Homilía Arzobispo de Yucatán – III Domingo del Tiempo de Adviento, Ciclo B

HOMILÍA
III DOMINGO DE ADVIENTO,
“GAUDETE”
Ciclo B
Is 61, 1-2. 10-11; 1 Tes 5, 16-24; Jn 1, 6-8. 19-28.

“Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador” (Lc 1, 47).

 

Ki’ olal lake’ex ka t’ane’ex ich kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. Bejla’e’ u ox p’éel domingo’ ti’ Adviento yaan te’ Ki’ilich Dsíibo’obo’ payalchi’ob yéetel le t’aan ki’imak óolalo’ u tio’lal le máax taan páajtik.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo afectuosamente deseándoles todo bien en el Señor.

Desde hace siglos este tercer domingo de adviento lleva el nombre de “Gaudete”, es decir “alégrense”. Las lecturas y oraciones de este día tienen este tono y mensaje de alegría. La vela de la corona que hoy se enciende es de color rosa y las vestiduras del sacerdote también pueden ser de este color para indicar la alegría de nuestra esperanza.

Esperar implica cansancio y en ocasiones hasta desesperación, como cuando aguardamos en una larga fila para ser atendidos o como cuando esperamos ser atendidos por un médico y nos dan la cita para dentro de tres meses o más. No es lo mismo “esperar” que tener esperanza, porque la esperanza es siempre acerca de algo bueno que nos va a pasar, y que se trata de un bien trascendente, no superficial como unas vacaciones, un aguinaldo o un coche que se va a comprar. Un bien realmente trascendente implica un valor superior como el de la vida, como cuando una mujer espera a un hijo con esperanza de que llegará sano y salvo al momento del parto, aunque a ella le traiga malestares, cansancio y muchos trastornos compartidos generalmente con su esposo, aunque en una parte mínima. Con todo, la esperanza de la mujer embarazada suele ser alegre, y si así no fuera, eso puede dañar al hijo que espera. Igualmente, la esperanza de mantener unida una familia nos exige algunos sacrificios, pero nos da también recompensas inmediatas de encontrarnos, disfrutarnos y apoyarnos mutuamente.

En otros idiomas existen dos verbos distintos para expresar la espera o la esperanza. La esperanza cristiana es la única que no defrauda, pues es nuestra ancla segura puesta en la eternidad del Reino de Dios. Esta es una enrome esperanza que abarca y abraza todas nuestras pequeñas esperanzas. Decía el Papa emérito, Benedicto XVI, en la “Spe salvi”: “La fe no es solamente un tender de la persona hacia lo que ha de venir y que está todavía totalmente ausente; la fe nos da algo. Nos da ya ahora algo de la realidad esperada, y esta realidad presente constituye para nosotros una ‘prueba’ de lo que aún no se ve. Ésta atrae el futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es el puro ‘todavía no’. El hecho de que este futuro exista cambia el presente; el presente está marcado por la realidad futura, y así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las futuras” (SS n. 7). La esperanza cristiana nos da en el presente algo que ya nos alegra y podemos disfrutar.

Las lecturas de hoy llaman al regocijo. La primera lectura tomada del profeta Isaías nos dice: “Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios, porque me ha vestido traje de triunfo, como novio que se pone la corona, como novia que se adorna con sus joyas” (Is 61, 10). Fijémonos cómo la causa del júbilo es obra del Señor, pues Él es quien me viste con un manto de triunfo. Quien se viste a sí mismo con un manto triunfal, lo hace con causas equivocadas y en todo caso, pasajeras.

Sólo el Señor puede ir poco a poco, día a día, dándonos las satisfacciones interiores del deber cumplido, de la obediencia a sus mandatos, de la generosidad en nuestras relaciones; y nos va revistiendo del reconocimiento que el mundo no da ni puede dar, para que finalmente luego de esta vida, nos revista para la eternidad con ese traje y ese júbilo.

En lugar del salmo y de manera responsorial, tenemos el Magníficat, el cántico de júbilo de María, y en el estribillo vamos repitiendo la hermosa confesión de María: “Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador” (Lc 1, 47). Nadie en la historia jamás ha habido, ni habrá, más feliz que María Virgen, porque ella ha tenido la relación interpersonal con Dios más perfecta que pueda existir.

Nosotros repetimos miles de veces el saludo del arcángel Gabriel a María, cuando le decimos “Dios te salve, María”. Una de las posibles traducciones de la lengua griega, en la que se escribió este pasaje del Evangelio es “alégrate, María”. Dios la invita a alegrarse por ser “gratia plena”, “llena de gracia”; y para ti y para mi no hay alegría mayor que estar en gracia de Dios. El último grado antes de canonizar a un santo es el de “beato”, palabra que significa “feliz”. No tengas miedo de que te llamen beato por asistir a la iglesia, más bien gózate de ser beato viviendo en la presencia del Señor por el deber cumplido y por tus buenas obras, sin que eso te haga sentir superior a los demás, porque eso sería echar a perder toda la buena obra.

En la segunda lectura tomada de la Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses, él les decía a ellos y nos dice ahora a nosotros: “Hermanos, estén siempre alegres” (1Tes 5, 16). Los cristianos somos llamados al apostolado de la alegría, no una alegría fingida, sino real, que se reencuentra y se remueve en la oración, en la escucha de la Palabra Divina y en la vida sacramental. Esta alegría encuentra su mejor fundamento en la fe y la esperanza cristiana.

Lo mismo sucede con la vocación: el sacerdote que vive la alegría cristiana y habla bien de su vocación sacerdotal es el mejor promotor del sacerdocio; igualmente pasa con cada religiosa, cada religioso y cada seminarista; pero ojalá que cada casado y casada hablara bien del matrimonio. Hablar bien de nuestra propia vocación, es un buen testimonio para los demás y refuerza la alegría y el amor a su vocación.

Juan el Bautista es el que saltó de alegría en el vientre de su madre Isabel, cuando la Virgen María llegó a su casa, trayendo en su vientre al Verbo encarnado; y en el evangelio de hoy el Bautista transmite en el Jordán la alegre noticia de que el Mesías viene detrás de él.

En Pentecostés del 2015, el Papa sorprendió al mundo con su encíclica “Laudato sii” (Alabado seas), sobre el cuidado de la casa común. Una encíclica que ha calado hondo en ambientes científicos, intelectuales y universitarios, pero que lamentablemente ha repercutido poco en el común de los cristianos. Ahí nos dice que una forma de cuidar la creación es el consumo moderado de cada persona. En este tiempo de consumismo, hemos de recordar que la alegría cristiana no puede ni debe fundarse en el consumo. Dice el Papa: “La espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de vida, y alienta el estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo… La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco…” (LS n. 222).

Más delante dice: “En realidad, quienes disfrutan más y viven mejor cada momento son los que dejan de picotear aquí y allá, buscando siempre lo que no tienen, y experimentan lo que es valorar cada persona y cada cosa, aprenden a tomar contacto y saben gozar con lo más simple… la felicidad requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida (LS 223). Y luego continúa diciendo: “Ninguna persona puede madurar en una feliz sobriedad si no está en paz consigo mismo” (LS n. 225).

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

En este año de la juventud en México, sigamos pidiendo por los jóvenes de Yucatán con la oración del Papa Francisco por los jóvenes en preparación al Sínodo de los Obispos del 2018:

Señor Jesús, tu Iglesia en camino hacia el Sínodo dirige su mirada a todos los jóvenes del mundo. Te pedimos para que con audacia se hagan cargo de su propia vida, vean las cosas más hermosas y profundas y conserven siempre el corazón libre.
Acompañados por guías sapientes y generosos, ayúdalos a responder a la llamada que Tú diriges a cada uno de ellos, para realizar el propio proyecto de vida y alcanzar la felicidad. Mantén abiertos sus corazones a los grandes sueños y haz que estén atentos al bien de los hermanos.
Como el discípulo amado, estén también ellos al pie de la Cruz para acoger a tu Madre, recibiéndola de ti como un don. Sean testigos de la Resurrección y sepan reconocerte vivo junto a ellos anunciando con alegría que Tú eres el Señor. Amén.

cfr. https://w2.vatican.va/content/francesco/es/prayers/documents/papa-francesco_preghiere_20170408_giovani.html

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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