Homilía Arzobispo de Yucatán – IV Domingo de Pascua 2017, Ciclo A

“Yo soy el buen pastor, yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí” (Jn 10, 14).

Ki’olal lake’ex ka t’ane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’mak óolal yéetel in puksik’al. Bejlaé domingo u ki’ini Kalam tamanó yetel xan u ki’in Seminario!

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo como siempre afectuosamente y les deseo todo bien en Señor.

Este cuarto domingo de Pascua es el domingo del buen Pastor, por eso el salmo responsorial de hoy es el salmo 22 (que algunas Biblias lo tienen como el salmo 23). En la espiritualidad de muchos cristianos de otras iglesias este salmo: “El Señor es mi pastor”, es una oración frecuente que recitan de memoria. Nosotros como católicos también podemos aprender este salmo de memoria y recitarlo con devoción y convicción: “El Señor es mi pastor, nada me falta”, que equivale a decir: “sólo Dios basta”; pues un pastor es el que guía a las ovejas a los pastos frescos y nutritivos.

En nuestras vidas encontramos todo tipo de pastores, en ocasiones personas que nos entusiasman pero que terminan por decepcionarnos, desilusionarnos o dejarnos aún más hambrientos de amor. Ese es el verdadero alimento para nuestra alma, el amor. Ese alimento ciertamente no nos lo da el dinero, ni el conocimiento, ni la posición social. Sólo el amor nos da lo que realmente necesitamos, ya sea el amor de nuestros padres, amor de nuestros hermanos, amor de la pareja, amor de los hijos o amor de los amigos. Estos amores suelen ser maravillosos aunque muchas veces nos fallan de mil maneras y pueden producirnos un terrible sufrimiento.

No hay amores perfectos y en el mejor de los casos, la muerte nos hace perder los mejores amores. Sólo Dios nos ofrece su amor tiernamente leal, su amor inagotablemente fiel. En la medida en que amamos de manera semejante a Dios, de modo tiernamente leal y fiel, nos sentimos realizados como personas y ayudamos a otros a sentirse felices.

Sólo en Dios podemos encontrar ese amor perfecto. El gran problema en muchas relaciones problemáticas consiste en exigirse respectivamente lo que sólo Dios puede ofrecer. Vayamos tras el buen Pastor, el que nos ofrece los mejores pastos, el que se nos convierte en alimento para nutrir nuestro espíritu. El Cordero de Dios que se inmola por nosotros y se nos ofrece en el pan. Quien se sacia de este alimento se vuelve mucho más tolerante con los demás y no exige a nadie lo que sólo Dios puede ofrecer en ternura, lealtad y fidelidad. Cuando conocemos y gozamos del amor de Dios, todos los demás amores, cuando nos satisfacen, sólo nos manifiestan el amor de nuestro buen Pastor, y cuando no nos satisfacen, nos hacen volver la mirada hacia Aquel que nos llena una y otra vez, y nos mueve siempre a proclamar: “El Señor es mi Pastor, nada me falta”.

Ante las insatisfacciones que nos ofrece el mundo, buscamos llenarnos de vanidades: compras compulsivas, comida, alcohol, cigarros, drogas, pornografía, sexo sin amor y otros vicios, que nos van dejando más y más vacíos emocionalmente, incluso hasta físicamente enfermos. Sólo el amor misericordioso y tierno, leal y fiel de Dios, puede compensarnos ante los fracasos de todo tipo. Por supuesto que ayudar a los necesitados nos hará sentir bien, pero aún esto nos puede cansar o hastiar cuando no nos fortalece el amor de Dios y cuando no descubrimos el rostro del Señor en el necesitado. Lo más extraordinario del amor de Dios es que es gratuito, sólo tenemos que aceptarlo y dejarnos amar por Él.

La primera lectura tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta el final del primer discurso de Pedro, la primera predicación del Evangelio, anunciando con gozo que el Crucificado está vivo pues ha resucitado de entre los muertos. Los de la multitud que lo escuchaban, al terminar este gozoso anuncio preguntaron compungidos: “¿Qué tenemos que hacer, hermanos?” (Hch 2, 37b); y fue así como tres mil de ellos fueron bautizados. Ese fue el primer día de vida de la Iglesia. Fijémonos bien que se trata de una pregunta, una respuesta y una acción totalmente comunitaria y para nada individualista. La fe en Dios nos rescata del grave individualismo que hoy nos aqueja. Así como el día de Pentecostés salieron los apóstoles y discípulos del Cenáculo, así también nosotros para ser “Iglesia en salida” tenemos que salir de nuestras seguridades y comodidades, de nuestras parroquias, lugares y grupos de seguridad, para ir al encuentro del que no haya escuchado el anuncio alegre del Resucitado.

En la segunda lectura tomada de la Primera Carta del Apóstol san Pedro, él mismo les decía a aquellos cristianos de su tiempo que “antes habían sido como ovejas descarriadas, pero que ahora habían vuelto al pastor y guardián de sus vidas” (1 Pe 2, 25). Hoy en día ¿podemos nosotros apropiarnos las palabras del apóstol?, ¿éramos o somos aún ovejas descarriadas?, ¿hemos vuelto a nuestro Pastor o nos hemos alejados de Él? La verdad es que muchísimos bautizados andan todavía como ovejas descarriadas. El buen Pastor te ofrece su pasto y te invita a que traigas a otros para que se acerquen a nutrirse del mismo alimento. Si Jesús subió a la cruz y soportó todo aquel sufrimiento, vemos ahí la grandeza del Pastor que se convierte en Cordero, víctima que se inmola por amor a nosotros.

Hay algunos que piensan en Jesús sólo como en un gran líder, pero para que un líder se convierta en pastor tiene que aceptarse como cordero, de lo contrario seguirá siendo sólo una persona que trata de estar al frente de los demás, queriendo mantenerse siempre arriba de los otros. El mundo ya está harto de esos liderazgos. ¡Cuántos líderes que arrastraron tras de sí a las multitudes, han terminado por ser dictadores de su pueblo, del que se sirven permanentemente contradiciendo el gran ideal democrático! El Papa Francisco nos ha llamado a los pastores de la Iglesia a ser “pastores con olor a oveja”. El líder puede tener demagogia y palabras que convenzan al pueblo de su supuesta cercanía; sin embargo “el pastor con olor a oveja” tiene que ser verdaderamente cercano, no sólo a las multitudes sino también a los individuos y a cada persona que encuentre, buscando atenderlos en sus necesidades personales, aún cuando no haya cámaras o reporteros de por medio que cubran la nota, quedando su servicio en el silencio de Dios.

En este domingo del buen Pastor nuestra Diócesis celebra el día del Seminario. Hoy todas las colectas de cada Misa que se celebre en nuestras comunidades serán enviadas a nuestro Seminario para apoyar la formación de los seminaristas. De igual modo que no falte nuestro donativo espiritual, pidiéndole al Señor que llame a muchos jóvenes al sacerdocio y que los actuales seminaristas renuncien desde hoy a hacer “carrera eclesiástica”, buscando en cambio ser seminaristas con olor a oveja, que no olviden sus raíces en el pueblo sencillo, que se sientan santamente orgullosos de sus familias aunque sean pobres y que se nutran siempre del alimento del amor de Dios.

Y ustedes muchachos, jóvenes todos, piensen durante su oración si acaso no estará el Señor llamándolos a la vida sacerdotal. Nos hacen falta muchos sacerdotes, por eso les invito para que piensen en la posibilidad de la vocación sacerdotal. Créanme que si el Señor los llama y ustedes lo siguen, el Seminario y el Sacerdocio son un camino de verdadera felicidad, plena realización y servicio a los demás. Convénzanse todos los niños, adolescentes y jóvenes de que todos tienen vocación, es decir, llamado de Dios a la santidad. Cuidado con los falsos líderes, cuidado con los aparentes satisfactores del mundo. Llénense más y más del amor de Dios y convénzanse de que “sólo Dios basta”.

Ahora me dirijo a todas las madrecitas en su próximo día, el miércoles 10 de mayo. Anticipadamente las felicito. Todos los sacerdotes en Yucatán ese día ofreceremos la santa Eucaristía pidiendo el cielo para nuestras madres difuntas, y pidiendo salud de alma y cuerpo para todas las mamás que aún viven entre nosotros. A las religiosas solemos llamarlas “madres” por su fecundidad espiritual, pues ellas son plenamente mujeres y plenamente felices, al igual que otras que no pueden tener hijos o que han decidido un estilo de vida que exige renunciar a la maternidad. Uno de los graves errores de la modernidad es el feminismo extremo que presenta la maternidad como enemiga de la realización personal de las mujeres. Este es uno de los signos de que el mundo actual anda de cabeza.

Ustedes mamás, abuelitas o “chichís” como dice nuestro pueblo maya, no buscan ninguna recompensa cuando atienden y cuidan a sus hijos y nietos, pero aunque no la busquen, su premio será grande en el cielo. Ojalá que en esta tierra encuentren el reconocimiento de sus esposos y sus hijos; y además de eso, llénense del amor de Dios, amor tierno, leal y fiel para la eternidad. ¡Felicidades, mamás!

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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