo ti Ampollas, lu’u ti domingo, lebetike’ je u pajtal ek muuch’kekbaj ek k’imbesej. Ma u tubul ti to’one’ex, mix maak je’ u beytaal u k’ultik tu jajil ek Yuumile’, wa ma’ taan u kuchik u cruz ka u tsaypachte’.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor levantado en la cruz; dirijamos hacia él nuestra mirada y nuestro corazón.
El Cristo de las Ampollas es patrono de toda nuestra Arquidiócesis, aunque también hay otras devociones referidas a la cruz de nuestro Señor Jesucristo, como la del Cristo del Amor, o el Cristo de san Román. Sin embargo, por más voladores que se truenen, por más que se participe en gremios, nadie será auténtico devoto de Cristo crucificado, mientras no tome su propia cruz y siga a de Jesús. Tomar la cruz comienza por la confesión frecuente, lo mismo que la constante recepción de Jesús en la Eucaristía, sin faltar por supuesto, el perdón a quien nos haya ofendido y el servicio a todos los necesitados.
Tomar la cruz también significa aceptar de buena gana todos los trabajos que nos toque hacer, y algunas labores extras si no hay quien las haga; así tenemos la oportunidad de ofrecer todo para la mayor gloria de Dios y para bien de nuestros hermanos. Tomar la cruz significa igualmente aceptar de buena gana la enfermedad que nos venga o el accidente que nos suceda, como una oportunidad de unirnos a la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Quien reniega de su enfermedad, accidente o trabajo, le va a costar mucho más enfrentar estas realidades.
No es necesario inventar nada, la cruz de Jesús saldrá a nuestro encuentro de la forma más inesperada y en el momento menos imaginado. En nosotros estará el aceptarla o el rechazarla.
En la segunda lectura de hoy, tomada de la Carta del Apóstol san Pablo a los Filipenses, él nos presenta lo que parece ser la letra de un antiguo cántico de la primitiva comunidad cristiana, en donde se presentan los tres momentos del Hijo de Dios, quien se despoja de la gloria que merece por su divinidad, para humillarse haciéndose hombre. Se hace obediente hasta la muerte de cruz y vuelve luego a la derecha del Padre llevando consigo nuestra humanidad. La cruz significaba la muerte más dolorosa y la más vergonzosa a la vez, y Jesús la aceptó para redimirnos, para mostrarnos el camino del más bello y auténtico amor.
En la primera lectura, tomada del Libro de los Números, Dios le manda a Moisés que haga la imagen en bronce de una serpiente, como las que estaban mordiendo a los israelitas. Este es uno de los pasajes del Antiguo Testamento en los que se muestra que Dios no prohibió la fabricación de las imágenes en absoluto, sino que prohibió las imágenes de otros supuestos dioses. La serpiente que en el Génesis representaba al demonio y a sus obras, en este libro aparece como un signo de castigo y luego de salvación, posteriormente subida en un palo, es signo profético de la cruz de nuestro Señor Jesucristo.
¿Cuál fue ese gravísimo pecado cometido por los israelitas por el que Dios les envió serpientes venenosas como castigo? Fue la murmuración. Tal vez alguien pueda pensar y decir que murmurar no es un pecado tan grave, pero sí que lo es. ¿Será porque murmuraron contra Moisés y contra Dios? Si una madre o un padre siempre se sienten ofendidos cuando alguien murmura contra su hijo; con mayor razón Dios nuestro Padre es ofendido cuando murmuramos contra cualquiera de sus hijos. Alguien se defenderá diciendo que lo que él murmura es cierto, pero aun así es una difamación, porque se daña la buena fama de una persona; pero si además es falso, es mucho peor y más grave aún pues levantamos un falso testimonio.
En el santo evangelio de hoy, según san Juan, Jesús hace alusión a ese relato del libro de los Números y dice: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre” (Jn 3, 14). Esto significa hablar de la cruz que le espera, no como una vergüenza o como una derrota, sino como un triunfo, el triunfo del amor y de la obediencia. Por eso Jesús subraya la figura de ser levantado. De hecho, la celebración de hoy, lo mismo que la del 3 de mayo, en todo el mundo es llamada “exaltación de la santa cruz”.
Para un creyente y un devoto de la santa cruz, no hay ninguna vergüenza en trabajar, en sufrir o en morir, porque todo esto no es otra cosa que ser levantado por Dios, aunque el mundo no lo reconozca. El pasado domingo 7 de septiembre, fue celebrada en Roma la canonización del joven Pier Giorgio Frassati y del adolescente Carlo Acutis. Alguno pudiera pensar: “Pobrecitos vivieron muy poco tiempo”; y otro más diría: “Pobrecitos, cómo sufrieron, uno contagiado por atender a los enfermos y el otro por una terrible leucemia”. Pero, nada de “pobrecitos”, sino más bien dichosos ellos que pronto salieron de “este valle de lágrimas”, y dichosos porque pronto pasaron a gozar de la felicidad del cielo, una felicidad y gozo que “ni el ojo vio, ni el oído oyó” (cfr. 1 Cor 2, 9).
La Iglesia los exaltó hace una semana poniéndolos en lo alto para que alumbren a toda la casa, pero el Señor los exaltó desde el mismo día que dejaron este mundo. Durante su vida tuvieron el gozo que da la fe y la esperanza, y al morir tienen la dicha eterna de estar frente al Señor en compañía de María nuestra Madre y la de todos los santos. Por toda la eternidad ellos dicen ahora con María: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador.” (Lc 1, 46).
Esta semana viene la gran fiesta del aniversario de nuestra Independencia. Nos alegramos con esta festividad si amamos a México y si deseamos lo mejor para todos los mexicanos, no sólo a unos cuantos. Ya sabemos que los llamados héroes de nuestra Patria, no fueron personas tan perfectas, ni tan puras como suele enseñársenos; y por el contrario, los supuestos enemigos de nuestra Patria, no fueron tan malas personas, pues ellos tienen algunos o muchos méritos en favor de México. Sin embargo, la historia la escriben los ganadores y eso deforma un tanto cuanto las figuras de las personas.
Respetar los signos patrios nos da unidad, manifestando también gratitud al Señor por la tierra en que nacimos y amor solidario a nuestros paisanos. Por amor verdadero a nuestra Nación, trabajemos todos en favor de la paz y busquemos el cuidado de la casa común. Esto es por el bien de todos nosotros, así como el de las futuras generaciones.
En este día, domingo 14 de septiembre, el Papa León está cumpliendo setenta años. Oremos por él, para que el Señor le dé larga vida, salud y toda clase de bendiciones.
Que tengan todos una feliz semana y un gran festejo de las Fiestas Patrias. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán