Homilía Arzobispo de Yucatán – XVII Domingo Ordinario Ciclo C

XVII Domingo del Tiempo Ordinario

Ciclo C

Gn 18, 20-32; Col 2, 12-14; Lc 11, 1-13.

 “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán,

toquen y se les abrirá”  (Lc 11, 9).

 

Muy queridos hermanos y hermanas los saludo con el afecto de siempre en este domingo XVII del Tiempo Ordinario. Hoy la Palabra de Dios nos habla de la oración, el evangelio es de san Lucas y nos relata cómo los discípulos le pidieron a Jesús que les enseñara a orar así como Juan enseñó a sus discípulos; fue entonces el momento en el que Jesús les enseñó a rezar el Padre Nuestro.

Todos nosotros hemos rezado muchísimas veces con la oración del Padre Nuestro y seguiremos haciéndolo, pero Jesús continúa enseñando acerca de la necesidad de ser insistentes en la oración y nos dice: “Pues, si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan?” (Lc 11, 13). Tú sabes dar cosas buenas, todos nosotros sabemos dar cosas buenas, especialmente los padres a los hijos. Es cierto que también en otras relaciones humanas sabemos dar gratuitamente y con alegría, pero el mejor ejemplo de esa gratuidad es el que sucede entre padres e hijos. Los papás dan a sus hijos con alegría y Jesús les pregunta: “¿Habrá entre ustedes algún padre que, cuando su hijo le pida pescado, le dé una víbora? ¿O cuando le pida huevo, le dé un alacrán?” (Lc 11, 11-12).

Nosotros ordinariamente sabemos dar cosas buenas a la gente que queremos y por supuesto, los padres a sus hijos; por eso Jesús dice: “¿Cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se los pidan?”. Alguien dirá: “Yo no he pedido al Espíritu Santo, ¿para qué voy a pedir al Espíritu Santo?, tengo otras necesidades”; recordemos que realmente del Espíritu Santo recibimos los siete sagrados dones: la sabiduría, el entendimiento, la ciencia, el consejo, la fortaleza, la piedad y el temor de Dios.

Con esos siete dones podremos enfrentar la vida tal como se nos presente, no necesitamos más que al Espíritu en realidad, y el evangelio de san Lucas está fuertemente marcado por este Espíritu. Por eso en este pasaje sobre la oración, Jesús nos dice que el Padre celestial nos dará siempre al Espíritu Santo. Es un trabajo en equipo que se realiza con el Espíritu Santo, pero se espera de tu parte el esfuerzo, la insistencia y la confianza en la oración, y que sepas que el Espíritu estará contigo a través sus dones.

También la primera lectura nos habla de la importancia de la oración; aquí se trata de la intercesión de Abraham en favor de Sodoma y Gomorra. Dios le ha anunciado a Abraham que va a destruir estas poblaciones por los pecados que ahí ocurren. Fíjense bien, yo creo que todos sabemos de esta historia de los pueblos de Sodoma y Gomorra, como fueron castigados por los graves pecados que ahí se cometían, pero no hagamos un juicio definitivo sobre ellos, pues Jesús dice en el Evangelio muchos siglos después, que serán castigados o juzgados con más rigor aquellos pueblos que se han resistido a recibir a sus discípulos, a recibir a los mensajeros del Evangelio, a recibir la palabra de Dios. Habrá quien crea que no puede haber pecado mayor que aquellos que se cometían en Sodoma y Gomorra, pero Jesús dice que es todavía un pecado mayor, cerrarse a la predicación de la palabra.

Pero lo que quiero subrayar es cómo Abraham intercede por los pobladores de Sodoma y Gomorra, quiere salvarlos de la catástrofe que Dios  ha anunciado para aquel pueblo, ¿qué le importa a Abraham que muera toda aquella gente que él no conocía? Si Dios le ha prometido que va a rescatar a su sobrino Lot y a toda su familia, ¿qué le interesan todos los demás que van a morir? Pero Abraham no es egoísta y no se conforma con la salvación de su propia familia, él intercede: “Supongamos que hay cincuenta justos en la ciudad, ¿acabaras con todos ellos y no perdonarás al lugar en atención a esos cincuenta justos?”.  Y el Señor le dice: “Si encuentro en Sodoma cincuenta justos, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.” (Gn 18, 24-26).  Abraham sigue insistiendo una y otra vez, presentando distintas cantidades, tal vez no hay cincuenta, tal vez sean cuarenta y cinco o treinta o veinte o diez, así es de insistente la oración de Abraham y está orando por desconocidos, por gente que a lo mejor otros pensarían que se merecen ese castigo, sin embargo Abraham intercede.

El Señor en el Evangelio nos pone el ejemplo de quienes por sus hijos están dispuestos a dar lo mejor. Nosotros al orar ¿por quién oramos?, ¿oramos  por los hijos, por los hermanos, por toda la familia, por los amigos?, ¿O hacemos verdaderamente una oración católica, es decir una oración universal, una oración en la que manifestemos preocupación por todo el mundo, por los países lejanos, por los países que están en guerra, por las realidades difíciles que se viven en México?, aquí mismo estamos pasando por situaciones  muy complejas en el tema de la reforma educativa, ¿cuántos de nosotros nos hemos interesado en orar por los maestros?

Tomemos postura en favor de la paz, oremos por todos los hombres y mujeres del mundo, cualquiera puede orar y preocuparse por la propia familia. Abraham desde muy antiguo nos daba el ejemplo de quien tiene un corazón grande para interceder por todos; tú también tienes esa capacidad ¡intercede en oración por todos, siempre tendrás un motivo para la oración!

La segunda lectura nos presenta otra temática muy importante, la del bautismo; ahí san Pablo dice: “Por el bautismo fueron ustedes sepultados con Cristo y también resucitaron con él, mediante la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos” (Col 2, 12). Yo creo que hay muchos cristianos, muchos bautizados que desconocen el valor y la importancia de su bautismo; yo pienso que aún nosotros lo obispos y sacerdotes no hemos sabido ayudar a los laicos a descubrir el valor de su bautismo. Quizá algunos piensen que hay laicos de primera y laicos de segunda, una élite de laicos que dentro de la Iglesia tienen oficios y ministerios, pero no es así.

Todos los laicos, todos los bautizados, aún los que no pertenezcan a grupos y movimientos, aún los que no tengan actividades dentro de la Iglesia, tienen una gran bendición y una gran potencialidad en su bautismo. Tú como laico, tu bautizado, estás llamado a hacer tus tareas en el mundo en el nombre de Cristo. ¿Qué es lo que estás haciendo?, ¿cuál es tu profesión?, ¿cuál es tu lugar en el mundo?; acuérdate que eres un bautizado, recuerda de tu dignidad de hijo de Dios, considera que eres hermano de Jesús y que eres miembro de la Iglesia, eres bautizado.

San Pablo continua diciendo: “Ustedes estaban muertos por sus pecados y no pertenecían al pueblo de la alianza. Pero él les dio una vida nueva con Cristo, perdonándoles todos los pecados” (Col 2, 12).  Haz valer tu bautismo, recibe el perdón de los pecados y enfrenta el mundo, enfrenta la vida tal como se va presentando, necesitamos laicos comprometidos en los quehaceres del mundo para transformarlo.

Continúa el apóstol Pablo diciendo: “Él anuló el documento que nos era contrario, cuyas cláusulas nos condenaban, y lo eliminó clavándolo en la cruz de Cristo” (Col 2, 14). Nos dará gusto ver a muchos laicos acercarse a los sacramentos, a la confesión, a escuchar la palabra de Dios; pero más gusto nos dará que esos laicos que oran, que se nutren de la Palabra y los sacramentos, vayan al mundo y se enfrenten a la realidad de este mundo con el Evangelio en el corazón, teniendo muy presentes su condición de bautizados.

Esto es un tesoro grande que llevamos todos los cristianos, no te olvides que eres miembro de Cristo, que eres miembro de la Iglesia; y hagamos oración, oración insistente y confiada, hagamos el bien a los familiares y seres queridos; pero vayamos más allá, sobre todo desde la oración, tengamos en el corazón presentes a todos los hermanos y hermanas de Yucatán, de México y del mundo.

¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán