Homilía Arzobispo de Yucatán – XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

HOMILÍA
XX DOMINGO ORDINARIO
Ciclo A
Is 56, 1. 6-7; Rm 11, 13-15.29-32; Mt 15, 21-28.

“Mujer, ¡qué grande es tu fe!” (Mt 15, 28).

Ki’olal lake’ex ka t’ane’ex ich maya kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksikal. U Ma’alob Peeksil bejlae’ ku yesik to’one’ le máaxo’ob ma’ a pa’atík mixbati’ leti’obe’ ku yesito’on ma’alob oksaj óolal.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre deseándoles todo bien en el Señor.

En mis funciones de Presidente del Departamento de Justicia y Solidaridad (DEJUSOL) del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), estuve la semana pasada en El Salvador, en un congreso que convocamos junto con la “Cáritas Latinoamericana”, para celebrar los 50 años de la encíclica Populorum Progressio (El Progreso de los Pueblos) del Papa Pablo VI. Junto con la Rerum Novarum, esta encíclica es el segundo gran derrotero de la Doctrina Social de la Iglesia. Entre las grandes enseñanzas del Papa Pablo VI está la afirmación de que el verdadero desarrollo debe ser de todos los hombres y de todo el hombre, no de unos cuantos y no sólo del aspecto económico. También está la definición de lo que es el auténtico desarrollo, es decir, el paso de situaciones menos humanas a situaciones más humanas.

No fue una reunión de recuerdo nostálgico, sino de observación de la realidad actual y de los compromisos que hoy tiene nuestra Iglesia para contribuir con su enseñanza y con su acción al desarrollo de los pueblos. Además el 15 de agosto celebramos con el pueblo salvadoreño el centenario del natalicio del beato mártir Mons. Oscar Arnulfo Romero, que fue asesinado en 1980 mientras celebraba la santa Misa. Después de la Eucaristía tuvimos la oportunidad de peregrinar al lugar del martirio y sepultura, tanto de Mons. Romero, como del padre Rutilio Grande, martirizado hace cuarenta años. Estos mártires y muchos otros mártires salvadoreños de los años 70 y 80, son para todos un testimonio de lo que significa el compromiso cristiano en favor de los pobres, a favor de la paz y la justicia hasta las últimas consecuencias.

En los trabajos de la Pastoral Social y la Cáritas es común coincidir con cristianos de otras iglesias, con gente de otras religiones o con personas de buena voluntad, que al margen de una religión buscan hacer el bien al prójimo y al desarrollo integral de todo ser humano. Desde antes de Cristo, los profetas del Antiguo Testamento llamaban al Pueblo de Dios a ser congruentes en su vida con su pertenencia al pueblo de Israel. En la primera lectura de hoy tomada del profeta Isaías, el Señor le dice a su pueblo: “Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse” (Is 56, 1).

El pueblo de Israel en el Antiguo Testamento siempre se mostró orgulloso de ser el pueblo elegido por Dios, pero el Señor les mandó abrirse a la gente que quisiera compartir con ellos su fe y su culto. También dice el Señor en la primera lectura: “A los extranjeros que se han adherido al Señor para servirlo, amarlo y darle culto, a los que guardan el sábado sin profanarlo y se manifiesten fieles a mi alianza. Los conduciré a mi monte santo y los llenaré de alegría en mi casa de oración. Sus holocaustos y sacrificios serán gratos en mi altar, porque mi casa será casa de oración para todos los pueblos” (Is 56, 6-7). En estas palabras tenemos una clara profecía de la catolicidad de la Iglesia, es decir, de su universalidad ya que la pertenencia al pueblo de Dios no es ya por méritos de la sangre, ni siquiera por tener un acta de bautismo, sino por actuar como bautizados viviendo en fidelidad a la alianza y en adoración del Señor en torno a su altar.

El Hijo de Dios hecho hombre limitó su campo de acción a un tiempo, a un pueblo y a una cultura. Sólo después de resucitar y antes de ascender a los cielos envía a sus discípulos que vayan por todo el mundo predicando la buena nueva. Jesús vistió como judío, pensó como judío, actuó como judío y predicó solamente en el territorio de Israel. El pasaje del santo evangelio de hoy no es fácil de entender para nuestra sensibilidad, especialmente para la sensibilidad de las madres de familia ya que Jesús trata con dureza a una mujer extranjera que con dificultad logra acercarse a él. Así de fuerte y despectivo era el trato de los judíos para con los extranjeros.

La mujer del Evangelio era cananea y Jesús pasaba por el territorio de Tiro y Sidón. No se dice si ella fuese una prosélita, es decir, una simpatizante y practicante del judaísmo, pero cuando reconoce a Jesús lo llama “hijo de David”, tal como esperaban los judíos al mesías. Ella le venía gritando y suplicando que atendiera a su hija que estaba terriblemente atormentada por un demonio. Jesús la venía ignorando, pero los apóstoles que no soportaban sus gritos, le pidieron a Jesús que la atendiera. Fijémonos en que la intercesión de los apóstoles no es movida por la misericordia sino por su incomodidad y Jesús les contesta que no había sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel, tal como lo anunciaban las escrituras.

La mujer aprovechó para acercarse a Jesús con su petición: “¡Señor, ayúdame!”. Y es aquí donde viene la parte más dura de la actitud de Jesús, pues se comportó con ella como cualquier otro rabino y le dijo: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”. Y entonces viene la respuesta de la mujer, llena de humildad y llena de fe, que proviene de su amor a Dios y a su hija, y le dice: “Es cierto, Señor; pero también los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Y entonces Jesús exalta la fe de aquella mujer, que seguramente él ya había intuido y quiso sacarle brillo, como a una pieza de metal precioso que tiene que acrisolarse para darle todo su esplendor, y ahora le dice en voz alta: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas” (Mt 15, 21-28).

Con este gran testimonio de fe que Jesús arrancó del corazón de aquella mujer desconocida, aleccionó a los apóstoles y a toda la gente que escuchó aquel diálogo. Seguramente los fariseos y muchos otros más no habrían condenado las palabras duras de Jesús, sino más bien deben haber condenado que Jesús exaltara su fe y le concediera el milagro que solicitaba.

Clasificar a las personas y pensar que unas son o valen más que otras, no es una actitud cristiana. Este evangelio nos enseña que las personas extranjeras, provenientes no de otros países sino de otros ambientes y espacios distintos a los nuestros, como los presos, los migrantes, las mujeres más sencillas y humildes de nuestro pueblo, pueden darnos grandes lecciones sobre todo en el campo de la fe. Los ambientes humanos más adversos y hostiles suelen ser campo propicio para que el ser humano saque lo mejor de sí mismo. Al igual que grandes científicos y otras personalidades, grandes santos han surgido en medio de la miseria. Por el contrario, cuando nacemos en medio de grandes comodidades y la vida nos consiente demasiado, eso puede ser causa de que nuestro espíritu se atrofie, a menos que tomemos consciencia y busquemos los ambientes adversos para valorar lo que tenemos. Convivir con los que son menos a los ojos del mundo puede redimirnos.

Así como es bueno amar a nuestra Iglesia, y eso significa ser consecuentes con nuestra fe, también es bueno y humano amar a nuestro pueblo en general. San Pablo, aunque se dedicó a predicar entre los paganos, siempre sintió nostalgia por los miembros del pueblo judío, sus paisanos, que se mantuvieron al margen de la fe. De eso trata la segunda lectura de hoy en la continuidad de la Carta a los Romanos. San Pablo dice refiriéndose a los judíos que “Dios no se arrepiente de sus dones ni de su elección” (Rm 11, 29), y manifiesta su esperanza de que ellos también alcancen la misericordia divina.

¡Ánimo a todos los niños, adolescentes y jóvenes que están por volver a clases! Ofrezcan cada día, cada esfuerzo y trabajo para gloria de Dios.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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