Homilía Arzobispo de Yucatán – IV Domingo de Pascua Ciclo C – Domingo del Buen Pastor

IV Domingo de Pascua
Domingo del Buen Pastor
53ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones

“El Cordero será su Pastor”
Ciclo C
Hch 13, 14. 43-52; Ap 7, 9. 14-17; Jn 10, 27-30.

Muy queridos hermanos y hermanas, hemos llegado al cuarto domingo del santo tiempo de la Pascua, hoy la Iglesia celebra la fiesta de “Jesús, el Buen Pastor” y además, en nuestra Arquidiócesis de Yucatán en este domingo celebramos el “Día del Seminario”; por eso todas las colectas en las misas de este fin de semana serán a favor de esta casa de formación, y ojalá que también tengamos siempre presente la oración por los seminaristas y por los sacerdotes formadores.

Que bueno sería que todos los jóvenes católicos en algún momento pensaran en la posibilidad de que el Señor los llame a esta vocación hermosa del sacerdocio. Jesucristo Buen Pastor continúa al frente de su rebaño a través del Papa, de los Obispos, sacerdotes, diáconos; él es el Buen Pastor que sigue pastoreando al pueblo que tanto ama.

En la primera lectura de este domingo tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, encontramos a Pablo y Bernabé, quienes llegan a Antioquía donde establecen su base formando parte de la comunidad cristiana de ahí. En Antioquía fue el primer lugar donde los discípulos fueron llamados cristianos; y unos ochenta años después, en tiempo de san Ignacio, ahí mismo se comenzó a decir a los discípulos “católicos”. Nosotros somos cristianos y somos católicos.

Fijémonos en esta lectura que nos narra cómo los apóstoles Pablo y Bernabé, tuvieron mucho éxito en la sinagoga que se llenó y de un sábado a otro ya no podía contener a la multitud que acudía a escucharlos (cfr. Hch 13, 43-52); los jefes de las sinagogas se llenaron de envidia y quisieron expulsarlos, pero Pablo y Bernabé aprovecharon la oportunidad encontrando en esa situación difícil el llamado de Dios para abrirse e ir más allá de la comunidad judía. También desde ahí empezaron a predicar el Evangelio a los paganos, a la gente de otras naciones; porque hasta entonces los apóstoles se habían dedicado únicamente a anunciar la Buena Nueva a los judíos.

Ciertamente fueron, el apóstol San Pedro acompañado de San Juan, los primeros en bautizar paganos: al Centurión Cornelio, a sus familiares y algunos amigos. Ellos fueron los primeros, pero Pablo y Bernabé son los que de alguna manera, abierta y continua, iniciaron la evangelización de los paganos pues salieron del pueblo judío sin rechazarlo, aceptando a todos los que se convirtieran al cristianismo, pero también predicando la Buena Nueva a los paganos consiguiendo así muchas conversiones.

“Católico” quiere decir “universal”. Ésta fue la primera religión en la historia con carácter universal, porque hasta ese momento las religiones eran de cada pueblo, cada quien tenía su propia religión. Ahora, el mensaje del Evangelio se presenta como un anuncio que se comunica a hombres y mujeres de cualquier raza, pueblo y nación. Por eso la Iglesia es esencialmente católica, porque se encuentra dispersa en el mundo entero y porque se ofrece a todas las personas, sin hacer distinción alguna, así nació propiamente el catolicismo.

Se puede decir que en Pentecostés hubo un gran signo de catolicidad: la multitud que se reunió ese día y escuchó la predicación de los apóstoles, venían de distintos países, hablaban muchas y diversas lenguas, y sin embargo, cada uno entendió la predicación de los apóstoles en su propio lenguaje (Hch 2, 1-11). Ese fue un anuncio de catolicidad, la Iglesia nació católica, y efectivamente vive católica, abierta a todos los pueblos, a partir del ministerio de Pablo y Bernabé en Antioquía y todos los pueblos que ellos fueron evangelizando. Ellos fueron pastores buenos, que no se rindieron ante un gran obstáculo, si no que encontraron la oportunidad y escucharon la voz de Dios para ir más allá de donde pensaban llegar.

En el evangelio de San Juan que escuchamos este cuarto domingo, Jesús el Buen Pastor dice: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y Él es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno” (Jn 10, 27-30).

El Buen Pastor, Sumo y Eterno Sacerdote, es uno con el Padre, y nosotros, ovejas del Buen Pastor, somos uno con Él, que nos conoce y nos ama. Como ovejas seguimos a nuestro Pastor si reconocemos su voz, si la escuchamos, la identificamos y lo seguimos.

Esforcémonos para que siempre sea así, que estemos atentos a la voz del Señor que nos habla. Escuchemos su Palabra y leamos los Evangelios, meditemos la Sagrada Escrituras, llevémosla a la vida; y no solamente encontrémoslo en la Biblia, sino que escuchemos además al Señor que nos habla en los acontecimientos de cada día.

El apóstol San Juan en el libro del Apocalipsis que escuchamos en la segunda lectura, nos habla acerca de este Cordero inmolado que será pastor, por cuyo sacrificio todos fuimos redimidos, pero Cordero que es a la vez el gran Pastor que conduce a su pueblo (cfr. Ap 7, 17). A todos nosotros, ciertamente nos toca hacer a veces el papel de pastor cuando conducimos a los que forman parte de la santa Iglesia de Dios, como lo hacen el Papa, los Obispos, los Sacerdotes; y es que todos los bautizados están llamados a pastorear, unos a sus hijos, otros a sus hermanos, otros a sus amigos, otros a sus compañeros. Todos podemos darnos ese servicio de pastorear, o más bien ayudarle a Jesús a pastorear el rebaño; ya que todos somos ovejas del mismo rebaño, incluyendo los pastores, todos formamos parte del gran rebaño de nuestro Señor Jesucristo.

En estos días el Santo Padre ha viajado a Grecia, ha ido al encuentro de nuestros hermanos que necesitan el servicio del Buen Pastor, así como en su momento ha visitado otros lugares, ahora el Papa ha viajado a Grecia. Estemos siempre atentos a las acciones de nuestro pastor quien a imitación de Cristo va llevando la buena nueva donde quiera que es necesario hacerla llegar.

Oremos para que tengamos muchos y muy santos pastores en la Iglesia, como humanos podemos fallar y de hecho muchas veces nos equivocamos. Ayúdennos a pedir perdón por los grandes pecados de los pastores de la Iglesia, pero también unámonos en la acción de gracias al Señor por todos los sacerdotes que nos ha dado y que han sido significativos en nuestra vida en su servicio al Pueblo de Dios. Pidamos también para que hayan muchos sanos, sabios y santos sacerdotes. Por eso ocupémonos de nuestro Seminario y ayudemos a los niños y adolescentes a descubrir, si acaso es la voluntad de Dios, el llamado a esta vocación hermosa del sacerdocio.

Dios bendiga a nuestro Seminario, Dios bendiga a todos los pastores de la Iglesia y que todos nos reconozcamos ovejas del redil de Cristo, colaboradores para pastorear este santo rebaño, que así sea.

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán