Homilía Arzobispo de Yucatán – XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

HOMILÍA
XXIII DOMINGO ORDINARIO
Ciclo A
Ez 33, 7-9; Rom 13, 8-10; Mt 18, 15-20.

“Donde dos o tres se reúnen en mi nombre,
allí estoy en medio de ellos” (Mt 18, 20).

 

 

Ki’olal lake’ex ka t’ane’ex ich maya kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksikal. U t’aan jajal Dios te domingoa’ ku t’aniko’on ti jum p’éel nojoch kajtal ti okja’ob, tumen Yuum Jesucristo tian tu chumukile’.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo como siempre afectuosamente y les deseo todo bien en el Señor.

Ahora tenemos en el corazón a nuestros hermanos afectados por el terremoto del pasado jueves por la noche y a todos los damnificados por los distintos huracanes. De hecho este fin de semana estamos realizando en las misas nuestra colecta en favor de las víctimas de ambos siniestros. En las Eucaristías de hoy pidamos por el eterno descanso de los que han muerto, por la recuperación de los heridos y porque no falte la ayuda necesaria para la reconstrucción.

También nos unimos de corazón a nuestros hermanos colombianos que disfrutan de la visita del Santo Padre, el Papa Francisco, que hoy domingo regresa a Roma. Yo estuve en Bogotá en la reunión del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y el Papa nos recibió el jueves antes de celebrar la Santa Misa. Ya sabemos que Colombia está llegando a un pacto de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) después de un conflicto de muchos años que dejó muerte, desunión y dolor, y que el Papa tuvo mucho que ver con los acuerdos de paz que se han firmado. El tema de su visita a Colombia fue: “Demos el primer paso”. No hay reconciliación posible si no hay alguien que se disponga a dar el primer paso. Aunque no seamos colombianos, también nosotros estamos llamados a dar el primer paso. El orgullo nos hace esperar que sea el otro quien dé el primer paso, pero esa actitud no ayuda en nada a reestablecer la unidad. El Papa Francisco como sucesor de Pedro, continúa con la misión de atar y desatar y ahora ha contribuido a atar en la unidad al pueblo colombiano. Pidamos para que siga adelante con su misión de sembrar la fraternidad en el mundo entero.

A los obispos del CELAM el Papa nos dio un maravilloso mensaje para animar nuestro trabajo en favor de una iglesia en salida, una iglesia misionera. Pero hizo énfasis en darle su lugar a los jóvenes, escuchándolos y mirándolos a los ojos pues tienen mucho que aportarnos; nos recordó el papel fundamental que tiene la mujer en nuestra vida de fe personal y en la Iglesia; y nos llamó a dar más y más su lugar a los laicos en la Iglesia, superando el clericalismo que tanto nos afecta.

El sacramento de la reconciliación tal como lo conocemos hoy en día con la confesión de los pecados individual y secreta ante el sacerdote, no siempre fue así. De hecho entre los primeros cristianos se practicaba la confesión pública de los pecados dentro de la celebración eucarística, aunque esto debía de ser más bien extraño, porque se suponía que los bautizados no debían volver a pecar. Más adelante fue cuando, al darse cuenta de que algunos cristianos por vergüenza ocultaban sus pecados o no hacían confesión pública, se decidió encargarle a los presbíteros para que, en forma privada, secreta e individual, escucharan la confesión de los pecados y dieran la absolución en nombre de Dios y de la Iglesia. Dentro de la misa quedó la confesión pública y general de los pecados, cuando decimos: “Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes hermanos que he pecado mucho…” etc., y al final recibimos la absolución del sacerdote que preside la asamblea y que dice: “Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna”.

Todo en la Iglesia tiene su dimensión comunitaria, y el poder de atar y desatar Jesús primero lo confió sólo a Pedro, pero luego lo extendió a sus demás Apóstoles tal como lo dice el evangelio de hoy. Jesús también les dice a sus discípulos que cada uno de ellos es responsable de corregir a sus hermanos y que si se dan cuenta de un hermano que peca deben reprenderlo a solas, en diálogo entre dos. Si te hace caso habrás salvado a un hermano; si no te hace caso, hazte acompañar de dos testigos en tu amonestación, y si no les hace caso, denúncialo a la comunidad; y si ni a la comunidad le hace caso considérenlo como un pagano (cfr. Mt 18, 15-20). Este proceso supone una comunidad cristiana pequeña y bien integrada, como lo eran en el principio del cristianismo y como lo son en la actualidad algunas pequeñas comunidades donde se vive una fuerte fraternidad. De todas maneras, aunque no pertenezcamos a una comunidad con esa característica, este proceso que enseña Jesús hemos de practicarlo en la relación con familiares y amigos, intentando siempre la corrección personal en privado.

Para corregir se necesita valor, pero sobre todo amor. Hay quienes prefieren “hacerse de la vista gorda” y evitarse un posible problema con quien deben corregir. En la primera lectura tomada del libro del profeta Jeremías, él recibe el encargo de Dios de corregir al malvado porque el Señor lo ha puesto como “atalaya”, es decir como vigía en la casa de Israel; y si él no corrige cargará con la culpa del malvado. En la Iglesia todos somos profetas desde el día de nuestro Bautismo y por eso cada cristiano está llamado a tener el valor y sobre todo el amor para corregir a sus hermanos. Es muy fácil decir “a mí no me toca”, y para muchos es deleitoso en lugar de corregir, criticar y tener algo de que hablar. El profeta se compromete y se arriesga a las posibles consecuencias. Cuando hay amor, la corrección siempre se hará con humildad y respeto.

El poder de atar y desatar en la actualidad es del Papa, de los obispos y de los sacerdotes, y a través de ellos todos los bautizados ejercen ese poder redentor. Cada cristiano redime a otro cuando se esfuerza por corregirlo con amor y cuando reza por la salvación de sus hermanos. También lo hace cuando perdona de corazón las ofensas o cuando sirve a la reconciliación de los que él conoce. Todos somos responsables de todos, por eso en la misa nos reconocemos pecadores ante los demás, pedimos su intercesión y la intercesión de nuestros hermanos del cielo. También en cada misa pedimos el perdón para nuestros hermanos difuntos. La salvación es asunto comunitario, no sólo individual.

Además, Jesús resalta la fuerza que tiene la oración realizada entre dos diciendo: “Les aseguro que si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, mi Padre del cielo se lo dará” (Mt 18, 19). La palabra “Iglesia” tiene su origen en el hebreo “Qahal”, que significa “asamblea”, pero no cualquier asamblea sino la Asamblea de Dios (Qahal Yahvéh). Basta que dos o tres creyentes se reúnan en nombre de Jesús para que él se haga presente en medio de ellos, tal como lo promete en el evangelio de hoy. La Asamblea de Dios, es decir la Iglesia, es real donde hay miles, cientos o aunque sea tan sólo dos creyentes.

San Pablo en la primera lectura de hoy tomada de la Carta a los Romanos, nos recuerda una verdad fundamental de nuestra fe, esto es que el amor es el primero de todos los mandamientos, y que el que ama es incapaz de fallar en algún mandamiento. Por eso dice: “A nadie le deban nada más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley” (Rom 13, 8).

Las principales fiestas patrias tendrán lugar durante esta semana que hoy iniciamos. Que en medio de estas fiestas no falte la oración por nuestro México, para que todos los mexicanos gocemos de las condiciones necesarias para una vida digna; por nuestros gobernantes, para que siempre tengan en su mente y en su corazón a los más necesitados, y la conciencia de que tendrán que dar cuenta al Señor de su gestión; y por cada mexicano, para que respetando a todos los demás, sin pensar que existan mexicanos de primera y de segunda, se esfuerce por superarse y por apoyar el desarrollo integral de todos.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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