Homilía Arzobispo de Yucatán – XXI Domingo Ordinario Ciclo C

XXI Domingo del Tiempo Ordinario

Ciclo C

Is 66, 18-21; Heb 12, 5-7.11-13; Lc 13, 22-30.

“Esfuércense en entrar por la puerta,

que es angosta” (Lc 13, 24)

“Kimak in woll  ta wetle’ex lake’ex, ta ta’anex ich Maya, kin tzik te’ex kimak woolal yetel in puksikal.

U Ta’an Jajal Dios, te Domingoa ku yalik, wa’a k’at bin tu pach jesuse’, k’abet a maan ti jump’el jo’onal jach nu’ut’.

[“Muy queridos hermanos de lengua maya, les saludo con afecto. La Palabra de Dios en este domingo nos dice que para seguir a Jesús es necesario pasar por la puerta estrecha.]

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre en este domingo XXI del Tiempo Ordinario. Hoy en el santo Evangelio le preguntan a Jesús: “Señor ¿es verdad que son pocos los que se salvan?” (Lc 13, 23), pero Jesús no responde; no da una respuesta directa diciendo si efectivamente son pocos o son muchos.

Hoy en día parece que el común de la gente no se hace esta pregunta, sino que parece que el común de la gente se autoperdona y se permite cualquier comportamiento, haciendo a Dios a un lado y toda referencia moral de comportamiento. Si nosotros somos verdaderamente creyentes en el Señor, hemos de aceptar el reto que el Señor nos propone, esforzarnos por entrar por la puerta que es angosta; es decir, para entrar en el Reino no podemos entrar con cualquier comportamiento, con cualquier costumbre, hay cosas que tenemos que dejar para pasar en esa puerta: modos de pensar, modos de hablar, modos de actuar.

Aquí la pregunta es: ¿Qué es lo que yo tengo que dejar para caber a través de esa puerta angosta, para que yo pueda entrar al Reino de Dios? y ¿qué es lo que tengo que dejar aquí y ahora, no para después? Siempre hemos de estar preparados para el encuentro con el Señor y cada día preguntarnos si estamos pasando realmente por esa puerta angosta, y preguntarme por mí mismo.

En el resto del resto del mundo, sabemos que el Señor de donde quiera, va a tener seguidores, hombres y mujeres dispuestos a cumplir con su voluntad. El nombre de nuestra iglesia es Católica y esto significa “Universal”. La promesa hecha desde antiguo, desde los profetas, Jesús la viene a ratificar, “Apártense de mí, todos ustedes los que hacen el mal. Entonces llorarán ustedes y se desesperarán cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes se vean echados fuera” (Lc 13, 27-28), pero continúa la profecía: “Vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios”.

Nuestra iglesia abraza a hombres y mujeres de toda raza, lengua, pueblo y nación; pero seguramente nos vamos a sorprender porque en el juicio final, el Señor recibirá a hombres y mujeres que quizá no pertenecían a la Iglesia materialmente, pero espiritualmente sí, hombres y mujeres que se esforzaban por entrar por la puerta angosta.

Es una tentación muy grande cuando el mundo nos invita a ir por la puerta ancha, a evitar cualquier regla, cualquier medida, a admitir que hoy en día todo se vale. Ante el Señor nada ha cambiado, la puerta sigue siendo angosta; todos cabemos, todos podemos pasar pero tenemos que desprendernos de ciertas ideas, de ciertos comportamientos, de ciertas actitudes. ¿Qué es lo que yo tengo que cambiar? Tanto la primera lectura como en el evangelio van en este sentido.

La segunda lectura tomada de la Carta a los Hebreos lleva su propio camino de reflexión, hoy el autor de la carta nos dice: “Porque el Señor corrige a los que ama y da azotes a sus hijos predilectos” (Heb 12, 6); esto es para que cualquier circunstancia difícil que nos toque vivir, sea una enfermedad, un accidente, cualquier situación difícil que vivamos; no la tomemos como algo definitivo, como un castigo que no tiene sentido, porque Dios nos continua amando así como un padre que castiga a su hijo. Un buen padre sabe castigar a sus hijos, lo hace precisamente porque los ama y los quiere corregir; así el Señor nos quiere corregir. Día con día el Señor nos envía señales de su corrección; ¿qué señales nos está enviando ahora el Señor? Entremos por la puerta angosta.

Ahora quiero dirigir una palabra para todos los niños, adolescentes y jóvenes que reiniciarán sus clases. Comenzando el nuevo ciclo escolar 2016 – 2017, en primer lugar invito a todos para que oremos, para que en todo el País, efectivamente las clases den inicio. Ya sabemos que hay la amenaza de que sea impedido el inicio del ciclo escolar. Oremos para que las clases inicien, oremos para que los niños y jóvenes no se vean perjudicados por la suspensión de sus estudios; que todo inicie y sea esto para el bien de nuestra juventud y de nuestra niñez.

Con el problema magisterial los más gravemente afectados son los niños y jóvenes; se han quejado los empresarios de las pérdidas que han tenido por el paro magisterial, se han quejado todos los que transitan por las calles de diversos estados al ver bloqueadas esas calles; pero más allá de esa afectación, está el gravísimo daño a los jóvenes y niños que ven interrumpida su educación. Pidamos para que puedan iniciar bien su año escolar.

Por otra parte, ustedes niños y jóvenes sepan que ir a la escuela y hacer sus tareas es también una manera de alabar al Señor. No esperen hasta el domingo para ir a la iglesia y entonces alabarlo. Cada acción, cada actividad escolar, son también un servicio a la gloria de Dios y son también un servicio de amor a tu familia y a la sociedad entera, porque te estás preparando para que un día puedas servir con más calidad a esta comunidad humana a la que el Señor te ha llamado. No pienses individualmente en superar y vencer a tus compañeros; piensa más bien comunitariamente en prepararte para servir mejor a la porción de la sociedad que te toque atender algún día con tu trabajo. Desde ahora con tus estudios te estas preparando para un servicio de mayor calidad.

Pidamos por todos los niños y jóvenes para que este curso escolar les traiga grandes satisfacciones, grandes bendiciones; y para todos, un crecimiento en el conocimiento que bien nos hace a todos en el orden espiritual para servir mejor unos a otros.

¡Sea alabado Jesucristo!

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán