Homilía Arzobispo de Yucatán – XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

HOMILÍA
XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo B
Dt 4, 1-2. 6-8; Sant 1, 17-18. 21-22. 27; Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23.

“Nada que entre de fuera,
puede manchar al hombre” (Mc 7, 15).

 

In lake’ex ka t’ane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel kimak óolal. U a’almaj t’aan K’u, ts’aa ti u kajil Israel ti le x-tokoy lume’, ma’ u beytal u k’expajal, mix u p’atal ma’ u beetal. K’anan u na’atal u tia’al u bisa’al ma’aolob. Yáan maxe’, ma’ tu na’anik, wa ku xóot k’intik u laak’ yéetel, bale ma’ je’ bix u tukulmi jajal Diose’.

 

Muy queridos hermanos y hermanas les saludo con el afecto de siempre, deseándoles todo bien en el Señor, en este domingo vigésimo segundo del Tiempo Ordinario.

La primera lectura, tomada del Libro del Deuteronomio, nos presenta el pasaje donde Moisés entrega al pueblo de Israel los preceptos y mandatos, los cuales son necesarios cumplir para entrar en la tierra prometida. Igualmente nosotros tenemos una tierra prometida en el cielo y somos llamados a vivir aquí como extranjeros, como quien va de paso, cumpliendo la voluntad del Padre para poder llegar a la casa celestial.

A lo largo de la historia de Israel se fueron añadiendo preceptos y mandatos dándoles un rango igual a cualquiera de estas normas, metiéndose así en detalles del lavado de las manos y la limpieza de los vasos, las jarras y las ollas, haciendo de esto un rito obligado bajo pecado. Por eso los fariseos y escribas critican a los apóstoles de Jesús cuando ven que comen sin lavarse las manos.

Jesús reprueba la hipocresía de estos críticos que “hacen a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a tradiciones humanas” (Mc 7, 8), y enseña a todos que la suciedad de las manos o de las vasijas no puede ensuciar el alma, “pues no es los que entra de fuera lo que mancha al hombre, sino lo que sale de su corazón; porque del corazón del hombre salen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo, la frivolidad” (Mc 7, 21-23). Más allá del daño que hagamos con estas perversidades, todas esas realidades manchan nuestro propio espíritu.

Por más bien que luzca una persona en su exterior, por su maquillaje, por su ropa, por sus bienes, por su prestigio, por su lugar en la sociedad, inclusive hasta por algunas prácticas religiosas, Dios sin embargo, mira la realidad de la podredumbre, fetidez y fealdad que hay en su interior por esas perversidades. En cambio, podemos encontrar gente sin dinero, sucia por el sudor de su trabajo, con ropa vieja, sin ninguna importancia en la sociedad o en la Iglesia, que sin embargo sea preciosa a los ojos de Dios, quien conoce y valora el interior de cada uno. Veamos pues, con la misma mirada de Dios.

Hoy en día son muchas las personas que no saben los diez mandamientos de memoria, y lo peor es que se atenta con gran facilidad al quinto mandamiento, pues en esta cultura de muerte se justifican las guerras y los asesinatos derivados del crimen organizado. Valen más las enormes ganancias de los fabricantes de armas, que la vida de los seres humanos. Además, en esta cultura de libertad absoluta e incuestionable, con un marcado individualismo, vale más la comodidad de una mujer, que la vida de un niño que ha sido concebido; cambiando los conceptos para tranquilizar la conciencia, llamando “producto” al ser humano concebido, y denominando “interrupción del embarazo” al asesinato del no nacido.

Otro mandamiento que se pisotea frecuentemente es el octavo, pues muchos creen que se vale mentir para salir bien librado. Como la señora que en confesión le preguntaron si decía mentiras y ella contestó tranquilamente: “no las digo, sólo lo hago cuando las necesito”. Jesús dijo la verdad en el juicio que le hicieron y eso le valió la muerte en cruz, mientras que hay quienes, por tonterías de la vida común, mienten sin medida alguna. La corrupción a todos los niveles de la vida humana, se erige sobre una gran mentira o una serie de mentiras, para sostener la búsqueda del poder o del éxito humano.

Con el salmo 14 que hoy proclamamos, preguntémosle a Él: “¿Quién será grato a tus ojos, Señor?”. La misma Palabra de Dios en este salmo nos responde quién es grato a sus ojos: “El que procede honradamente y obra con justicia; el que es sincero en sus palabras y con su lengua a nadie desprestigia. Quien no hace mal a su prójimo ni difama al vecino; quien no ve con aprecio a los malvados, pero honra a quienes temen al Altísimo. Quien presta sin usura y quien no acepta soborno en perjuicio de inocentes, ese será agradable a los ojos de Dios eternamente.” Repasemos esta lista y hagamos nuestro examen de conciencia.

En la segunda lectura el apóstol Santiago nos llama a poner en práctica la Palabra y no conformarnos con escucharla. Pero, ¿qué tanto conocemos la Palabra de Dios?, ¿qué tanto la hemos leído o la seguimos leyendo? Si somos asiduos asistentes a la Sagrada Eucaristía, al cabo de tres años habremos escuchado la mayor parte de la Biblia, así como su explicación en la homilía del sacerdote. Ojalá que seamos lectores constantes de la Palabra de Dios y que, si no podemos asistir diariamente a la Santa Misa, de todos modos, leamos y meditemos un poco los textos bíblicos que ahí se proclaman cada día.

Aún el más experto en el conocimiento bíblico, no se habrá dejado penetrar por la gracia de la Palabra si no la lleva a la práctica en acciones de justicia y caridad. Santiago lo dice con palabras muy sencillas y ejemplos muy concretos: “La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre, consiste en visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y en guardarse de este mundo corrompido” (Sant 1, 27). Al tomar en serio la Palabra, ella nos inspirará la mejor de las conductas como hijos de Dios y como miembros de la Iglesia.

Los siguientes domingos continuaremos con la lectura de la Carta del Apóstol Santiago, que todos podemos ir leyendo directamente en nuestra Biblia con mucho provecho.

Los niños y jóvenes han regresado a sus escuelas, espero que sea un curso escolar de grandes frutos y crecimiento integral para todos ellos. Invito a los padres de familia a que estén muy atentos a la educación de sus hijos, al contenido de los libros de texto y a lo que los profesores les estén enseñando. Los padres de familia son los primeros responsables de la evangelización de sus hijos, así como también de su educación, por lo que nadie debe imponer ideas o valores distintos a los que ellos les quieran heredar.

Hoy iniciamos el llamado “Mes de la Patria”, celebremos este mes y cada una de sus fiestas con verdadero fervor patrio. Más allá de emociones y sentimientos estériles, ojalá que crezca en cada uno el verdadero amor a nuestro México, junto con el compromiso de trabajar personalmente por el bien común, por la búsqueda de la paz, de la justicia y del cuidado de la casa común.

Recordemos que la paz en México comienza por la paz en cada corazón, en el seno de cada familia y grupo humano, sin excluir los ambientes escolares donde se ha de evitar el llamado “bullying”, en los ambientes laborales donde se ha de evitar toda falta de respeto entre compañeros, o de abuso de autoridad con los empleados; en esos mismos ambientes hemos de trabajar por la justicia, por el cuidado de nuestra tierra, de nuestro aire, de nuestros cenotes y mares.

Ahora inician su mandato todos los nuevos presidentes municipales de Yucatán, oremos para que su mandato favorezca el desarrollo integral de sus comunidades.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

Descargar (PDF, 343KB)