HOMILÍA
II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo B
1 Sam 3, 3-10. 19; 1 Cor 6, 13-15. 17-20; Jn 1, 35-42.
“Vieron dónde vivía y se quedaron con él” (Jn 1, 39).
In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. U T’aan Yúum Kue’ bejla’e’ Ku ya’alik to’on yo’olaj le kuxtal ku t’aanko’on Kue’. Yuumtsile’ ku t’aanko’on tuláaklo’on ti’al betiké Kili’ich kuxtal, chen ba’ale’ yaan Kilich kuxtalí jach nojoch je’e bix le máax ku bisik Ma’alob Péektsil. Yuumtsile’ ku yéeyik yeetel Ku t’aaník le máax u k’áate’, la’aili yaan mejen palalo’ob, yabach tené táankelen xi’ipalalo’ob wa nojoch máako’ob. Ko’one’ex u’uyik u T’aan.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este segundo domingo del Tiempo Ordinario de la liturgia.
Durante la semana pasada, primera del año, tuvimos la gran alegría de ordenar como diáconos a dos jóvenes seminaristas, los cuales, con el favor de Dios, llegarán dentro de algunos meses al sacerdocio ministerial. A cada uno de ellos los ordenamos en su propia parroquia, para que esta celebración fuera ocasión de que algunos niños y jóvenes pudieran escuchar el llamado de Dios para la vida sacerdotal.
Debo decir que la vocación es para todos, pues Dios llama a cada uno por diversos caminos, al matrimonio, a la vida consagrada, al sacerdocio, a la soltería, a la santidad de vida. Qué distinto se vive el matrimonio cuando el hombre y la mujer son conscientes de compartir la vocación matrimonial.
En el santo evangelio de hoy, según san Juan, tenemos el caso de los primeros discípulos que Jesús llamó. La primera lectura, en este caso tomada del Primer Libro de Samuel, nos presenta el relato de la vocación de este niño. Como siempre, en el Tiempo Ordinario de la liturgia, la primera lectura va brincando de un libro a otro del Antiguo Testamento, con un pasaje que esté en armonía con el tema del Evangelio.
Andrés y Juan era discípulos de Juan el Bautista, pues frecuentaban su enseñanza. Ellos estaban siendo llamados interiormente por Dios a una vida mejor. No eran llamados por el Bautista, sino que reconocían en sus palabras la voz del Señor. Por eso, cuando Juan el Bautista ve pasar a Jesús y les dice: “Este es el Cordero de Dios”, ellos dejan a Juan y siguen a Jesús.
Es muy profundo el adjetivo que Juan le pone a Jesús, pues lo llama “Cordero de Dios”. Cada pascua, los judíos inmolaban un cordero por familia, para recordar la liberación de la esclavitud de Egipto. Además, todos los días se inmolaban en el templo de Jerusalén cientos de corderos. Ahora se trata del “Cordero de Dios”, así que éste es un anuncio del sacrificio de Jesús en la cruz, el único que trae la verdadera liberación del pueblo de Dios, el único sacrificio que desde entonces se habría de ofrecer a Dios. Por eso el sacerdote en cada misa presenta la hostia consagrada diciendo: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.
“Maestro, ¿dónde vives?”, es lo que preguntan Andrés y Juan a Jesús cuando les pregunta lo que buscan. Entonces Jesús le dice: “Vengan a ver” (Jn 1, 38-39), y se pasaron con él toda aquella tarde. Juan, el apóstol y evangelista que vivió esta experiencia, recuerda hasta la hora del llamado: “Eran como las cuatro de la tarde”. Al igual que los enamorados, los llamados recordamos tantas experiencias íntimas de nuestro seguimiento a Jesús.
Andrés de inmediato le comparte a su hermano Simón su encuentro con Jesús, y al día siguiente lo lleva con él. Jesús “fijando en él la mirada, le dijo: Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás ‘Kefás’ (que significa Pedro, es decir ‘roca’)” (Jn 1, 42). Juan escribió su evangelio en griego, porque lo dirigió a gente de habla griega. El llamado de Jesús a Simón-Pedro está implícito en su mirada, pues fijó en él su mirada, y en su misión de convertirse en roca que ha de sostener la Iglesia que Cristo construirá.
Ahora bien, ¿cuál es la edad en la que el Señor te puede llamar a una vocación especial? La verdad es que no hay una edad determinada para que el Señor nos llame. En cualquier momento de nuestra vida, el Señor nos puede sorprender con un llamado particular. Recordemos que nuestro padre Abraham recibió su llamado a una vida nueva a los ochenta años; Moisés lo recibió a los sesenta y diversos santos fueron llamados al sacerdocio o a la vida religiosa ya cuando eran adultos. Pero quizá nos resulte más difícil a todos entender la vocación en los adolescentes y más aún en los niños.
Sin embargo, la lista de santos adolescentes y niños es numerosa a lo largo de la historia de la Iglesia, y todavía en el año 2020 fue beatificado Carlo Acutis, el cual contaba apenas con 15 años de edad en el 2006 cuando el Señor lo llamo a su presencia. La primera lectura de hoy nos narra el llamado que Dios hizo a Samuel en su niñez. Antes el libro nos narraba su prodigiosa concepción y nacimiento de una mujer estéril, la cual tuvo luego otros hijos. Ana se llamaba su madre, quien, agradecida cuando destetó al niño, lo llevó al templo para dejarlo al servicio de Dios. Alguien podría decir que eso fue una injusticia y que eso no es una vocación sino un crimen, pero un creyente y aún una madre creyente, puede entender lo que significa la gratitud para con Dios.
Además, el texto nos habla de cómo luego el niño recibió personalmente el llamado que Dios le hizo. Fueron tres veces que Samuel despertó una noche escuchando el llamado de Dios, pero creyendo que era el sacerdote Elí quien lo llamaba. En cada ocasión el niño fue a la recámara de Elí atendiendo al supuesto llamado. Al darse cuenta Elí de que era el Señor quien lo estaba llamando, le indicó cómo debía contestar si volvía a escuchar aquella voz. Cuando por cuarta ocasión le llamó el Señor por su nombre, él respondió: “Habla, Señor; tu siervo te escucha” (1 Sam 3, 10). Con esas mismas palabras podemos responder nosotros, o con las palabras del Salmo 39: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Ojalá que hoy mismo cada uno de nosotros le dijera al Señor “aquí estoy, para hacer tu voluntad”
No nos cerremos a la posibilidad de que Dios pueda llamar a un niño pequeño o adolescente. Si es difícil explicar cómo uno se enamora de otra persona, no queramos entender con razonamientos meramente humanos la vocación de un niño. Es mi experiencia personal, yo doy testimonio de haber experimentado el llamado desde mi niñez. Así como hay quien se enamora desde su infancia y llega al matrimonio con aquella niña con la que ya soñaba, del mismo modo inician a temprana edad las vocaciones de muchos en la Iglesia. Tomemos en serio las expresiones religiosas y los valores que tantas veces nos enseñan los niños. La vocación es y será siempre un misterio que brota del amor de Dios por cada uno de nosotros.
La ordenación diaconal es el momento en el cual el joven seminarista da el sí definitivo y desde entonces se obliga ante la Iglesia a pertenecer a Dios en cuerpo y alma, renunciando al matrimonio por amor al Reino de los cielos. Sin embargo, todos estamos llamados a vivir la castidad, cada uno en su propio estado de vida. Por esto es muy importante entender lo que san Pablo nos dice en la segunda lectura, es decir, “que nuestro cuerpo no es para fornicar, sino para servir al Señor” (1 Cor 6, 13), pues somos templo del Espíritu Santo. El llamado es para todos: “Glorifiquen, pues, a Dios con el cuerpo” (1 Cor 6, 20).
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán