Homilía Arzobispo de Yucatán – XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

HOMILÍA
XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo B
Ez 2, 2-5; 2 Cor 12, 7-10; Mc 6, 1-6.

“No pudo hacer allí ningún milagro” (Mc 6, 5).

 

Ki’ óolal lake’ex ka t’ane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel un puksi’ikal.
Jesús anchaj jun p’éel k’aakas óol tu kaajal Nazareth tumen ma’ oksaj óolta’ ba’ax ku ya’aliki’, tumen k’óolta’an tu’ux u taal yéetel máax u mama’ yéetel u taata’.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor. Gracias a Dios, después de un período de campaña electoral muy violento, en el que murieron alrededor de ciento cuarenta personas, el domingo pasado tuvimos una jornada electoral en general pacífica y con una enorme participación popular. Tenemos que aceptar la voluntad de las mayorías y recibir a cada uno de los electos con respeto y esperanza cristiana: al electo Presidente de la República, al Gobernador electo de Yucatán y a los electos Presidentes Municipales, pidiendo por cada uno de ellos a Dios nuestro Señor. Esperemos que se acaben finalmente todas las rencillas políticas y que todos vuelvan a la unidad de las familias, de los amigos, así como de los pueblos.

Otra vez la Palabra de Dios nos recuerda que las enfermedades no son castigos del Señor, incluso que hasta las personas más santas pueden padecer las peores y más molestas enfermedades. Hoy por hoy, circulan en las redes sociales testimonios de personas con capacidades diferentes que se han superado incluso logrando hacer cosas que las personas “normales” no hemos aprendido a hacer, como nadar, escribir un libro o dar una conferencia. Algunos de ellos están privados de brazos y piernas, algunos son ciegos, quizás tienen otras limitaciones o capacidades diferentes.

Yo conocí a un amigo que desde joven perdió una pierna en un accidente de motocicleta, por el que también perdió a su novia; pero la enfermera que lo cuidaba terminó siendo su esposa. Finalmente ellos formaron una hermosa familia y cada vez que él se enteraba de alguien que había perdido una pierna iba a visitarlo al hospital o a su casa para darle ánimo. De igual modo cuando veía que el lesionado no se convencía, se quitaba su prótesis para mostrar que él se encontraba en la misma situación y que sí sabía de lo que hablaba.

En la segunda lectura de hoy, tomada de la Segunda Carta a los Corintios, san Pablo da testimonio de la enfermedad que lo hacía sufrir. Aquella que él en tres ocasiones le había pedido al Señor que lo aliviara, aunque la única respuesta que escuchaba era: “Te basta mi gracia” (2 Cor 12, 9). Y es que él había hecho tantos progresos en la oración contemplativa de los misterios divinos, que interpretó su enfermedad como un constante llamado a la humildad para que no se creciera por sus grandes progresos espirituales. Yo invito a todos los que sufren por alguna enfermedad o cualquier otro tipo de sufrimiento, para que al igual que san Pablo se alegren, como decía él: “porque cuando soy débil, soy más fuerte” (2 Cor 12, 10). A ti y a mí también nos basta siempre la gracia del Señor.

Pasando al evangelio de hoy tomado del texto según san Marcos, vemos que Jesús sufrió la experiencia del fracaso, debido al rechazo de sus paisanos de Nazaret. Desde entonces se generó el dicho que continúa hasta nuestros días: “Nadie es buen profeta en su tierra”. El que era rector del Seminario de Monterrey antes que yo, el ahora Mons. Miguel Ángel Alba Díaz, dijo en una ocasión que “un experto es un tonto venido de otra parte”; es decir, que solemos valorar como expertos, no a los de casa sino a los que vienen de fuera. Esta es una verdad generalizada en todas partes y en todo tiempo.

Cuántos de nosotros hemos pensado o dicho alguna vez que nos hubiera gustado vivir en tiempo de Jesús para conocerlo y tratarlo; sin embargo tiemblo al pensar que yo pudiera no haberlo aceptado, como no lo aceptaron sus paisanos que en general eran gente buena. Quizá lo más difícil para todos sea aceptar y valorar a los más cercanos de nosotros. Los judíos decían que cuando llegara el Mesías nadie conocería su origen, mientras que ellos estaban seguros de conocer el origen de Jesús como carpintero del pueblo, así como de conocer igualmente a sus familiares. Ojalá que este evangelio abra nuestra mente y nuestro corazón para esperar las posibles gratas sorpresas que cualquier persona a nuestro alrededor cercano nos puede dar.

Los paisanos de Jesús habían escuchado sobre su fama, que recorría pueblos tanto como ciudades, predicando y obrando grandes milagros; por eso lo esperaban con una cierta curiosidad malsana y morbosa, no dando crédito de antemano a todo lo que oían sobre él. Estemos atentos a cualquier tipo de predisposición que tengamos hacia las personas. Dice el evangelio de hoy que Jesús no pudo hacer allí muchos milagros a causa de su poca fe, curando sólo a algunos enfermos imponiéndoles las manos.

Alguien se puede sorprender de que el texto evangélico diga que Jesús “no pudo”, porque se supone que él como Dios puede hacerlo todo. Pero el Señor no va tirando milagros por aquí y por allá, ya que un milagro supone siempre tres cosas: el poder de Dios, la voluntad de Dios y la fe del ser humano. El Señor decide lo que quiere hacer como respuesta a la fe del hombre. En Nazaret curó algunos enfermos y esto nos pone en continuidad con el evangelio del domingo pasado, mostrándonos cómo los enfermos están ordinariamente más dispuestos a la fe, mientras que los sanos podemos mantenernos orgullosamente incrédulos. San Pablo no fue curado de su enfermedad y eso contribuyó a su grandeza espiritual.

¿Cómo se habrá sentido Jesús ante semejante rechazo? Él era verdadero Dios y verdadero hombre, además de sus convicciones y de su fe, tenía sentimientos al igual que nosotros. ¿Qué habrán pensado los discípulos que lo acompañaban ante este rechazo? Tal vez sus discípulos esperaban un gran triunfo de la obra de Jesús en su propio pueblo, pero de todo podemos aprender. La educación de hoy nos dispone a todos para el éxito, no para el fracaso; por lo tanto, es bueno que pongamos todo nuestro empeño en lo que hacemos. Especialmente cuando se trata de la obra evangelizadora hemos de estar dispuestos al fracaso, pues debemos estar convencidos de que Dios no nos ha llamado a tener éxito, sino a ser fieles. De todo podemos sacar provecho y enseñanza.

En el mismo sentido escuchamos hoy la primera lectura, tomada del Libro del Profeta Ezequiel, que narra el momento de su vocación y envío a predicar al pueblo de Israel. De antemano el Señor le advierte que es un pueblo rebelde, que se ha sublevado contra Él y que le ha traicionado. Ezequiel no debe detenerse en el cumplimiento de su misión, aunque no haya garantía de éxito, ya que los israelitas son testarudos y obstinados. Es así como la terquedad de Dios debe manifestarse en la terquedad del profeta. Dios no deja de darle la oportunidad a su pueblo una y otra vez, volviendo así a poner la otra mejilla. Ese es el amor de Dios, que aunque sean pocos los que lo escuchen y le respondan, no se guía por los criterios empresariales del mercado, por cada persona vale la pena el esfuerzo que hace Él a través de su profeta. ¿Cuáles son tus criterios en el trato con los demás, los de Dios o los de los hombres?

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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