Homilía Arzobispo de Yucatán – Domingo de Ramos 2019, Ciclo C

HOMILÍA
DOMINGO DE RAMOS
Ciclo C
Is 50, 4-7; Sal 21; Flp 2, 6-11; Lc 19, 28-40; 22, 14 – 23, 56.

“¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (Lc 19, 38).

 

Ki’óolal lake’ex ka t’aane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. Bejla’e k’asik le óotsil kaaj yéetel toj u oksaj óol tu k’ amoó Yuumtsil yéetel u leé olivo’ kaj kuch Jerusalén, bey xan yaan k úuyik u múukya’ Yuumtsil dsíibta’an tumen Kili’ich Lucas.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este Domingo de Ramos, cuando conmemoramos la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén.

Desde su infancia, Jesús había viajado ya a Jerusalén con sus padres, María y José, de quienes aprendió a amar el templo como lugar de encuentro con Yahvé, Dios. Jesús en el templo de Jerusalén se encontraba con su Padre, aunque lo hacía también en cualquier parte durante sus momentos de oración.

Como buen judío, Jesús amaba a la Ciudad Santa, había llorado por ella al profetizar su destrucción; y se alegraba con todo el pueblo cantando el Salmo 121 mientras iban entrando a esta ciudad: “Qué alegría cuando, me dijeron: ¡Vamos a la casa del Señor! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén”. También el templo era el lugar donde Jesús enseñaba a la gente, cuando visitaba la ciudad durante sus fiestas.

Ahora era una llegada distinta en el corazón y en la mente de Cristo, porque era consciente de que era la última visita a esta ciudad, pues sabía que se acercaba ahí mismo su pasión, muerte y resurrección; por eso Jesús había tomado antes “la firme determinación de ir a Jerusalén” (Lc 9, 51).

Era distinta esa llegada en la mente y el corazón del pueblo sencillo, de los pequeños y humildes, que lo esperaban para aclamarlo cuando entrara, con alegría y amor, como a su rey y su mesías. No creamos que la misma multitud pidió su condena días después, aunque muchos de ellos irían mezclados en aquella turba, como iba María, como iba Juan, como iban las mujeres que lloraban por su pasión y tanta gente sencilla que había depositado su fe en Jesús.

¿Quiénes aclaman y por qué lo hacen, cuando se trata de un político? Tal vez lo hacen algunos del mismo partido, que tienen la gran convicción de que aquella persona traerá el necesario cambio para su pueblo; lo siguen y aclaman por esa convicción, quizá también por el interés de conseguir algún puesto junto a él si llegara al poder. El resto de la gente, el grueso de la multitud, tal vez la mayoría no conozca su programa y sus promesas, y sólo lo sigan por la camiseta y la comida de ese día, además de la esperanza de un pequeño regalo en dinero, en especie o por disfrutar la buena música del conjunto musical que se lleva al evento.

¿Quiénes aclaman a un artista, especialmente a un cantante de moda? Los siguen los así llamados “fans”, y para algunos de ellos llega a convertirse en un verdadero ídolo. Cuidado con esa palabra: “ídolo”, pues significa la imagen de un “dios” distinto del verdadero. Sobre todo, cuidado con darle culto a un ser humano que, por más bien que cante, mejor hemos de alabar a quien le regaló semejante voz. Además hay que invertir nuestro dinero para comprar sus discos, ¡y cuánto cuesta un boleto para entrar a sus conciertos! También a algunas artistas les llaman “divas”, y se comportan como si lo fueran, siendo que esa palabra significa “diosa”. Tantas veces quienes se convierten en los así llamados ídolos o divas no llevan una vida para nada ejemplar.

¿Quiénes aclamaban a Jesús y quienes lo aclaman hoy? Eran los niños, eran los pequeños, los humildes y todos los que creyendo en él, toman una actitud humilde ante su Señor. Las manifestaciones de fe de los creyentes muchas veces implican grandes esfuerzos y sacrificios, sin recibir nada material a cambio, sino sólo aquello que por la fe pueden esperar.

Aquel día en Jerusalén, los devotos de Jesús lo aclamaban diciendo: “¡Hosanna al hijo de David, el rey de Israel! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (Lc 19, 38). Lo hacían con palmas en las manos, tendiendo sus mantos para alfombrar el camino de quien reconocían como su mesías. Los creyentes de hoy seguimos aclamando: ¡Viva Cristo Rey!

Este evangelio de la entrada de Jesús en Jerusalén, se proclama en la solemne bendición de los ramos. Además, durante la misa tenemos la lectura de la Pasión de Jesús, este año según san Lucas, en su forma completa.

Antes de la lectura de la Pasión, escuchamos dos lecturas que nos preparan a profundizar en el sentido dela cruz de Cristo. La primera es tomada del Libro del Profeta Isaías; se trata de uno de los llamados “Cánticos del Siervo de Yahvé” en los que se profetizan los detalles de la pasión de Cristo con siglos de anticipación; lo cual nos revela que la pasión del Señor no es simplemente un accidente de la maldad humana, sino que es el plan divino de salvación que se cumplió perfectamente en Jesús.

La segunda lectura es tomada de la Carta de san Pablo a los Filipenses, donde el Apóstol, tomando palabras de un himno conocido por los primeros cristianos, expresa los tres momentos del Hijo de Dios: su preexistencia como Dios; su abajamiento al encarnarse haciéndose obediente hasta la muerte; y su regreso a la derecha del Padre una vez resucitado, llevando consigo el triunfo de la cruz y nuestra humanidad resucitada.

Del mismo modo el Salmo 21 nos ayuda a repetir las mismas palabras que Jesús dijo en la cruz: “¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?” El desarrollo del Salmo nos describe proféticamente la pasión de Cristo con detalles precisos.

Una de las líneas temáticas del evangelio de san Lucas es la misericordia, por lo que en el relato de la Pasión encontramos cinco expresiones de la misericordia del crucificado, mismas que son exclusivas de este evangelista.

En primer lugar, Jesús tuvo la misericordia de curar milagrosamente al criado del sumo sacerdote, al cual uno de los apóstoles había herido en la oreja (cfr. Lc 22, 50-51). Así nos dejó un ejemplo de hacer el bien incluso a los enemigos, mientras daba la oportunidad a aquella turba de arrepentirse al ver el milagro.

En segundo lugar, cuando Pedro acababa de negar a Jesús, pasando él y cruzando una mirada misericordiosa con el apóstol (cfr. Lc 22, 54-62).

En tercer lugar, Jesús en su camino al Calvario consuela a las mujeres que están llorando al ver su sufrimiento (cfr. Lc 23, 27-29). Así Jesús nos deja un maravilloso ejemplo de cómo el ser humano puede salir de su propio dolor, abriéndose a considerar el sufrimiento y los problemas de otros, tratando de hacer algo por sus problemas.

En cuarto lugar, el momento en el que Jesús, una vez crucificado, ora al Padre pidiéndole que perdone a quienes lo están asesinando, que se alegran por su muerte. El motivo para que el Padre los perdone es que “no saben lo que hacen” (Lc 23, 33-34). En verdad, ¿cómo iban a darse cuenta de que estaban matando al Hijo de Dios encarnado, si ni siquiera se daban cuenta que fuera al menos un hombre inocente? Creo en verdad que ningún pecador es totalmente consciente y conocedor del alcance y significado de su pecado.

En quinto lugar, tenemos el momento en el que Jesús perdona al ladrón arrepentido (cfr. Lc 23, 40-43). Uno de los crucificados con Jesús se une a los que lo insultan, mientras que el otro reconoce que él merece su castigo, al tiempo que advierte no sólo la inocencia de Jesús, sino su capacidad salvadora para llevarlo al Reino de los cielos.

Cada crucificado representa a una parte de la multitud, pues mientras que unos condenan a Jesús y gozan de su muerte, otros reconocen la inocencia de Jesús y cobran conciencia de su propio pecado. Representan además a la humanidad de todos los tiempos, que opta sobre Jesús, pues nadie puede ser indiferente ante la pasión de Cristo.

¡Cómo quisiéramos todos los creyentes en nuestro lecho de muerte escuchar de labios de Jesús las mismas palabras que dirigió al ladrón arrepentido: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”!

Invito a todos para que escuchemos vivamente la Pasión de Cristo en la Eucaristía dominical, es decir, que podamos meternos de corazón en el relato para presenciarlo como actores presentes, ya que Cristo murió por cada uno de nosotros.

Los invito también a releer en casa o en donde convenga, el evangelio de la Pasión para prepararnos a celebrar la Pascua del Señor, que está por llegar.

Que tengan todos una feliz Semana Santa. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

 

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