Homilía Arzobispo de Yucatán – XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

HOMILÍA
XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo C
Sir 3, 19-21. 30-31; Heb 12, 18-19. 22-24; Lc 14, 1. 7-14.

“El que se humilla, será engrandecido” (Lc 14, 11).

 

In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maaya, kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e’ Jesús ku kaansik ti to’on, ka’ap’éel ba’al: yáaxe’ le utsilo’ (wa humildad), u kaap’ele’ le aantaj ti le otsilo’obo’. Le humildad, wa le utsilo’, ma’ junp’éel taalamilí, ba’ale’ jun p’el kuxtal jach je’ bix Yuum Jesucristoe’. Le u yaanta’al le óotsililo’obo’ ma’ chen le u ts’aaba’ ba’alo’ob ti’obi’, ba’ale’ k’ana’an ek bisbekba’ yeetelo’ob je’ebix tu bisajuba’ Jesús yéetelo’obe’.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este domingo vigésimo segundo del Tiempo Ordinario.

El santo evangelio y la primera lectura de hoy nos hablan de la virtud cristiana de la humildad. El libro del Sirácide (o Eclesiástico) nos invita a proceder con humildad en todos nuestros asuntos, con la promesa de que seremos así más amados que el hombre dadivoso. La humildad pues, no es sólo para el templo o los grupos de Iglesia, sino para todos los asuntos de la vida ordinaria.

Hay quienes piensan que la virtud de la humildad no tiene lugar en el mundo de la política o de los negocios, pero ella nos llevará a ser como dice Jesús, sencillos como palomas y prudentes como serpientes (cfr. Mt 10, 16), lo cual significa en este caso que el humilde debe proceder sin malas intenciones ni malas actitudes, debiendo a su vez estar muy atento a las posibles malas intenciones de quienes le rodean. Ser humilde no es sinónimo de ser un tonto del que todos puedan abusar. Eso no sería virtud, sino debilidad o torpeza.

El humilde es esa persona en la que todos saben que pueden confiar, porque no tratará de aprovecharse de los demás, aquel que lo que pueda conseguir lo hará de frente, sin poses de grandeza, que no pretenda hacer sentir menos a nadie. Hay personalidades grandes en este mundo que son realmente humildes. Lo mismo que ser políticos, personas de grandes negocios, académicos o artistas, no es sinónimos de ser vanidoso, de ser fatuo ni déspota.

La humildad no es pues, virtud exclusiva para pobres, ignorantes o menores de edad; en cambio, en todos los niveles de edad, de poder, de economía, del saber, se puede alcanzar la más alta cima de humildad y sencillez. El humilde es esa persona que a todos puede caer bien; y todo lo contrario para la persona orgullosa. Dice el texto: “No hay remedio para el hombre orgulloso, porque ya está arraigado en la maldad” (Sir 3, 30).

El texto menciona también una característica fundamental de la humildad. El humilde siempre sabe escuchar. El orgulloso sólo quiere hablar, ser escuchado y hacer prevalecer sus ideas. Mientras que el humilde está siempre dispuesto a escuchar con atención, respetando los sentimientos del otro y tratando sinceramente de buscar la verdad con su interlocutor. El mejor de los gobernantes y de los jefes en cualquier área de la vida, será quien mejor escuche a las personas que están a su cargo.

Las personas humildes son en verdad constructoras de paz, pues los humildes son capaces de establecer puentes y de favorecer los diálogos necesarios, en los que se abran los oídos y los corazones para llegar a verdaderos entendimientos, sea en la relación matrimonial, familiar, social y, por supuesto, eclesial: sólo en la humildad se puede caminar en sinodalidad.

En el evangelio de hoy, según san Lucas, podemos decir que encontramos a Jesús metido en la “boca del lobo”, porque aceptó la invitación que le hizo uno de los jefes de los fariseos para ir a comer a su casa un sábado y por supuesto, la casa estaba llena de gente del gremio, es decir, de fariseos que estaban espiándolo a ver que hacía o decía. Jesús asistió revestido como siempre de su humildad, pero a la vez con valor y astucia. La trampa resultó para ellos porque se lucieron delante de Jesús tratando de escoger los primeros lugares en el banquete.

De este modo Jesús aprovechó para dejarles un par de enseñanzas: ser humildes y preferir a los humildes. Él les da un consejo muy práctico, que alguien lo podría cumplir aún sin la virtud de la humildad, como una táctica para no pasar vergüenzas, pudiéndose incluso dar el caso de ser reconocido y honrado públicamente.

El consejo fue que no buscaran los primeros lugares cuando los inviten a un banquete, porque se arriesgan a que el anfitrión los mueva de ahí para darle el lugar a otra persona, siendo así abochornados frente a los demás. Mejor tomen el último lugar, para que cuando llegue el anfitrión, les otorgue el lugar que les corresponde.

Por otra parte, la gente que se abre paso para ser vista y lucirse gana las antipatías de los demás. Si por la virtud de la humildad le damos su lugar a otros, tendremos de vez en cuando algunas recompensas humanas, la simpatía de muchos, pero sobre todo el beneplácito de Dios, además de que por nuestra caridad tendremos méritos para la recompensa eterna.

El otro consejo que Jesús les da es invitar a sus banquetes, no a los amigos y parientes, ni a los vecinos ricos que te retribuirán con otras invitaciones; sino invitar a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos, que no tienen con qué pagarnos, pero en cambio, ya se nos pagará con creces en el Reino de los cielos.

De ninguna manera es malo invitar a nuestros seres queridos a una comida, al contrario, es muy bueno convivir en familia, así como en amistad. Pero además de esto, Jesús nos llama a ensanchar nuestro corazón para darles de comer a quienes no tienen manera de retribuirnos. Sin necesidad de organizar banquetes, podemos dar comida al pobre que la pida; llevar nuestra despensa a la parroquia para que se distribuya a los pobres; apoyar a los distintos comedores de los pobres que hay en distintas parroquias; incluso apoyar a lugares como la “Cáritas”, “La Misión de la Amistad” y el “Banco de Alimentos”.

Lo que no es una virtud cristiana es invitar a los poderosos, económica o políticamente hablando, para ver qué provecho podemos sacar de ellos. Hay quienes hasta buscan para sus hijos, padrinos entre la gente poderosa, para provecho propio, en vez de tener un verdadero testigo de la fe junto a su hijo. El padrino de cualquier sacramento debe ser para el niño o joven, y no para que los papás saquen provecho del compadrazgo.

Un saludo a todos los niños y jóvenes que en estos días regresan a las escuelas de Yucatán, en todos los niveles, lo mismo que a todos los maestros y maestras, directivos y personal académico en general.

No olviden los padres de familia que ustedes son los primeros y principales educadores de sus hijos: revisen, por favor, los libros de texto y las tareas, porque algunos pueden contener imágenes o información no adecuada para sus hijos, por lo que ustedes habrán de reorientarlos correctamente.

Lo mismo en la formación religiosa, no se limiten, ni esperen sólo a lo que pueda enseñárseles a los niños en el catecismo y en los colegios, sino que ustedes también les instruyan, oren con ellos, que aprendan con ustedes lo que significa amar a Dios nuestro Señor, a María, a los santos y, por supuesto, a nuestro prójimo, pues si esto último falta todo lo demás se vuelve falso ante el Señor.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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